2014/02/28

COMUNIDAD

Las reuniones de la Comunidad, si acaban bien, tienen algo entre entrañable y almodovariano. Si los comuneros posibles están entre ochenta y noventa hay tipología abundante.

Por ejemplo está el que no van nunca porque no quiere follones o está por encima del bien y del mal y no se mezcla con la chusma y los pequeños números o algo le pasó hace años y desde entonces nunca jamás.

Luego está el constructor que se quedó con una planta para plazas de garaje y nunca fue a las reuniones desde hace treinta años hasta hoy, que le dio por acudir para cuestionar la imputación de algunos gastos del seguro o de la luz o de un portón del garaje. Cuando, en el vino subsiguiente, te/preguntas por el motivo del aterrizaje del constructor discutiendo pequeñas cantidades, te lo aclaran: es la crisis, que obliga a aquilatar gastos.

También está el que llega tarde e interviene en cuestiones ya debatidas. Es su piso y tiene derecho a llegar cuando le da la gana y a que se le escuche.

Está la comprensible señora entrañable que colocó un anuncio de venta o alquiler de su plaza de garaje en el portal y se lo arrancan sistemáticamente. Apela a la grabación de las cámaras de seguridad y cuando le informan de las limitaciones se pregunta para qué se realizó el desembolso si no es para estos casos tan evidentes y justos.

En el vino posterior con los contertulios habituales, te pones al tanto de los últimos chismes y cotilleos del portal, el recién separado, el que se prejubiló, el que saca la basura por la mañana y la mete en una papelera (el mismo de la tertulia L’Alderique, que pagó una parte y ahora solo debe 171 euros según informaciones del administrador).

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