El rastro es un libro muy entretenido y muy bien estructurado. Tiene tres partes: breve historia del rastro; meditaciones y conjeturas o elementos para una teoría del rastro; y intermedio sentimental o práctica del rastro. El autor respeta el esquema pero en cualquier momento aparecen teorías y experiencias que no siempre tienen que ver con los rastros.
La edición del libro es muy esmerada. Una gran cantidad de fotografías vienen muy a cuento, con unos pies de página muy trabajados.
Cuenta Trapiello que desde hace cuarenta años, haga frío o calor, se pasa prácticamente las mañanas de los domingos en el Rastro y que si un domingo le pilla fuera de Madrid, aprovecha para visitar otros rastros. No cabe dudar de su experiencia en la materia.
Trapiello da un repaso a la fauna del Rastro; a los edificios, feos en su mayoría ("Es un edificio al que le quedan doscientos o trescientos años para ponerse bonito"); a la táctica del tanteo de compradores y vendedores, con aproximaciones y alejamientos ("en el Rastro el acento se pone en las palabras dichas y en la mirada. La gente en el Rastro se mira mucho, porque tratándose de verdad y mentira, hay que escudriñar en los ojos, donde la mentira se hace fuerte..."); al coleccionismo y los coleccionistas, en especial, los de libros, con su derivación de posibles disputas conyugales; al futuro del rastro y la competencia de las plataformas de internet ("a los que vemos al Rastro a ver la vida y a ponernos en manos del azar, internet no nos sirve"); al mercado de los cuadros con sus originales y sus falsificaciones; a la búsqueda al tuntún ("A diferencia del cazador, que si va a cazar corzos no se le ocurriría tirar a una liebre, el rastrómano puede llevarse a casa cualquier cosa aunque un minuto antes ni siquiera pensara en ella").
Palabras que sirven como colofón...
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