2012/09/24

TIAGÓN

Hacía unos sábados que no ibas por El Fontán a dar cuenta de la consabida botella de sidra y de su inseparable pincho de picadillo. Como quedó registrado por aquí, que no fueras un sábado no quiere decir que no acudieras entre semana por si acaso, pero no es lo mismo el sucedáneo que el original.

Este sábado tocó, ¡qué mejor cosa que hacer lo de siempre para celebrar las fiestas de la ciudad! Tomaste asiento en la zona preferida, abriste el periódico y a la vez que ojeabas los titulares, ibas observando el panorama. El camarero de la zona parecía haberse levantado con el pie izquierdo, pero al llegar a la página dos, la de la viñeta, cambiaste de idea y cavilaste sobre otra hipótesis que podría explicar su malhumor.

El buen tiempo y las fiestas de San Mateo aumentaron el poder de convocatoria alrededor de la plaza porticada donde Tigre Juan ejerciera imaginariamente su oficio de curandero y sangrador, y donde muchos años después un paragüero real remendara potas y enhebrara varillas. Pasados real e imaginario quedaban bajo tu campo de visión.

Sin que te percataras de verla llegar caminando (espectáculo que te perdiste) se sentó de espaldas y delante de tu mesa una que en su día fue moza, más o menos cuando tú, con la que coincidiste en otra plaza porticada, la de la Facultad de Derecho, con la estatua del Inquisidor Valdés Salas vigilando desde su peana para que no te excedieras en la inspección. No era de las adscritas a tu preferida raza de las musguinas, sino a la de las resultonas. Pequeña de estatura, de párpados caídos que insinuaban tristeza, proporcionada de facciones, de labios carnosos y, sobre todo, de andares lentos y pasos marcados que conseguía contorsionando ligeramente sus caderas bajas hasta lograr un movimiento uniforme y cadencioso como el de las bielas de una máquina de vapor. Más que caminar, se desplazaba, al tiempo que colocaba al gusto su media melena con un leve giro de cuello. El único pero eran los envidiosos besos con su pareja de entonces. Nunca le dirigiste la palabra, pero no sabes lo que habría pasado este sábado si no estuvieras también atento a ese cliente habitual de vida y nombre ignorados que merodeaba entre las mesas como alma en pena mirando si quedaba algún hueco libre.

Te sentiste solidario con él, te pusiste en su lugar y, como no esperabas visita (la moza de las caderas ya estaba con una amiga, la legítima estaba entretenida con otras labores) le invitaste:

-         Si quier sentase aquí...

Aceptó. Mientras se rompía el hielo, seguías escudriñando a la moza de las caderas bajas. Sus manos eran morenas, nudosas, decididas, de abundante piel gruesa, con las uñas cortísimas, pero no mordidas. Nunca pasas por alto las manos de las mujeres.

Comenzaste a charlar con el nuevo compañero de mesa, que resultó ser ayerán de Boo. Repasasteis conocidos comunes de su valle, otro tanto de la zona de Fierros; también de Abengoa, donde trabajó varios años; del pozo Polio y del Santiago, donde estuvo de picador.

-         ¿Del Santiago? Allí picó y estuvo de sindicalista el mi amigu Salinero. ¿Lo conoces?

Aquello fue el acabóse. Pegamos un cariñoso repaso a la vida, logros, milagros y juramentos de Salinero.

-         ¿Por qué nombre te conocen?
-         Santiago, Tiagón.

La lectura de la prensa quedaría para la tarde.

No hay comentarios: