2020/04/02

ANTOLOGÍA DE SPOON RIVER, de Edgar Lee Masters

Leíste un libro que te encantó, pero no habrías dado con él si no fuera un regalo que un buen (ya ex) compañero y empedernido lector te hizo unos días antes de que pisaras la oficina por última vez. Quería que tuvieras un recuerdo suyo y estás muy agradecido.

La portada es una apelación a tus aficiones: los cementerios, los registros parroquiales, las defunciones, las esquelas curiosas...pero el libro no es prosa administrativa sino que tiene ese sonido especial de la poesía traducida de otro idioma.

El libro incluye más de doscientos poemas, que en su inmensa mayoría intuye las palabras que unos difuntos corrientes de un pueblo corriente dirían debajo de las lápidas si alguien los pudiera oír. En muchos casos los poemas están emparejados, para permitir las diferentes versiones de un mismo hecho.

¿Habéis visto pasearse por el pueblo
a un hombre cabizbajo y abatido?
Es mi marido, que con secreta crueldad
que nunca se sabrá, me robó juventud y belleza,
hasta que, arrugada y con dientes amarillos,
perdida la dignidad y avergonzadamente humilde,
bajé a la tumba.

Ese es el primero de la antología, excelente introducción a las páginas que seguirán. El siguiente poema es el del marido cruel.

Fue ella quien me quitó la fuerza minuto a minuto...

Van desfilando la madrastra despiadada, el borracho irredento, el juez vendido, el fiscal y su mujer, la maestra solterona, el director del periódico vendido al mejor postor, la poetisa gorda y bizca, el médico traicionado, el soldado con estatua muerto, el sereno, el tísico, el jefe de la policía municipal agresivo y el hombre que lo mató, el apoderado cruel de los ferrocarriles, el cajero del banco que quiebra, el reverendo, los jóvenes filósofos callejeros, el tránsfuga, muchos suicidas, el niño prodigio frustrado, desencantados varios, el bibliotecario, el pequeño propietario pisoteado, el marmolista de los epitafios, el niño que sueña en vano, el profesor incomprendido, el ateo, el empresario de aparente éxito...

Me compré casi todas las máquinas conocidas: 
moledoras, desgranadoras, plantadoras, segadoras,
(...) y hacia el final cuando pensé que todo estaba acabado
miré a una de las trituradoras que había comprado
-de la que no tenía la más mínima necesidad,
tal como fueron las cosas, y que nunca usé-
(...) Me vi a mí mismo como  una buena máquina
que la vida nunca había usado


1 comentario:

Karen Dinesen dijo...

Gracies, Luis, por esti regalu que te hicieron y nos haces.
Ye muy, muy apetecible.
Salud