2020/08/31

LA CIUDAD Y LOS PERROS, de Mario Vargas Llosa

Vargas Llosa no trabaja su prosa de manera que cada párrafo te sugestione como ocurre con la de García Márquez o, mismamente la de Javier Marías o Fulgencio Argüelles, pese a que a Vargas LLosa le hayan concedido el Premio Nobel de Literatura. No obstante, es un muy correcto contador de historias, y un muy buen creador de diálogos  naturales y creíbles. Además, en el caso concreto de La ciudad y los perros, a partir de una muerte accidentada, mantiene la tensión del lector hasta la línea final.

Como toda novela moderna que se precie, la acción no trascurre lineal en el tiempo, sino que se producen saltos hacia el pasado para enmarcar mejor los hechos del presente. Así, después de los crudos episodios de la vida cuartelera de un colegio dirigido por militares se salta en el tiempo y en el espacio a episodios de la vida infantil o adolescente de los protagonistas, incluido el ambiente sórdido que reinaba en algunas familias. .

Se describen las mil y una perrerías (los perros del título) que se suceden en un internado de este tipo (que te hacen recordar algunos episodios de tu vida militar: "El retroceso de la culata conmovía esos cuerpos jóvenes que, el hombro todavía resentido, debían incorporarse, correr agazapados y volver a arrojarse y disparar, envueltos por una atmósfera de violencia que sólo era un simulacro"); las iniciaciones en el sexo humano y hasta animal junto a las ternuras y escarceos adolescentes; el recelo hacia los naturales de otras zonas geográficas (común a España, al Perú y a todo el mundo, por lo que se ve); la posición de la disciplina y la lealtad en la escala de valores del ejército; el doble plano de la vida paramilitar y la vida civil en los periodos vacacionales cuando se recuperan las amistades aletargadas.

Al final, la disciplina pasa como una apisonadora por encima de otros valores de la milicia y de la vida. Un acabar triste y decepcionante.

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