2020/11/08

RELAJO


 Lees un capítulo de Un hombre que se parecía a Orestes, de Cunqueiro, e inmediatamente te viene a la mente un recuerdo de aquellos  años de ferroviario de verdad, no los muchos años oficinescos.


Tenías los reglamentos bien frescos, donde se indicaba que el jefe de circulación estaría bien atento al paso de los trenes para, en caso de observar alguna anomalía, ordenar la detención inmediata del tren. Ni que decir tiene con qué esmerada atención observabas el paso de los trenes desde que aparecía en lontananza hasta que casi se perdía de vista el vagón de cola. Interesa hacer la observación de que en la línea en la que trabajabas los trenes avanzaban únicamente con el verde de las señales, no hacía falta presentar banderín de día ni farol con luz verde de noche. Sin embargo, de noche salías con el farol de luz blanca para que desde la máquina se viera que había alguien allí atento a su paso.

Eso era al principio. Casi nunca había ninguna anomalía que comunicar porque todo iba perfecto. Con el paso del tiempo, sobre todo si las temperaturas bajaban drásticamente, el tiempo de contemplación de los trenes disminuía y nada más pasar el último vagón te metías para el gabinete de circulación.

Si llovía, la tentacion era no salir al andén y verlo pasar a través de los cristales.

En las largas noches a veces se echaba un pigazu, los ojos medio cerrados, amodorrado contra la pared o sobre algún camastro de ocasión. Te llegaste a conformar alguna vez con comprobar que a juzgar por el ruido de las ruedas sobre los carriles el tren no presentaba ninguna anomalía. 

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