2014/03/01

LUIS EL DEL ESTANCO

Siempre te pareció ridículo que cuando muere una persona el comunicante se centre en detallar dónde estaba cuando se enteró, quién y cómo se lo dijo, qué hizo después, a quién llamó, (“que, por cierto, estaba yo en…y venía de… con…cuando me llamó Fulano y me dijo que había muerto Zutano y entonces llamé a… que me dijo que estaba de vacaciones en…”).

Casi caes en lo mismo intentando hacer memoria, fijando cual sería y cual será para siempre el último recuerdo de Luis. Pudo ser hace diez días, no más de quince. Venías de trabajar por la tarde por la calle Nueve de Mayo. Ibas camino de casa y te encontraste con dos jubilados del taller de tu padre, Valentín y Juanín el de Collanzo. Primero estabas con Valentín, seguramente hablando de prejubilaciones, por hablar de algo, un asunto que te interesa bien poco porque no te vas a apuntar y aunque quisieras no entrarías en la lista. Al poco pasó por allí Juanín y seguisteis conversación porque los buenos amigos de tu padre tienen un hueco en tu corazón.

Como hablar no te disgusta estabas en animada conversación a trío cuando pasó Luis, que terminaba también su tarea vespertina e iría a coger el coche del garaje próximo a su gabinete psicológico. Observaste a Luis con gana de conversación pero tú estabas con el trío y te dijo unas palabras amables, como siempre, y no hubo lugar a más porque sería una descortesía dejar a unos para estar con otros no teniendo nada urgente ni importante que tratar.

Luis, pese a su enorme curriculum como catedrático de Psicología, para ti era el que tuvo el estanco en su habitación del Seminario, quizá en quinto de bachiller. Ver para creer, entonces podíamos fumar con quince años ¡y hasta había un estanquero!

Al enterarte de su muerte quedaste absolutamente frío.

Descanse en paz.

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