2022/05/31

TOMÁS NEVINSON, de Javier Marías

Inicias con las ansias de costumbre la nueva novela de Javier Marías, que, sin ser continuación de su ‘Berta Isla’ se agradece haber leído antes. La trama se desenvuelve en esa nebulosa de los espías o los para-espías, que trabajan con fidelidad y a ciegas siguiendo los encargos de alguien que no sabe a ciencia cierta de donde emanan las directrices ni con qué cobertura legal opera. Tampoco es que le preocupe mucho al protagonista.

“Presuponen que existimos y que debemos actuar para resguardarlos de los peligros y salvarlos de las salvajadas de quienes acechan el Reino y procuran destruirlo sin que les importe quién caiga. Pero se niegan a enterarse de cómo obramos, porque intuyen que les tocaría condenar nuestros métodos y escandalizarse de ellos, la gente exige seguridad sin mancharse, ni siquiera con el conocimiento. Si fallamos somos culpables de ineptitud o negligencia; si acertamos somos culpables de brutalidad o asesinato, cuando por algún azar o por algún error se revela que acertamos, eso más vale callarlo. Entonces esos mismos ciudadanos ponen el grito en el cielo y nos recriminan no haber sido más humanitarios y suaves con los individuos que, de haber podido, los habrían puesto en fila y decapitado uno a uno, lo los habrían hecho volar por los aires en masa”.

La obra plantea el eterno dilema moral de los fines y los medios, en este caso, concretado en la tarea de localizar a una mujer, elegida dentro de una terna, que se sospecha que tuvo alguna participación -no se sabe cuál- en algunos de las masacres terroristas cometidas por ETA, como las perpetradas contra la casa cuartel de Vic y en la sede de Hipercor en Barcelona, además de posiblemente otros atentados en el Ulster. Lo que se plantea es si procede ‘sacar del cuadro’ (matar) a una terrorista que se teme que de seguir en libertad seguirá cometiendo atentados; es más, si procede acabar con una terrorista de entre tres posibles, ya que el secuaz no logró identificar con absoluta seguridad a la activista.

“Es fácil execrar y condenar al que estranguló o apretó el gatillo o asestó los navajazos, y nadie se para a pensar a quién se eliminó ni cuántas vidas se salvaron con ello, o cuántas se había cobrado la persona asesinada o cuántas había causado con sus instigaciones o inflamaciones, con sus prédicas y sus plagas morales, viene a ser lo mismo o peor”.

“Matar no es tan extremo ni difícil ni injusto si se sabe a quién qué crímenes ha cometido o se prepara a cometer, cuántos males se le ahorrarán a la gente con eso, cuántas vidas inocentes se preservarán a cambio de un solo disparo, tres navajazos o un ahogamiento, eso apenas dura unos segundos y después ya está, se acabó, ya cesó y se sigue adelante, casi siempre se sigue adelante, largas sol las existencias a veces y nada se para nunca del todo”.

La acción transcurre en la imaginaria ciudad de Ruán, que a uno le recuerda por momentos a Oviedo.

“Ruan era lo que se llamaba antiguamente ‘una muy noble y muy leal ciudad’. Es decir, era seria dentro de lo que cabe en España, tirando a austera y a grave, orgullosa de su remoto pasado, cuando había tenido bastante importancia y episodios heroicos exagerados, y francamente altiva. Allí se despreciaba a la mayoría de las otras regiones, que los ruaneses consideraban advenedizas, y si no, de mercachifles y tenderos, y si no, egoístas y quejumbrosas, y si no jaraneras, y si no, acomplejadas y fatuas, dos cosas se suelen ir juntas. Todos estos defectos que la ciudad del noroeste veía en los demás eran comunes a ella”.

Unas ideas sobre La prescripción y el olvido, la justicia y la venganza.

“Las leyes establecen la prescripción de los delitos y crímenes con muy escasas salvedades; ponen barreras a su castigo, y hay asesinos que se dedican a contar pacientemente los años, los meses las semanas y los días que faltan para que la justicia ya no pueda alcanzarlos y se haba tabula rasa. Al cabo de veinte años, qué se yo  lo que se hizo se borra y no existe más, y al asesino sólo se le pueden arreglar las cuentas fuera de la ley. Llega un momento en el que una sola fecha se convierte en vital, y a partir de ahí qué más da. Ese día señala la impunidad, y eso carece de sentido y de justificación, es sólo aritmética y el azar del cuándo, o la manecilla de un viejo reloj (…) Nadie busca castigar lo acontecido hace uno o dos siglos o más, por atroz que fuera (…) En cambio, lo que aún se recuerda, lo que se ha vivido en persona de cerca o de lejos, prescribe para la justicia, pero no para los que lo padecieron o contemplaron, y de ahí que la venganza todavía palpite en el mundo, por mucho que la prohíba la ley. Seguro que para los padres de niños de la casa cuartel de Zaragoza y del Hipercor de Barcelona nada de aquello ha prescrito, ni prescribirá, ni para la familia de Tomás y Valiente cuyo asesinato ocurrió hace año y medio, ni para la de Miguel Ángel Blanco, cuya cuenta acaba de empezar y proseguirá mientras viva cada uno de sus miembros”.

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