2013/02/16

LITURGIA

Merodear por la zona de la Plazuela de Daoíz y Velarde, hacerse el loco como que paseas sin más pretensiones, pero en cuanto divisas una mesa libre lanzarte sin miramientos sobre ella para tomar plácidamente una botella de sidra, un pincho de picadillo y leer La Nueva España, es un rito que cumples una vez a la semana, si no dos. Más que un rito, una liturgia (obra del pueblo, según la más creíble etimología), una santificada costumbre.

Sin embargo, no siempre fue así, ni siempre acudiste a la misma hora, ni siempre los mismos días, ni siempre tomaste el pincho de picadillo, ni las botellas llevan pegada una etiqueta desde siempre, ni posiblemente eran de la misma marca, ni siempre los toldos de las tiendas del aire mantuvieron rotulación uniforme, ni siquiera rotulación, ni siempre fueron de plástico ni blancos con letras azules. Sin embargo, pese a toda esa evolución, o por eso, tienen razón todos los filósofos presocráticos, tanto los que defienden que todo fluye, tal que Heráclito (nunca te bañas en el mismo río, todo cambia, παντα ρει) como quienes con Parménides sostienen que nada cambia, que la esencia es inmutable.

Si no fuera por esa liturgia de la lectura reposada entre culete y culete, no repararías en el suplemento ESTA HORA encartado en el periódico del día, donde José Luis, tu antiguo compañero, y máximo experto teórico y práctico de la diócesis en liturgia, escribe precisamente sobre la liturgia. Si no conocieras a José Luis, también hijo de ferroviario, pasarías por alto esa colaboración semanal y no habrías reparado en un párrafo que es tan aplicable a la liturgia eclesiástica como a la de cualquier organización, porque trata del eterno problema de las esencias, los cambios y las transgresiones, muchas de las cuales acaban siendo norma. “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia”.

Vano deseo, porque si nunca se cambiara nada no se vería la necesidad ni la utilidad de cambiar nada.

Dicho todo lo anterior, te declaras partidario de las liturgias, pero entendidas al modo juancarlista, es decir, rompiendo de vez en cuando el protocolo, que acaba siendo también una liturgia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La religión es como la política: hay muchas versiones con muchos dioses y cada religión dice adorar al único dios verdadero.Cualquier religión es la oposición de otra. Cada uno en la suya quiere conservar su hegemonía. No quieren que nada cambie. La religión no evoluciona con los tiempos y casi nadie acepta las verdades reveladas por dios, ni por el presidente del gobierno. Religión y política se han aliado durante muchos años para tener sometido al pueblo. El pueblo pasa necesidad y el clero y los políticos viven en la opulencia. A veces me parecen dignos de admiración los que han abandonado un seminario, o han renunciado a los votos y han formado una familia.

Anónimo dijo...

Hay muchas cosas inamovibles, inmutables. La liturgia siempre ha estado asociada a connotaciones religiosas. Todos los ritos están relacionados con instituciones que ostentan el poder. El poder, en principio es malo, la autoridad es buena. La rebelión cambia de manos el poder. El poder se está haciendo laico y debe seguir prestando servicios humanitarios, como hacen las ONG's. Si antes estas misiones antes eran casi exclusivas de las órdenes religiosas, hoy hay gente que quiere hacer el bien y se separa de cualquier institución que se reproduzca por endogamia. Cada día desayunamos con un escándalo de alguna institución. ¿quién va a creer en ellas?