Camino de los deberes sabatinos que con alegría te autoimpones, así nieve o caigan chuzos de punta, te diriges al Fontán. Siempre hay que llevar o entregar un libro o un CD en la biblioteca, y como no todo va a ser un baño cultural, te sientas en alguna de las sillas de tijera a
punto de destartalarse mientras te tomas la sidra, el pinchu de picadillo, la prensa y una ración de observación. No es la primera vez que por estingarriarte deshilachas un pantalón, con gran algarabía de tu señora.
(El diccionario de asturiano recoge ESTINGARRAR pero en tu casa decís ESTINGARRIAR, que queda todavía más exagerado: ponerse cómodo y de cualquier manera).
Camino del Fontán pasas por la plaza del Ayuntamiento y la iglesia de San Isidoro, en donde ves coincidir el alfa y la omega, el nacimiento y la muerte. Momentos después, cuando tomas asiento debajo de los soportales, se acerca a la mesa de al lado con un paso muy lento un hombre fláccido y desmejorado, que se acomoda junto al perro que le acompaña. No hace falta poner la oreja para oír la conversación, que inicia el camarero:
- ¿Qué, cómo se presentan los Reyes?
- Las fiestas ya terminaron.
- No, hombre, todavía queda Reyes.
- Pa mí ya pasó todo.
Después de unos minutos, mientras pensabas en el nacimiento y la muerte, tan próximos que caben en el mismo encuadre, el hombre se levantó dejando la botella demediada, y que se te perdone este nuevo asturianismo.
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