2020/11/10

UN HOMBRE QUE SE PARECÍA A ORESTES, de Álvaro Cunqueiro


 La novela se organiza de manera curiosa: cuatro capítulos llamados partes, seis retratos (de los personajes principales de la tragedia griega), y un índice onomástico (de una serie de personajes secundarios que intervienen en el relato, algunos una sola vez).

 

La novela comienza otorgando el protagonismo a los personajes secundarios, que a veces son contemporáneos de los del mito pero otros parecen de un tiempo posterior. El relato avanza como una nebulosa. Por lo que se lee de la obra, trata de Orestes, pero ni el protagonista, ni nadie que se le parezca, ni ningún mito contemporáneo suyo acaban de aparecer hasta unas decenas de páginas después.

 

Según se avanza con la lectura, a veces se necesita consultar el índice onomástico del final para comprobar quién es cada personaje. Estás tentado de omitir el penúltimo capítulo en la idea de que resumirán la vida y obra de los personajes míticos, pero resulta que el desenlace de la novela se relata precisamente aquí.

 

A lo largo de la novela se observan diferentes planos de la realidad: parece fundamental el de esos mitos atados al destino y obligados a que se cumplan las predicciones de los augures, que tampoco son unívocas. Es esencial el papel de Electra, hermana de Orestes, que le recuerda que es necesario vengar a Egisto, matador de su padre Agamenón, y a su madre (la de Orestes y Electra) vuelta a casar con Egisto. Electra infunde a Orestes palabras heroicas y le empuja a la venganza, pero el pueblo está a resolver sus problemas cotidianos y le suenen muy lejanos los afanes de Orestes.


 Tu -le había dicho Electra- declararás siempre que eres Orestes, y que te diriges, sin perder hora, a cumplir la venganza. La gente se apartará, religiosamente aterrada por tu sino fatal. La cabeza levantada, el manto desgarrado por las zarzas de los caminos, los zapatos cubiertos de polvo. Pides agua, bebes, te mojas los ojos y das las gracias.  


Esclavo de su destino, solamente una vez pudo disfrutar de la soledad y la libertad sintiéndose Don Quijote e imaginando molinos.

Por su parte, Egisto sabe que tiene que cumplirse la venganza y su vida es una permanente espera y vigilancia. “Toda la vida la había gastado en esperar. Dejaba en el lecho a Clitemnestra, y se dirigía, silencioso, de puntillas, espada en mano, hacia la espada de embajadores (…) Egisto había conocido a Orestes niño, pero ¿cómo sería ahora, adulto, el vengador? Egisto había ordenado que rehiciesen retratos del hijo de Agamenón, y tenía una docena, pero cada retrato daba un hombre diferente. Orestes no acaba de llegar y la vida se le iba al viejo rey”.

Nada más terminar el libro apetece leer un clásico griego sobre Orestes.  

El libro tiene sus momentos psicológicos, como cuando el rey tracio Eumón casi convence a Egisto de que no mató a Agamenón sino a Orestes porque nadie le vio la cara ni antes ni después.

La novela está salteada por hilarantes anacronismos: el perro aborigen americano, bigotes a lo káiser, el sereno que da las diez y lloviendo, comparaciones con Otelo, noticias que se publican en la Gaceta, el corsé inglés, caballos que hacen pasos de escuela española, las funerarias, doña Clitemnestra, imágenes del arcángel San Gabriel o de María Magdalena, reliquias de los primeros mártires, la feria de San Narciso, el almuerzo de vigilia, tributos que se cobran por Adviento, las conchas jacobea, personajes como Pepe o La Polaca o el preste Juan de las Indias

Se encuentran también diálogos chocantes, tan alejados de los esperables en una tragedia, como el que tiene lugar entre Orestes (o alguien que se le parece) y un mesonero.  
  • ¿Cómo te dijiste que te llamabas?
  • Orestes
  • Nunca oí tal nombre, ¿es de mártir?
  • No, fue inventado para mí. Voy a mi patria porque he de cumplir una terrible venganza. El amante de mi madre mató a mi padre.
  • ¡Eso no te exime del pronto pago!

     O la preocupación por dónde tienen el ombligo los centauros, si en la parte humana o en la equina.

     No podía faltar una apelación a la duda, como estas palabras de Eumón a Egisto. El muerto puede ser Orestes o no serlo. Lo que importa es que tú tengas la seguridad, o la esperanza, de que lo haya sido. Unos días estarás cierto de ello, y otros no. Pero, con las dudas, tu vida será diferente. Un hombre que duda es un hombre libre, y el dudoso llega a ser poético soñador, por la necesidad espiritual de certezas, querido colega.  


No hay comentarios: