Aprovechando la buena temperatura norteña das un paseo con tu señora por el centro y por el casco antiguo y te encuentras con unos amigos del coro que te cuentan, con la torre de la catedral por testigo, que por Reyes se irán a Galicia a jugar al amigo invisible, tradición que desconoces. ¿Tendrá alguna relación con un artículo del también gallego Camilo José Cela, que leíste hace unos días sobre los regalos? Como estamos en tiempo de ellos, ahí va.
Los tiempos duros han creado –por la misma razón que la función crea el órgano- toda una varia suerte o teoría de regalos simbólicos, de regalos que valen poco, pero que representan mucho –mucho amor, mucha delicadeza, mucha memoria-, y que cuestan tan escasas monedas como un mínimo instinto de buen gusto y de originalidad.
Sin llegar a lo del novio pobre, que regala versos a cambio de corbatas, o a lo de la novia monilla e indigente, que admite zapatos de cocodrilo y corresponde con dulces sonrisas, se puede uno ir defendiendo a base de regalos simbólicos y desconcertantes.
El ciervo que sirve de perchero, la copa que se emplea para guardar los lápices, la concha que finge la función de pisapapeles y el extraño marfil que el tiempo y la costumbre convirtieron en tabaquera, son buenas piezas de regalos simbólicos, de regalos que se pueden rodear, aureolar, con los reflejos de una bella fábula, falsa como Judas, pero delicada y hermosa como una joven mucha silbando valses a orillas de la mar.
Puesto a decir las cosas con una seriedad tremenda –y una sinceridad ejemplar- quizá no mintiéramos al asegurar que, regalo por regalo, seguimos prefiriendo los regalos que no sirven para nada, o los regalos que nos cuesta un inmenso trabajo averiguar para qué pueden servir.
La lamparita de mesa de noche, la panera de metal blanco o el cenicero que no puede ser más que cenicero, son objetos que no deben regalarse jamás; son limitados cuerpos sin misterio, entre concretos y delimitados, prosaicos, sobrecogedoramente familiares, inútiles bajo su engañador antifaz de utilidad.
No, no caigamos en la cotidiana torpeza de regalar objetos de regalo.
Regalemos cachimbas usadas, capitolios de paseo, libros del XVIII con los consejos del maestro Ciruelo contra las frutas, figuritas de porcelana sin nariz, globos de cristal con una sangujuela dentro, retratos de patilludos marinos mercantes del siglo pasado, chapines de hebilla de plata, banderillas de lujo y velas de rizada fantasía.
El regalo simbólico, que comenzó siendo una necesidad, se ha convertido en un lujo de del espíritu, porque es más difícil –y más hermoso- acertar gastándose tres duros que equivocarse pagando mil pesetas. Un objeto de regalo lo puede regalar cualquiera, y deja de ser regalo lo que no se distingue, tanto como no merece la pena hacer lo que pueden hacer los demás. Pero un regalo simbólico, un regalo que no sirva para nada, absolutamente para nada, es algo que no se consigue sino a fuerza de ingenio, de buen gusto, de paciencia.
El alcalde de Tokio, que acaba de regalar dos patos y dos salamandras al Pandit Nehru, debe ser un hombre en cuyo corazón haya granado, como una milenaria florecilla multicolor, la más vieja esencia de la más fragante y rendida cortesía oriental. Se necesitan muchas docenas de siglos educando al espíritu en las artes del buen e instintivo acierto para poder acertar, tan como sin quererlo, a las primeras de cambio, sonriendo y sin descomponer la figura. Hace falta mucho valor en el cuerpo (y mucha veteranía en el alma) para atreverse a regalar dos patos y dos salamandras al Jefe de un Estado amigo. Quizá suceda que ese valor y esa veteranía sean las que precisamente decoren la misma entraña del regalo simbólico, del regalo que irrumpe, como una inundación, sobre la atónica conciencia de quien lo recibe.
3 comentarios:
Compañero,colega,Luis Simón un sincero saludo y mis mejores deseos para ti y los tuyos en este ya 2009.
Seguire leyendote ( y aprendiendo contigo y de ti)
Amigo invisible: en un grupo de amigos/as, compañeros, reunión familiar etc etc escribe cada uno su nombre en un trozito de papelque se dobla cuidadosamente . Se juntan todos en un recipiente adecuado. A continuación cada uno va sacando un papelito con cuidado que solo tú veas el nombre en él escrito. Si sacas el tuyo, repites la acción. Al año (nosotros lo hacemos en Reyes)tendrás que hacerle el regalo a esa persona que aparece en el papelito.
No es una tradición como tal, pero se ha adaptado a las circunstancias y a la ocasión. Problema: que pierdas el papelito o no te acuerdes. Solución: alguien , con juramento de silencio, hace una lista que guarda escrupulosamente y a él/ella acudes en caso de apuro.
Edad mínima para participar: 18 años.
Sencillo y eficaz
Respetado Luis Simón.
Mis Respetos. .
Observando todo lo Que hay anteriormente,Ví la Capacidad De escritura, Espectacular!
No se Si sea Ud quien lo escribió Pero me ayudo Mucho en muchas cosas.
Comparto su Idea respecto a Los regalos de Significado.
Yo, de mujer Agradecería Mas Dos tórtolas Que Representan La unión y El amor, Que Una blusa ¬¬ ..
En fin, Simplemente Quería Felicitar a Tal escritor. Sea quien sea :)
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