Uno tiene sus manías, y aquí va una: te esfuerzas en buscar una buena disculpa para evitar proponer un sitio para quedar. También para llegar el primero aunque otros hayan elegido.
Una y no más Santo Tomás. Si eliges una terraza, ¿no había sitio dentro?, si escoges dentro ¿no estaríamos mejor en la barra?, y ya dentro, el interlocutor o interlocutora venga a mirar hacia arriba ¿no está demasiado fuerte el aire?, o lo contrario ¿por qué no pondrán el aire? o ¿aquí no ponen pincho?. Si de sidra se trata, ¿qué ye que el camarero no la echa? Y, siguiendo con la sidra, que si chiscan, que si huele.
Solución, tú procuras llegar de los últimos y que escojan donde quieran.
Es muy raro que invites a ir a alguien a uno de los sitios que te gustan. Por supuesto que agradeces la compañía, pero tampoco te molesta estar solo. Si estás cómodo en un sitio, y por eso vas, te desagrada que quien va contigo ponga pegas, aunque no le falte algo de razón, pero lo disculpas porque ves otros puntos positivos. Por eso no invitas a nadie a sentarse en esas sillas de El Fontán, de donde pueden salir con un punto en el pantalón o en donde las papeleras del WC rebosan de celulosa. Tampoco invitas a nadie a El Valle: que si no tienen el día, que si hoy no ponen tapa. Tampoco al Leonés, no vaya a olerles la ropa a los olfatos sensibles. Raro que pienses en nadie para el Esteban, que no quieres que se asuste con culinos tan grandes, ni te apuntas con nadie a ver un partido en La Pomarada, que no te molesta nada el barullo o tener que asomarte entre las cabezas; ni al Villaviciosa, demasiado de batalla, o en La Mundina, que si no hay mesa para sentarse. A ti casualmente te gusta estar de pie.
También en un bar se puede practicar la meditación, mientras lees un periódico u observas el panorama entre culín y culín.
2010/09/03
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1 comentario:
Tal cual!
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