2014/07/19

LOS MISERABLES (por fin)

Tuvieron que llegar las vacaciones de verano para encontrar unas horas libres y acabar de dos tirones la lectura de Los Miserables, de Víctor Hugo, que comenzaste allá por el mes de enero.

Mil doscientas páginas, con sus altibajos y no siempre con la misma intensidad, con numerosos personajes que atraen la atención para desaparecer sin rastro. Pese a ello, no en vano es una de las grandes obras de la literatura universal de uno de los más grandes.

A lo largo de la novela se muestran numerosos contrastes, entre otros la convivencia entre los miserables, los que no tienen nada, con la casta, palabra hoy tan de moda, los del poder establecido. Los miserables levantan las barricadas y acaban muriendo casi todos, pero se salva el protagonista, rescatado por los pelos a través de las cloacas de Paris, los bajos fondos, toda una alegoría.

Es una novela con su intriga donde algunos buenos son demasiado buenos, como corresponde al encuadramiento romántico del autor, y los malos muestran algún rasgo de bondad que los salva.


En la novela pueden abrirse largos paréntesis para describir muy detalladamente episodios de la batalla de Waterloo; o las construcción exacta de las cloacas de Paris incluyendo la descripción de los materiales de construcción o sus recovecos; la descripción y la defensa de los argots de los miserables; cómo la vida transcurre con normalidad a medio kilómetro de una batalla o de una barricada; las tensiones entre la ley y el derecho, o dicho de otra forma, entre los reglamentos y la justicia, tensiones que se libran en el interior de los encargados de la vigilancia del orden.

Te llamó la atención también el respeteo que a Víctor Hugo le merece España, pese a que eran relativamente recientes los episodios guerreros entre su país y el nuestro. Todas las alusiones son positivas y las ciudades que se opusieron a la invasion, como Zaragoza, merecen su elogio.

Víctor Hugo es un escritor católico y el horizonte de Dios está presente a lo largo del libro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Está bien: una visión maniqueista de la realidad. Lástima que la realidad no sea tan maniquea como la ficción: no los que dicen creer en dios son los más honestos, los mas honrados: para los musulmanes, su dios dice algo y para los cristianos, su dios dice otra cosa, los judíos tienen su guerra.
En la situación actual, ganan los miserables de principios, los que se enriquecen a costa de las miserias de los demás, los que no son solidarios con los más desprotegidos, los que no predican con el ejemplo, los corruptos, los sepulcros blanqueados que se sientan en los primero bancos...