LECCIONES DEL ATERRIZAJE EN EL RÍO HUDSON

Ni le sacas punta ni acabas de ver la gracia a las películas americanas. Tampoco le acabas de coger el gusto a Woody Allen, ¡qué se le va a hacer! así que necesariamente estás un poco pez en geografía norteamericana, y eso que a veces cenas sobre un mantel de plástico con el mapa de los Estados Unidos, que debió dejar tu hija en tu casa olvidado o en depósito, ella sabrá.

Antes del 11 de septiembre no crees haber oído hablar nunca de las Torres Gemelas, ni haberlas visto conscientemente en ninguna película ni reportaje. Debías de ser el único ciudadano de todo Occidente que estaba pez en esa geografía de dominio público. Tampoco hasta ahora habías caído en que por Nueva York pasaba un río, y que ese era el Hudson. Ahora ya lo conoces, y hasta valoras la pericia del piloto que aterrizó o amerizó en sus aguas.

Todos estos detalles te habían pasado desapercibidos, como habías pasado por encima de los cincuenta y siete años del piloto, pero hay avispados que leen entre líneas y sacan punta a todo.

Eres un analfabeto sensitivo y a veces tienen que ximielgate (sacudirte) desde fuera para que caigas del guindo y te des cuenta de detalles elementales. Admiras, en este sentido, a esos formadores de las modernas jornadas de formación armados de power point que enlazan cualquier acontecimiento mundial para llevarlo a su molino y amenizar esas sesiones vacías de contenido, solamente útiles para justificar subvenciones.

Viene esto a cuento de que regresa tu mujer de la macrocomida anual de su empresa, porque la tuya tiene unos números rojos de espanto y no quedarían estéticos esos saraos, y cuando le preguntas qué tal fulano y mengano, que están prejubilados, pero tienen derecho a ir, te dice que están tristes porque “fíjate en la edad del piloto, tenía cincuenta y siete años y seguía en activo y mira cuántas vidas salvó y a nosotros nos dieron una patada en el culo por viejos”.

¿Será por eso por lo que tienen beneficios?