FRIVOLIDADES

Ibas a escribir algo sobre esa noticia del Prestige y el Abogado del Estado, pero abres el Hotmail y lees en la bandeja de entrada un comentario a tu último artículo.

Mientras nuestros niños sonríen con sus regalos y nosotros, ajenos a todo, podemos disfrutar de su felicidad, otros padres en Palestina desentierran a sus hijos sepultados por las bombas.

Repasando tus artículos no encuentras más que frivolidades. Más de cuatro veces, si lo que vas a decir o escribir no es mejor que el silencio, valdría más estar callado y cerrar el blog.

Relees con sentimiento de culpa las dos líneas como si fueran un latigazo. No borras el mensaje. Pasas a otro programa, a otra actividad, pero vuelves a la bandeja de entrada y sigue siendo el último mensaje. Entran otros, los lees, los vas borrando y el mensaje de los niños sepultados por las bombas sigue arriba y te queda mal cuerpo por no decir mala conciencia, la mala conciencia de no tenerlo claro o de no querer tenerlo claro o de tenerlo superclaro y quedarse sin hacer nada o escribiendo alguna frivolidad.

Una inmensa mayoría de los artículos que se publican, al menos de los que tú lees, se pronuncian contra la actuación israelí, incluso resumen en forma de un particular cuento los últimos sesenta años de Oriente Medio.

Los posibles fines legítimos acaban contaminados por los medios horrorosos que acaban enfangando la bondad de algún buen objetivo. Un caso más de la eterna e irresoluble cuestión de los medios y los fines, en la que nos colocaremos, según nos convenga, del lado de los fines o de parte de los medios.

Sin embargo te pones en la situación de un pueblo, el pueblo judío, que anduvo veinte siglos errante por el mundo, sin patria, hasta que en el siglo XX se asentó en territorios que habían ocupado anteriormente, para lo que desalojaron a los legítimos poseedores de los últimos veinte siglos. Difícil, por no decir imposible, papeleta ante dos pueblos con argumentos suficientes para ocupar un único territorio.

Muchas veces pensaste qué pasaría si un buen día se reconoce al pueblo gitano el derecho a constituir un Estado. Incluso imaginas que podría ser Asturias la región (desgraciadamente) elegida. Muchos de sus moradores, con legítimos derechos (o intereses) acabarían marchando como se fueron los palestinos al llegar los judíos.

Como te encuentras en un laberinto sin salida, acude en tu ayuda un artículo de Ferrater Mora de los años setenta, pero que sirve para siempre:

Primero fue Biafra, después Bengala, pero antes fueron muchos otros: Indonesia, el Congo y así hasta la noche de los tiempos. En el origen de esas hecatombes se encuentran a veces cataclismos naturales, pero casi siempre se trata de catástrofes engendradas por hombres, a quienes la Naturaleza solícitamente ayuda con inundaciones, temblores, pestilencias.

En las afueras de lo que las agencias de Prensa suelen llamar “zona afectada”, el resto de los humanos contempla, cuando se entera, esos azotes de muy diversas maneras y con muy diversos ánimos. De todo hay: curiosidad, conmiseración, indiferencia, muchas ganas de ayudar, pero cómo lo vamos a hacer o qué podemos hacer nosotros, envíos de trigo y vacunas, abstención de intervenir para no herir susceptibilidades, conferencias de organizaciones mundiales sobre los mejores modos de resolver el problema, editoriales en cadena.

Y con todo lo que acabo de escribir ¿qué se gana? Este es un artículo entre miles en los que se llama la atención sobre la miseria humana, la inhumanidad de la humanidad, lo mucho que se habla de algo y lo poco que se hace. ¿No sería más honesto abstenerse de airear el asunto y limitarse a reconocer que si el hombre es biológicamente un maravilla, moralmente es un fabuloso fracaso?. Lamentar los sufrimientos de tantos seres humanos puede ser aun peor que la indiferencia, porque le proporciona a uno esa buena conciencia que sienta como un guante, el sentimiento de un deber, desde luego mal cumplido, pero cumplido de todas maneras, y a otra cosa.

Sin embargo, no veo por qué no se podrían y aun deberían usar las facilidades que ofrece la letra impresa para poner en claro dos puntos.

El primero es que el mundo está hecho de muchas cosas, que muchos asuntos reclaman nuestra atención, que sería absurdo, caso de que fuera posible, poner de lado preocupaciones inmediatas para volcarse única y exclusivamente sobre otras que son de gran monta y urgencia pero que no están precisamente a nuestro alcance. Nos duele una muela. ¿Debemos dejar de acudir al dentista pensando en lo que ocurre en Bengala?. Es cierto que mucho de lo que hacemos podríamos muy bien dejar de hacerlo, pero hay montones de cosas, incluyendo la satisfacción de algunos de nuestros intereses y apetitos, que no hay por qué abstenerse de hacer.

Pero hay un segundo punto. Aunque el mundo se compone de muchas cosas y asuntos, unos tienen, cuando menos en ciertos momentos, prioridad sobre otros. Hay asuntos urgentes en el mundo y uno de ellos es cuando una comunidad entera se ve amenazada de extinción. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros?

Individualmente poco o nada. Colectivamente mucho o todo. Los individuos pueden hacer algo a través de la comunidad y esta acción individual en la colectividad se llama política. Los asuntos urgentes son, en el fondo, los asuntos políticos.