En la sección de Cartas al director lees una que se titula: Renfe, gracias a las personas, no a la organización.
Al hilo de la carta meditas sobre qué es la Organización, entiendes que con mayúsculas, aunque también cabría pensar en la minúscula.
El lector hace especial hincapié en el trato recibido de un interventor. Estupendo. Pero considera que en la ayuda recibida en el resto de estaciones, la O/organización tiene poco que ver, cuando es la O/organización la que dispuso que hubiera personal de ayuda en Madrid, Valladolid, León y Gijón, en definitiva el servicio ATENDO, que no es solo de Renfe, también de ADIF y otros organismos.
Dónde empieza y dónde termina la labor de la Organización y dónde la de las personas no es cuestión fácil de delimitar, como tampoco parece más sencillo decidir de qué está hablando uno cuando se refiere a la Organización o en qué personas se está pensando cuando se habla de las personas. Da la impresión de que los que están dictando instrucciones a kilómetros de distancia de un punto donde haya surgido una incidencia, no son personas sino Organización, (también personas sin alma) de tal manera que si sus instrucciones son desacertadas, el fallo es de la Organización (o de organización). Pues bien, si son correctas, el acierto es de la persona que concretamente ocupa un puesto en la Organización, precisamente el puesto de organizador a grande o pequeña escala.
Al organizador se le suele hurtar ese mérito, sea el capitán de un transatlántico o la encargada de lencería de Zara. El mérito del organizador queda diluido en la Organización/organización. El fracaso es de la Organización/desorganización sin pensar en el organizador/desorganizador.
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