2020/05/22

ANA KARENINA, de León Tolstoi



Este período de confinamiento, ya un tanto relajado, ofrece la oportunidad precisa para abordar obras grandes, que si son grandes obras, mejor, porque si son pequeñas no merece la pena echar el tiempo en eso. Tal es el caso de Ana Karenina. Dos volúmenes de casi mil páginas necesitan continuidad para no perderse uno en las historias y los actores.

Lo primero es hacerse con los personajes, quién quiere a quién y las diferentes relaciones de parentesco. Así no se dan palos de ciego porque la obra va tejiendo amoríos y conviene seguir el hilo como es debido.

La obras se desarrolla sobre todo entre Moscú y Petersburgo en ambientes de la media-alta sociedad rusa. En los primeros compases la novela te pareció ñoña, con aburridas y manidas conversaciones de salón, donde pululan algunos intrigantes o maniobreros políticos, aunque otros están en ese mundillo por pura obligación. Al principio encuentras lenta la novela, parece que no pasa nada: ocurre que el autor se toma su tiempo en presentar a multitud de personajes, algunos poco relevantes e innecesarios, que hacen que el lector se concentre en detalles accesorios. Después la obra va cogiendo ritmo y acaba manteniendo la tensión y el interés.

Sorprende, por contraposición a las novelas actuales, que se pase de puntillas por los desahogos amorosos. El sexo explícito queda así: "Y en un momento los celos desesperados de Anna se trocaron en ternura desesperada y apasionada; le echó los brazos al cuello y le cubrió de besos la cabeza, el cuello y las manos".


Ana quiere vivir su vida y su amor fuera del matrimonio pero se preocupa por cuestiones mundanas como la filiación del hijo nacido de una segunda relación, con Vronsky, pero el hijo ha de llevar legalmente el apellido del marido -Karenin- al no estar disuelto el primer matrimonio. Las cuitas y zancadillas del posible pleito matrimonial te suenan a actuales. Al final Ana resulta una mujer insegura que no se acaba de decidir, se ve en el ojo del huracán y no resiste la presión.

Alexey Karenin, su marido, es un hombre cabal, digno, que asume hasta cristianamente la infidelidad como una afrenta ("He perdonado absolutamente. Quiero volver la otra mejilla") pero así y todo pide a Ana solamente un poco de discreción, que ni siquiera logra. "Exijo que se observen las formas externas del decoro hasta que tome medidas, que ya comunicará a usted, para salvaguardar mi honor".

Vronsky, el amante que consolida una relación cuasimatrimonial que también va perdiendo fuelle. Fue un hombre atractivo, que al final se enrola como miliciano. "En cuanto hombre valgo sólo en la medida en que la vida no significa nada para mí".

Stepan, hermano de Ana, es un hombre preocupado por el dinero, alto funcionario que consigue un puesto bien remunerado gracias a su cuñado Alexey Karenin. Se maneja bien en la maraña burocrática pero muy mal cuando se aleja de ese mundo. "Stepan había ido a Petersburgo a cumplir con un deber natural y necesario conocido de todos funcionario, si bien incomprensible a quien no lo es, a saber hacerse recordar en el Ministerio". "Fuese porque él, el príncipe Oblonski, tuviera que aguardar dos horas en la sala de espera de un judío, o fuese porque por primera vez en su vida no había seguido el ejemplo de sus mayores de servir sólo al Estada y entraba en una nueva esfera de actividad, el caso era que se había sentido muy incómodo". Pero Stepan va a menos y acaba enrolándose también en una milicia luchando a favor de los eslavos contra los turcos, tema que da lugar a que Tolstoi plantee la cuestión de la solidaridad internacional, y también las dudas de los milicianos. "Se pusieron a hablar de las últimas noticias del frente y ambos ocultaron uno del otro la perplejidad que sentían, a saber: con quién se iba a librar la batalla al día siguiente, dado que, según las últimas noticias, los turcos habían sido derrotados en todos los frentes. Y así se separaron sin que ninguno de los dos hubiera expresado su opinión".

Dolly, esposa de Stepan, no tiene un perfil demasiado dibujado. Hace un poco de puente entre el resto de personajes al ser hermana de Kitty, otra de las protagonistas. Es una urbanita cómoda, que sufre cuando le toca alguna estancia en el campo. "Era imposible encontrar mujeres para fregar los suelos; todas estaban cavando patatas. No había manera de montar en coche porque uno de los caballos era rebelón. No había sitio donde bañarse; ni siquiera era posible dar un paseo porque el ganado entraba en el jardín por una brecha en el seto y había un toro feroz que bramaba...".

Kitty, hermana de Dolly, es la mujer no estridente (ibas a escribir "normal", pero ¿qué es normal?), cabal, que tiene sus dudas en el amor antes del matrimonio y alguna después, pero una vez que da el paso, camina recto.

Lyovin es el arquetipo del autor, que sigue con interés y preocupación el avance del pensamiento comunista  ("Rusia ha sido arruinada por la emancipación de los siervos") y también la mejora de los sistemas de producción agropecuarios o la cogestión agrícola con sus empleados (reticentes a cambios organizativos o técnicos, prefieren seguir siendo empleados sin más), materias que generan vivos diálogos. Un hombre bueno, que dudaba ("pensar le empujaba a la duda") pero que no sabe delegar en las labores agrícolas porque desconfía del trabajo de los suyos: "Sabía que en su ausencia no atornillarían debidamente las rejas de los arados con lo que acabarían por desprenderse, y luego le vendrían con el cuento de que esos arados eran un invento inútil y no se podrían comparar con el antiguo arado ruso". "Como trabajador, el campesino que sabe leer y escribir es mucho peor. Y lo de arreglar los caminos es imposible; y tan pronto como como se pone un puente, lo roban". Al final, se decanta por una firme experiencia religiosa, que describe plásticamente como cuando alguien mira al cielo y está cubierto de nubes y casi sin darse cuenta pasa a estar totalmente despejado. Lyovin también es el hombre más feliz del mundo cuando contrae matrimonio pero poco a poco la rutina y su afición al trabajo agrícola van haciendo mella en él. A partir del momento en que presenció la agonía y muerte de su hermano, el pensamiento trascendente va ganando espacio en su mente. "Así pasa uno la vida divirtiéndose con la caza, con el trabajo, y sólo para no pensar en la muerte".

Tolstoi podría haberle dado el honor del título de la novela, pero un hombre tan lineal resulta poco novelesco.







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