2012/11/10

TIGRE JUAN, de Ramón Pérez de Ayala

La sidra y el pinchu de picadillo de este sábado desapacible en el Fontán te coinciden junto a una columna cuyo desgaste achacabas desde siempre al mal de piedra, y sin embargo resulta ser consecuencia del roce pertinaz de las cadenas de Tigre Juan.

“Salió Tigre Juan de la tienda. Desarmó su puesto; recogió y amontonó las maconas; después, las cubrió con una  lona embreada, las ató con varias vueltas de una cadena, que sujetó, finalmente, a la columna de granito, por medio de un candado. Echó a andar bajo los porches, chocleando con las almadreñas en las losas del piso. Era noche de octubre, con luna”.

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Para conmemorar el cincuentenario de la muerte de su autor, el asturiano Ramón Pérez de Ayala, del que únicamente habías leído, y hace muchos años, Belarmino y Apolonio, decides leer su novela más emblemática, Tigre Juan.

En realidad Tigre Juan es una bilogía compuesta  por el relato de ese nombre y por su inseparable continuación El curandero de su honra. Te decepcionó un poco. La encuentras descompensada, con diálogos largos, filosóficos e imposibles. En este sentido te parece una novela unamuniana, pero sin la linealidad, claridad y contundencia del vasco, una novela que gira alrededor del honor, un honor tan sublimado y radical que sus perfiles caen plenamente en lo grotesco, como cuando Trigre Juan se aviene mentalmente a dejar a su Herminia en manos de su amigo Vespasiano que, acostumbrado al comercio de telas, pasa sin pega mental alguna al mercadeo de amores y sentimientos.

Ves en la obra una cierta estructura teatral, no en vano el protagonista oficiaba también de actor de un grupo aficionado, y habiendo representado y memorizado su papel en El médico de su honra, infundió a su vida y a sus actos un aire teatrero, más impostado que costumbrista.

La novela incluye algún curioso recurso original, como cuando en columnas paralelas va describiendo las sensaciones de Tigre Juan y de su querida Herminia en un concreto pasaje de sus vidas en el que se distanciaron físicamente. Encuentras también novedoso un apéndice final que el mismo llama parergon (aditamento al final de una obra que le sirve de ornato), que no es tan ornato ni prescindible como él mismo proclama.

Pese a todo, es de lectura inexcusable para los asturianos, en particular para los que pacemos alrededor de la plaza del Fontán.

En el relato se reconocen perfectamente poblaciones inexistentes, pero con nombres tan distinguibles como Telanco, Bonavilla o Lugarones. Menos reconocible resulta para el prologuista el lugar de nacimiento de Trigre Juan, Traspeñas. Tú sin embargo, podrías ubicarlo en Entre Peñas, punto próximo a Tudela Veguín, de camino hacia la Cuenca del Nalón, no muy distante de Oviedo, y con una etimología que en absoluto traiciona. Aun recuerdas cuando por esa carretera temías cruzarte, con el carnet de conducir recién estrenado, con el autobús de El Carbonero. Entre Peñas/Traspeñas está relativamente cerca de Oviedo y a un andarín como Tigre Juan no le costaría mucho madrugar, recoger las plantas medicinales y llegar al Fontán a primera hora de la mañana para abrir su tienda del aire y ejercer su oficio de vendedor de hierbas, memorialista y sangrador. Hoy sería El hierbas.

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Como quieres conservar y afirmar un buen recuerdo de Pérez de Ayala y de tú pasado, antes de la lluvia, de la sidra y del picadillo, habías entrado en la biblioteca para tomar en préstamo "Belarmino y Apolonio". Estás en ello.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace unos meses que releí la obra y coincido en gran medida con tus apreciaciones y eso que hace años que pací en El Fontán.
Rufino