2019/12/23

EL CUENTISTA FERROVIARIO SE DESPIDE (Cuento de Navidad)

 Desde hace unos años se venía colocando un belén en la oficina. Iba un poco contra los nuevos tiempos laicos, pero seguramente no molestaría gran cosa. Los promotores se daban por satisfechos si las figuras y el musgo eran capaces de suscitar una sonrisa o de evocar algún recuerdo entrañable. Unos días antes de Nochebuena, casi a la par que el sorteo de la lotería, se abrían unas botellas de sidra gaseada que permitían dar más cómoda cuenta de los mazapanes, del turrón y, si había suerte, de unas casadiellas caseras. También se entonaban, con desigual afinación, unos villancicos populares.


Allí estaba el cuentista, que desde tiempo atrás se entretenía escribiendo un cuento de Navidad. Alguno se atrevió a preguntar qué pasaba con el tradicional cuento, porque las fechas estaban ya encima. El cuentista dijo en voz baja que ese año no había cuento.

-         ¿Pasa algo? Estás más callado que de costumbre.
-         No, simplemente que no se me ocurría nada y decidí hacer un paréntesis. Solo pensar en alejarme del ferrocarril, que tantos cuentos me inspiró, me dejó sin ideas.
-         Precisamente esta Navidad, por ser tu última en activo, esperábamos algo diferente.
-         Pues ya veis, las musas no me fueron propicias.
-         Al menos, podrías recordar algún cuento de aquellos.


El cuentista quedó pensativo unos instantes:

-         Bueno, se intentará.


-         Recuerdo que un año partieron de Gijón, en tren, claro, Maruja, Pepe y Juanín. Salieron casi sin rumbo y se apearon en una estación al azar. No tenían dónde dormir y se cobijaron en una iglesia que estaba a punto de venirse abajo, pero Pepe era albañil y se encargó de reparar, no solo la iglesia, sino que se convirtió en restaurador de los monumentos de los alrededores y allí se quedó la familia para siempre.
-         Otro año volvió a salir de Gijón una pareja, esta vez Juan y María, para recordar cómo unos lustros atrás se habían conocido en un exprés en el puerto de Pajares una noche de averías e insomnio.  Finalmente el viaje acabó en la estepa leonesa, concretamente en Calzada del Coto, en Tierra de Campos, donde un sencillo belén adornaba los andenes de la estación, justamente el año anterior a su derribo.
-         El año siguiente coincidieron trabajando en un túnel de la Variante de Pajares Jandro, Jamín, Pepo y Gelito, que habían montado un árbol y un nacimiento en un refugio del túnel. En Nochebuena dejaron solo el tajo y el túnel, pero tuvieron que volver: unos sensores habían detectado unos extraños sonidos, que solo eran la misteriosa música de algún villancico.
-         En otra ocasión los Reyes Magos se apearon de un tren remolcado por una máquina de vapor frente a la iglesia de Puente de los Fierros. Amenizaba y solemnizaba la misa el afamado Coro Reconquista, donde cantó el cuentista unos años inolvidables.
-         En la Navidad siguiente un grupo de amigos decidió pasar la nochevieja en Oviedo. Cogieron el tren correo, pasaron por Veriña (donde el cuentista pasó cinco años abriendo y cerrando señales), por Serín, hasta que quedó sin chispa en el túnel de Villabona. Ahí les dio la medianoche y los amigos encendieron unas velas y cantaron unos villancicos.
-         El invierno siguiente el cuentista reunió en su pueblo natal a las estirpes asentadas allí desde siglos atrás para despedir al último tren que saldría de la estación, que se clausuraba el día siguiente. Allí se juntaron Barros, Monteros, Bayones,  Garcías, Moranes, Requejos, Riveras, Maruganes y Urías. De las aldeas del contorno se acercaron Fueyos, Abellas, Cacheros, Bernardos, Cienfuegos…
-         La siguiente Navidad el protagonista fue Xuanín, desconsolado porque había oído decir al Papa que no hubo ni mula ni buey en aquel Belén de hace dos mil años.
-         Un año el cuentista acababa de leer a Faulkner y se le ocurrió un complicado cuento narrando dos historias navideñas en paralelo.
-         Otro año, al hilo de unas reñidas elecciones municipales, el cuentista dudó entre el árbol y el nacimiento.
-         En el invierno siguiente fueron las figuras de plástico o de barro del nacimiento las que relataron cómo pasaban el año en despensas y trasteros hasta ser desempolvadas para las próximas fiestas.
-         En otra ocasión, coincidiendo con una fusión ferroviaria, salieron simultáneamente un tren de vía ancha de Pajares y otro de vía estrecha de Pola de Laviana, y al llegar trenes y viajeros al unísono al túnel recién inaugurado de Gijón montaron un inaudito nacimiento.
-         El último año unos peregrinos partieron de Tierra de Campos, otra vez Tierra de Campos, para llegar a los montes lenenses. Se asentaron en la campa de Bendueños, desde donde podían divisar al oeste las vías del Pajares, al este la explanación para las vías del Huerna.

Alguien de la concurrencia preguntó con qué cuento se quedaba el cuentista.

Mintió:

-         No tengo preferencia por ninguno, pero puedo asegurar que el que menos me gusta es el último. 

Le desearon suerte. Quizá en la próxima Navidad nos cuente qué belén, qué árbol de Navidad, qué esperanza, qué ilusión es capaz de atisbar mientras observa cómo se cavan zanjas, cómo se mueven grúas, cómo se montan andamios, en fin, las tareas propias de un jubilado ocioso y criticón.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

El cuentista podrá dejar su trabajo por desvinculación laboral, pero no dejará de ser ferroviario. El cuentista podrá dejar su blog, pero no dejará de soñar, ni de escribir... algún que otro cuento. El cuentista lleva toda una vida en el ferrocarril y sus compañeros le llevan grabado a fuego. El cuentista ha ido dejando huella, ya fuese con las casadielles caseres (con todo el cariño y buen hacer de su madre) con el vermú con gamba, con una pitanza con los huevos de toro, con una palabra amable, o con un do de pecho con voz de tenor...

El cuentista dejará de cruzar por las mañanas las calles para llegar a su oficina, pero seguro que seguirá fijándose en los establecimientos que alegran las fiestas con motivos navideños. El cuentista no puede dejar de escribir-nos, ahora que le quedará más tiempo para contarnos cosas del ferrocarril y de cualquier pensamiento que se le cruce, porque el cuentista lleva mucha vida a sus espaldas.

El cuentista se va. Pero siempre estará con nosotros. Y no metafóricamente, porque acudirá siempre que le llamemos, nos escuchará siempre que le hablemos y nos ayudará siempre que pueda y si o puede, nos llevará a quien pueda.

El cuentista se merece un fuerte abrazo y no un adiós, ni un hasta luego, porque siempre será como si no se hubiese ido, aunque su despacho lo ocupe otra persona. El adiós es para cuando uno exhala su último aliento.

Por lo demás, disfruta de esos turrones, de esas sidras, de la gente que has ido conociendo, disfruta de la navidad con tus seres más allegados, disfruta del nuevo año que va a empezar, disfruta de los reyes y de los regalos que te traigan, disfruta de tus excursiones, de tus visitas, del arte en general y de la literatura en particular, disfruta de tus cantos a coro, de tus silencios de tus reflexiones de Buridán.

Karen Dinesen dijo...

No puedo menos que felicitar al cuentista y da-y les gracies al anónimo por presentar su cara amable, que ye la suya de verdá aunque se empeñe a veces en hacer cosquilles sin medida. Porque esti anónimo ye desmesurau en todo.Y esta vez quiso mostrar la querencia que te tien, Luis Simón.

Yo, que también tiro los petardos a la pañeruca cuando la neura me aprieta, también quiero que sigas siendo ferroviariu y que me dejes decir babayaes en el tu blog.¡Por Buridán!

Gracies, Luis.
Un abrazu

Victoria

Anónimo dijo...

Un ferroviario no se jubila nunca. En tu oficina tienes tres cuadros, tres iconos que resumen buena parte de tu vida: la estampa ferroviaria de Agustín (profesión), un inhabitual Gernica/Gernika para un despacho (ideales) y una litografía de la Facultad de Derecho de Oviedo (formación). Cuando vuelvas y abras la puerta de tu oficina lo primero que verás será ese óleo colgado a tus espaldas que representa la estación de Pola de Lena hace un montón de años, con un tren, concretamente una seiscientas pintada de amarillo, estacionada en una de sus vías. Agustín te regaló ese óleo hace más de quince años, y lo dedicó en el dorso, cuando se prejubiló, como reconocimiento por alguna gestión reglada y puramente reglamentaria que habrás realizado en aquel entonces. Pertenecía a esa generación desaparecida que agradecía lo obligatorio. 7/31/2011 03:12:00 a. m.