Comentabas hoy a la salida de un entierro que no tenías pensado suicidarte mientras vivieran tus padres, porque si no les das alegrías, al menos no les des tristezas. Morirte tampoco querrías pero eso ya no está en tus manos.
Hay días en los que las conversaciones tienen un único tema: el que estaba harto de trabajar, el adolescente que tenía una pierna más corta que otra, el novio al que la novia había abandonado, el joven que solamente trabajaba para la casería y no tenía un minuto libre, la acusada injustamente de estar liada con un casado o la acusada verazmente, la joven que se tiró por la ventana porque no la dejaban hacer botellón, el anciano que no quería ser un estorbo.
¿Y qué se puede decir en estos casos? Nada. Callar.
A veces hay homilías reconfortantes, acertadas y elegantes: acordarse de lo bueno que hayan hecho en vida. Y alegrarse de que el hombre es libre y pensar que pese a la educación más esmerada y cariñosa, cada persona tiene un reducto de libertad para en última instancia decidir sin determinismos qué senda escoge en cada encrucijada.
4 comentarios:
Se ve que este comentario te salió desde la tristeza.De todas maneras es reconfortante. Además, una muerte, duele todavía más cuando se altera el orden natural. Un saludo
En los suicidios, siempre hay mas motivos que los obvios...
En esto de los suicidios a mi me preocupan los que primero matan y después se suicidan. A ver cuando les da por hacer a la inversa.
yo el suicidio lo castigaria con pena de muerte
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