LECTURA DE LA PRENSA. TITULARES POR ORDEN ALFABÉTICO Y VIÑETAS
Uno leyó los titulares de los grandes medios nacionales y algunos regionales que aludían a los follones judiciales del entorno de Moncloa. También los dedicados al congreso que celebra estos días el Partido Socialista. En teoría no tienen relación entre sí, pero en la práctica sí, y como los medios los mezclan, uno selecciona ambas materias. También se fijó uno en algunas viñetas que aluden a las dos noticias.
El cerco judicial a la Moncloa se estrecha por la cacería a Ayuso.
El ex secretario general de los socialistas madrileños entrega su móvil y el acta notarial al supremo.
El exdirigente socialista (Lobato) entrega sus mensajes con un cargo de Moncloa.
El PSOE abre un congreso sacudido por la financiación y el frente judicial.
EL PSOE busca dar un mensaje de fortaleza en pleno asedio.
El PSOE convierte el congreso que inició ayer en Sevilla en un fortín ante la Justicia.
El PSOE convierte su congreso en un fortín frente a la Justicia.
El Supremo busca quién filtro datos del novio de Ayuso desde la Moncloa.
El Supremo revisa el móvil de Lobato por el correo sobre el novio de Ayuso.
Ferraz agita el “vienen por nosotros” para lograr el cierre de filas en el cónclave.
La Justicia tiene ahora en el punto de mira a la jefa de gabinete de Óscar López por filtrar el mail del novio de la presidente.
La Moncloa facilitó a Lobato el correo del novio de Ayuso antes de publicarlo la prensa.
Lobato confiesa a su interlocutora en el Gobierno su temor a que parezca que me lo ha dado la Fiscalía.
Lobato implica a Moncloa en la filtración de los datos del novio de Ayuso.
Lobato prueba la operación de Estado contra Ayuso.
Los delegados al congreso se conjuran ante la sucesión de golpes judiciales. Zapatero insufla ánimo a los militantes.
Los mensajes a Lobato indican que el ataque al novio de Ayuso partió de Moncloa.
Los mensajes demuestran que Lobato preguntó tres veces a la mano derecha de Óscar López de dónde salía el correo: “Parece me lo ha dado Fiscalía”. Sánchez acera le instó a tildarla de “mentirosa salvaje”
Los mensajes entregados al juez prueban cómo Moncloa diseñó el ataque a Ayuso.
Los wasaps de Lobato implican a Moncloa en la filtración de datos del novio de Ayuso.
Page apoya al líder madrileño y pide que en el congreso del PSOE Sánchez rinda cuentas.
Sánchez Acera a Lobato: “La carta es potente. Sácasela en la pregunta” y le responde preguntando quién se la ha dado.
Sánchez busca un cierre de filas ante las acusaciones de corrupción y los recelos territoriales por el pacto con ERC para aupar a Illa.
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LECTURA DE LA PRENSA. BARES Y FERROCARRIL
Ya se sabe que las esquelas son de obligada lectura diaria. Hoy encuentra uno la de Matutina Yáñez, del bar Platas de Ujo, donde uno tomaba el café en los días lejanos en los que trabajó en esa estación. Fue ver la esquela e inmediatamente empezar a repasar aquellos bares que uno frecuentó durante la vida laboral, en la pausa del bocadillo, se entiende, con alguna excepción comprensible, si el servicio lo permitía, que hacía uno por favorecer esa opción.
¿Por donde empezamos? Por el cuartel de ferrocarriles de Valladolid. No era propiamente trabajar aunque como ya figuraba uno en plantilla y generó cuatrienios, lo consideramos así a efectos contables, es decir, a efectos de contarlo. En Valladolid, entre clase y clase, tomaba uno un pincho de tortilla y una Coca Cola de 1/3 a medias con el amigo Tresguerres. ¿Podía costar aquello ocho pesetas? La memoria es borrosa, pero tiene uno grabada esa cifra. En el cuartel estábamos los prácticos (es decir, los que ya éramos ferroviarios en formación) y el personal de Unidad (es decir, los que hacían la mili de reemplazo: oficinas, cocineros, y demás oficios varios). El mando militar, por entender que nosotros ya cobrábamos un sueldo, establecía para nosotros un precio superior al del llamado personal de Unidad. Un día los ferroviarios hicimos un plante y ningún práctico hizo consumiciones en la cantina. Aquel motín supuso que el comandante Abadía nos reuniera y echara un discurso. Alguien podrá aportar algún detalle más, que la memoria difumina los hechos y las palabras.
Después pasó uno por diversas etapas formativas en los cuarteles de Zaragoza y Fuencarral, pero no recuerda nada de los posibles cafés entre clase y clase, que serían en las respectivas cantinas.
Ya en un trabajo de verdad, a turnos, en la estación de León, el consumo ordinario se realizaba en la cafetería de la estación. En general se paraba en la cafetería, abierta las veinticuatro horas del día, porque practicaban un descuento al personal ferroviario. Cree uno recordar, por lecturas posteriores, que la cafetería no estaba obligada a efectuar tal descuento al personal de la estación, sino solamente al personal de trenes (maquinistas, interventores) que se desplazaban a León por motivos de trabajo y tenían que aportar determinados justificantes que uno nunca vio en la realidad. Servían un café generalmente muy bueno en vaso de cristal. En un exceso de confianza, y para pasmo del soldado militar principiante, algunos veteranos civiles se despedían con un ‘hasta luego’ al camarero, y no pagaban la consumición. Uno, si iba con ellos, también lo hacía, y puede que alguna vez lo haya aplicado yendo solo: el colmo del atrevimiento, y de la cara, claro. En la cantina de León vivió uno una anécdota relevante. Los camareros estaban a veces más enterados que el propio personal ferroviario de lo que se cocía en la estación. Una noche, trabajando de factor en la llamada Estadística (anotar los vagones que entraban y salían, registrar las horas de paso de los trenes y justificar los retrasos, hacerse cargo de la megafonía) con Manolo Manteiga (padre, porque uno es buen amigo de Manolo Manteiga hijo) fuéramos (como dicen los gallegos) a tomar un café, y allí se enteró Manteiga de que en el expreso de El Ferrol viajaba en un break (coche especial, de lujo) el ministro de Marina Pita da Veiga, hecho del que su jefatura no había informado reglamentariamente de esa circunstancia excepcional. “Manda carallo, el jefe de estación de León se tiene que enterar por la cafetería de que viaja el ministro de Marina”.
En León también estuvo uno una temporada en la Estación-Centro, es decir, donde se recibían vagones completos de mercancía dispersa y se distribuía en camiones a diferentes puntos de reparto. Desde el punto de vista profesional aquello fue un shock porque contravenía lo que había estudiado en la academia, es decir, que la entrega de las mercancías era contradictoria, o sear, con acuse de recibo C por B de todas las mercancías. Sin embargo, allí uno figuraba unas relaciones de mercancías enviadas en cada camión que ni había recepcionado ni había comprobado, pero los antiguos lo hacían así, y uno copió por lo anterior. La parte positiva, en lo que aquí se toca, es que cuando se podía se iba a tomar un café al bar Omaña, junto a la iglesia de La Vega. Atendían el bar un padre y un hijo, simpatizantes de la izquierda, con los que uno departía largo y tendido. De todas formas, si entonces le preguntaban a uno que era ser de izquierdas diría una cosa distinta a si le preguntan ahora. Por no dejar cosas en el aire, ahora uno define la izquierda o la derecha por el mayor o menor peso del mercado y del Estado en la economía.
Poco después prestó uno servicio como factor de circulación en la estación de El Burgo Ranero, cerca de Sahagún. Allí tomaba el café mañanero en un bar próximo, cuyo nombre no recuerda, pero sí una circunstancia de llamar la atención: el chigrero desayunaba a eso de las diez de la mañana un filete con patatas fritas y una jarra de vino. No hace ni dos meses, estando uno por Ciudad Naranco, el conductor de un coche le preguntó dónde quedaba determinada dirección por allí cerca. Uno le contestó que si conocían dónde quedaba el ambulatorio, a lo que el conductor replicó: “Ni idea, somos de El Burgo Ranero”. Uno le dijo: “Allí trabajé yo en la estación hace treinta y cinco años, e iba a tomar el café a un bar que estaba al lado”. Dijo el conductor: “Soy su nieto”. En esto pitó el coche de atrás, y ahí acabaron la conversación y las indicaciones.
Cuando trabajaba de noche en el Burgo, casi todos los factores de circulación de la línea, entre Torneros y Becerril, vivíamos en León y regresábamos a la capital en el primer tren de la mañana. A eso de las nueve estábamos de vuelta, pero no íbamos directamente par la cama porque era costumbre que unos cuantos tomáramos un orujo en La Barra frente al Riosol, quizá para comentar cómo nos había ido ferroviariamente la noche. Prestaba poner las manos en el invierno en la barra de La Barra porque por ahí circulaba la calefacción.
Ya licenciado, uno trabajó siempre en Asturias en casi todas las estaciones y ostentando diferentes categorías. Por seguir un orden geográfico más que cronológico, empezamos por Pola de Lena. Ahí trabajó uno muy pocos días de jefe estación, algo antes de los años noventa. Ahí bajaba uno al Deportivo a tomar el café.
En Ujo, por la misma época, el café se tomaba en el mencionado bar Platas, y alguna vez en el bar de Mariano (no recuerda uno el nombre del bar), que para eso era ferroviario. Los más cercanos a la estación eran el bar Ordóñez, con muy poco ambiente, y el Ferroviario, regentado por el Peixe, pero a uno le prestaba estirar un poco las piernas y escaparse algo más lejos.
En Mieres no había bar cerca, así que no tomaba café los pocos días que uno estuvo allí.
En Olloniego lo mismo.
En Soto de Rey el café, y pincho de tortilla seguramente, era en casa Julio pasando debajo del puente a la derecha, bar que ya no existe porque la autovía ocupó su terreno. Estaba abierta la cantina en Soto de Rey, pero su fama higiénica era tan extendida, que uno nunca puso sus pies en ella. Más tarde se verá que paró uno en antros peores.
También trabajó uno en El Caleyo, pero aquí, además de no haber bar cerca, no se podía mover del puesto de trabajo porque la densidad de la circulación no permitía una escapada.
En Oviedo trabajó uno, ya en diversos puestos oficinescos, la mayor parte de su vida, veinticinco años.
El primer destino fue un puesto relacionado con los recursos humanos. En esa época indefectiblemente el café era en Santa Cristina, con Quijada el Técnico de Personal, y con José Enrique el médico. El menú era siempre el mismo: café con leche y un pincho, inmejorable todavía hoy, de tortilla de jamón york y queso.
Después uno fue trasladado al depósito (cuando uno contó a una amiga que trabajaba en el depósito, preguntó “¿de cadáveres?”, no, de máquinas), en Vallobín, en una época tomaba café en el Boston de la calle Vázquez de Mella con el personal de la oficina y la limpiadora. Aquellos cafés podían duran tres cuartos de hora. Uno puede que se pusiera nervioso por tanta demora, porque era el responsable de personal, pero no recuerda si marchaba antes o aguantaba el tipo. A veces el café se tomaba a la otra parte de la vía de Trubia en un bar de La Argañosa, de nombre también olvidado.
En esta etapa, algunos días al salir de trabajar por la tarde, tomaba uno un cuba libre con Camporro, el jefe de entonces. Era un ritual tomarlo con él, porque lo preparaba para los dos. Le ponían sendas copas grandes y dos medios limones en un plato. Lo primero cortaba el cucurucho del limón y exprimía el cítrico exterior en la copa. Después cogía el resto de limón y frotaba los bordes de la copa. Por fin, echaba el limón dentro después de estrujarlo. Ahora ya el ron y la coca cola.
Tuvo uno otro jefe en aquella época, Emilio Izquierdo, de pasado sindicalista. Uno recuerda una anécdota. En una ocasión estaba prevista una reunión con los sindicatos a la que acudiría el Gerente de León. Aquí hay que hacer otro paréntesis: a veces había pactos previos con los sindicatos, que en León desconocían. León tenía que torear un poco con su jefatura de Oviedo y con la representación sindical, en un juego de trileros. Pues bien, la reunión estaba prevista para las once y el de León no había llegado. Eran las once menos cinco e Izquierdo le dice a uno: “Vamos a tomar un café”. “¡Pero si estamos convocados para las once!”. “Una de las cosas que aprendí en Madrid es que si llegas puntual es que estás acojonado”. Nunca cumplió uno tal enseñanza, seguramente útil, cuando tuvo que pilotar alguna reunión.
En otra época, ya en Cercanías, cuando estábamos físicamente en el antiguo economato, el café era en la cafetería Candilejas. Casi siempre nos atendía Agustín, que trabajó más tarde durante años en el Verona. Un profesional extraordinario. Cuando había algún pincheo navideño o especial, era servido por esa cafetería. A la misma hora que nosotros, paraba Marina, que regentaba un establecimiento de belleza muy cerca. Uno la recuerda fumando muy estilosa con un vestido amarillo corto. Era una chica guapa sin exagerar, algo hierática, con muy buen tipo y sin peinado estridente, como a veces acostumbran las peluqueras, y que te perdonen las posibles lectoras. Nunca hablamos una palabra con ella, pero, el toque de aviso para bajar a tomar el café era “Vamos a ver a Marina”. Seguramente la picardía partía de uno o de Roberto, y Jorge, siempre más prudente, nos secundaba.
Cuando tiraron el economato por la operación Cinturón Verde, estuvimos unos años de alquiler encima de la cafetería Santa Cristina. En esa época uno volvió a tomar el café en esa cafetería, pero ya solamente café, sin el suculento pincho de tortilla de jamón york y queso. A veces uno bajaba un poco más tarde y tomaba uno para recordar los buenos tiempos pasados unos años antes.
Durante muchos años, pero más tarde, con otro cambio físico para las nuevas oficinas construidas debajo de la losa, uno solía tomar el café con personal de circulación (con el que siempre se sintió identificado por origen profesional), generalmente Pedro y Gustavo. Se intercambiaba información muy útil para el desarrollo de los respectivos trabajos. En esta fase, el café era en el emblemático Western, que con el café servía un chupizo de zumo de naranja. A veces cambiábamos a Los Oscos, de la calle Uría. Cuando a uno le faltaban los compañeros de café aprovechaba para tomar un clarete con un pincho de chosco en el Leonés. Extraordinario.
En la oficina de Cercanías había máquina de café. Los ingresos, según Sabino, que administraba el equipamiento, eran para los refugiados del Sahara. A veces uno tomaba, con fe solidaria, un café y un suspiro traído de Pola de Lena. No era lo normal, porque ya era un castigo trabajar bajo una losa sin luz natural, así que lo habitual era querer tomarlo fuera para expansionar un poco.
Por la tarde no tomaba uno café. Si la jornada era aproximadamente de cinco a siete (las jornadas ferroviarias oficinescas siempre fueron aproximadas), sería una exageración salir. Sin embargo, pasaba uno muchas veces un rato en el centro de información comiendo pipas y departiendo con el jefe de maquinistas y el factor del centro de información. Ahí se veía a través de las cámaras lo que se cocía en los andenes de las estaciones más importantes: "pero mira ese gilipollas saltando los tornos...". Se enteraba uno de cómo iba el servicio e intercambiaba información.
En la cafetería de la estación paró uno en contadas ocasiones, quizá por ser un establecimiento sin personalidad. Lo más destacable era un forjado de Urrusti de grandes dimensiones que representaba gráficamente lo más característicos de las comarcas asturianas. Aquel extraordinario forjado está, por lo visto, en algún almacén de Adif. Urrusti era un artista de derechas, y no debió gustar a algún directivo de la casa.
En Lugones también trabajó uno algo. El café era en el Parrondo, subiendo hacia la carretera general de Avilés.
En Lugo de Llanera estuvo uno tres años de factor a turnos, una escuela ferroviaria increíble. Cuando estaba de mañana y coincidía con Vixil de peón, tomábamos un café con un sobado en la cantina que regentaba Alicia, que trataba estupendamente a los ferroviarios y a todo el mundo. El café debía costar diez pesetas, la comida setenta y cinco. Concretamente las patatas guisadas con carne estaban fuera de serie. En el turno de mañana, comía uno allí también hacia la una, porque de tarde iba a la facultad de Derecho, a la biblioteca, que abría a las cuatro y a las clases a las seis. En alguna ocasión, tomó uno el café en el Mesón, en el Panera (buenos pinchos) o en la cafetería Blanco, que abrió por aquella época. Si la cantina cerraba, por circunstancias excepcionales, uno comía en el Bar Álamo, conocido por todo el mundo como el Tuno (por qué unos bares tienen un rótulo, pero la gente los llama de otra forma daría para una entrada aparte, porque uno conoce varios casos). En el Tuno vivió uno una experiencia inolvidable, pero trabajando de noche. Si el servicio lo permitía, a eso de las once tomaba un carajillo de orujo. En esas fue testigo de unas palabras cruzadas que acabaron en un homicidio esa misma noche. Caso aparte fue lo ocurrido años después, siendo uno fugazmente instructor de expedientes, cuando tuvo que acudir a la cafetería Crisol para tomar declaración a la dueña, que había presenciado un intento de agresión con un hacha por parte de un ferroviario a otro.
Con motivo de averías trabajó uno alguna vez en Villabona, pero la circulación no permitía experimentos y escapadas a los bares.
En Serín también estuvo uno con motivo de averías. El bar de allí era Casa Pilar, especialista en fabada hasta que cerró.
En la estación de Poago (la estación ubicada en el interior de la factoría de Veriña) no había bares, pero el café no se perdonaba, eso seguro. ¿Era de máquina? Lo tiene uno olvidado.
En Veriña pasó uno cinco años a turnos. De tarde o de noche generalmente no había salidas. Por la mañana el café era casi siempre en Casa Manolo (hoy sería de Vox), que presidía una peña taurina de renombre. Manolo tiraba a fuscu, tenía un carácter difícil. Muchos años después, ya como responsable de calidad, realizó uno con el personal de auditoría una visita a la estación de Veriña. El que suscribe dijo al auditor: “Dame un momento, que voy a saludar a Manolo, aunque ye un repunante”. El auditor, madrileño, se extrañó, y tuviste que aclarar que en asturiano repunante no es sinónimo de repugnante.
Más tarde abrió efímeramente otro bar de nombre olvidado, pero lo llamábamos ‘las cucas’, mujeres de vida extraña. Se hacía un esfuerzo para tomar un café allí por el olor, pongamos que a humedad. Excepcionalmente caía un vino en casa Isidoro, una tienda mixta tradicional, que hoy sería digna de conservar.
En Gijón tuvo un plaza fija pero trabajó muy poco tiempo. El café lo tomaría en algún bar de la antigua estación bajo los soportales.
También trabajó uno en Cancienes con motivo de unas obras y un bloqueo telefónico. Si había margen el café se tomaba en El Chango.
En Nubledo dio uno unas vacaciones al jefe titular y aprovechó para colocar el enorme batiburrillo de papeles. Al regresar, el jefe titular dijo: “antes sabía que si buscaba una carta estaba en este saco, ahora no sé en qué carpeta lo pusiste”. Entre tren y tren, y carpeta y carpeta, el café se tomaba en El Tronquín. (Paréntesis: en Renfe existía un departamento de Organización y Métodos, pero la organización de los archivos de las estaciones era absolutamente caótica, ya que cada uno archivaba a su aire. A uno le vino bien en parte aquel batiburrillo porque como andaba de un sitio para otro, procuraba tomar nota de las instrucciones, circulares y cartas más relevantes de cada ‘saco’, que en un sitio estaban y en otro no).
En Avilés no recuerda uno haber trabajado nunca.
En San Juan de Nieva el café era en la cantina.
También dio uno unas vacaciones al jefe de Trasona (la estación ferroviaria de la factoría de Ensidesa en Avilés). El café era en el exterior de la factoría, en algún bar de la entrada de nombre olvidado. El café podría prolongarse horas porque la misión del jefe de estación en Trasona era simbólica, ya que se guisaba todo en Oviedo o más arriba. Por cierto, que trabajó uno en Trasona, en Poago y en muchas estaciones por las que pasaban trenes siderúrgicos y no entendía aquel batiburrillo hasta que, años después, pasó unos años adscrito a la Dirección de Logística, y ahí tuvo una visión de conjunto del transporte siderúrgico, sus flujos, por qué se daba preferencia a unos vagones y no a otros, etc.
En Trubia estuvo uno también. Ahí puede que que tomara más de un café porque se entraba a trabajar hacia las cinco y cuarto de la mañana y uno tenía que levantarse una hora antes para viajar desde Oviedo por una carretera sinuosa (antes de la autovía) y con niebla casi segura.
Pasó uno una buena temporada en Tudela Veguín. El café solía tomarlo en el bar Ortea o en la confitería. En esa época estaba uno estricto y aunque el personal de la fábrica de cemento (que transportaba vagones por ferrocarril) invitaba a café, uno nunca fue con ellos por mantener un purismo fundamentalista que abandonó años más tarde. La jornada era de 9 a 17. Como los trenes de viajeros cruzaban cada hora a los menos diez, y normalmente no había más circulación, había una hora de margen para comer, entre la una menos diez y las dos menos diez. La comida era en Casa Lita junto al paso a nivel. El cocinero era Marcelo, el marido, que preparaba unas fabas con calamares famosas en la comarca. Los domingos el bar se llenaba. Uno comió allí sin mayor reparo hasta que un compañero de la estación le dijo. “¿Nunca te fijaste cuando va Marcelo al baño?”. La respuesta fue que no, pero no tardó en fijarse uno de la mani-obra. Cuando hacía sus necesidades la puerta permanecía abierta y después de sacudir salva sea la parte salía sin utilizar el agua del grifo. Acto seguido podía servir perfectamente un pincho de tortilla con la misma mano pecadora. ¿Siguió uno comiendo allí? Seguramente sí.
También trabajó uno esporádicamente en La Felguera, Sama y El Entrego, pero no recuerda nada.
En Viella pasó uno seis meses. Allí toma a el café y comía en El Comité, frente a la estación, un bar muy frecuentado por los transportistas. En Viella empezó uno a ceder en el trato con los proveedores y clientes: casualmente en esa época vivía en Oviedo en el mismo edificio que el responsable de transportes de la Central Lechera. La misión de estar un factor en Viella era facturar el tren diario de la Central. Uno viajaba en coche con Froilán Melón Láiz (¿puede haber nombres y apellidos más típicos de León?) desde el garaje a la estación. Era un transporte puerta a puerta. Ahí comenzaron a olvidarse aquellos principios de estrechez con el cliente.
Seguramente quedará algo en el tintero, como los muchos cafés y comidas con motivo de auditorías de calidad desde Ferrol hasta Bilbao. O Madrid, en los frecuentes viajes que uno realizó cuando llevaba algo de personal.
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LECTURA DE LA PRENSA. LA HISTORIA
Hoy encuentra uno muchas cosas de historia o de historias sectoriales al leer la prensa del día, ya en la misma portada de LNE el fallecimiento de Carlos Coronas, catedrático jubilado de Historia del Derecho en Oviedo, y antes en León. Como uno comenzó a estudiar Derecho en León, fue alumno suyo allí. De aquella no estaba uno interesado por la genealogía, pero más tarde averiguó que Santos Coronas era hijo de un afamado ferroviario, Don Ramón Coronas, que contrajo con Amparo, descendiente de Parana, como Santos dictó en las memorias que publicó en La Nueva España no hace mucho. Llevaba unos años delicado, pero seguía investigando. Concretamente realizó una publicación sobre los fueros asturianos y, como entre ellos estaba el de Lena, uno le invitó a que expusiera lo referente a Lena en la revista Vindonnus, pero, después de un tiempo, contestó con gran honradez que “no debía entrar en esa labor divulgativa más allá de la mera repetición de cosas conocidas generales. Si algún día pudiera centrarme en la historia de la tierra de mis abuelos, volvería a esa historia. Por ahora debo reconocer que en mi situación me queda valorar vuestra labor y agradecer la invitación a participaren ese esfuerzo colectivo”. Descanse en paz.
La columnista Ana Bernal-Triviño, en la página 2, titula su columna “Derecho romano y mujeres”. Critica determinadas declaraciones de un juez al hablar del consentimiento en el derecho romano. Uno gusta a veces de lecturas extrañas, por ejemplo, estos días está releyendo una historia del Derecho Público Romano de Pablo Fuenteseca, que fue horroroso como libro de texto entonces, y que ahora lee con gusto.
Declara Marcos Vázquez, un autoproclamado divulgador de salud: “En una era llena de distracciones y ruido, el estoicismo aporta claridad y foco. El mundo ha cambiado mucho, pero la naturaleza humana sigue siendo la misma, con los mismos miedos y ansiedades que hace miles de años”. ¿No remite ese mensaje a la historia en general y a la historia de la filosofía en particular?
Antonio Rico es un columnista (colectivo) de LNE que en las páginas deportivas suele soltar comentarios de lo más original, remontándose muchas veces a la filosofía griega. Ahí va un extracto de la de ayer. “La paradoja de Eubúlides. En la rueda de prensa antes del partido del Real Madrid en Liverpool, Carlo Ancelotti dijo que ha hecho mil trescientos partidos con mil trescientas alineaciones y cuatro mil cambios, así que nadie en la sala le podía dar consejos. ¿Ancelotti admitiría consejos con mil alineaciones a la espalda? ¿Y con 500? ¿Y con 100? ¿Cuántos granos de trigo son necesarios para constituir un montón?, se preguntaba el filósofo Eubúlides de Megara. Si tenemos un montón de granos de trigo y quitamos uno, ¿seguimos teniendo un montón? ¿Y si quitamos otro? ¿Y otro? Un grano de trigo no forma un montón, y un montón de trigo no deja de ser un montón con un grano menos. Ancelotti ha resuelto la paradoja del montón de Eubúlides. Un montón de partidos (o de trigo) está formado por al menos mil trescientas alineaciones (o granos de trigo), ni una menos. Ahora bien, ¿cuántos pelos es necesario perder para que un hombre como Ancelotti se quede calvo? Uf, esa paradoja ya es más difícil de resolver.”
En El Comercio de Gijón, lee uno que Deva contará con enterramientos tumulares que evocarán la historia milenaria del entorno. La historia otra vez.
Hace unos días habló uno de pasada de una serie de libros de la editorial Salvat, GT, Grandes Temas. Pues bien, el tomo número 40 es “La historia”. En toda la serie de libros se incluye una entrevista a un especialista y otro erudito es el que firma la autoría del libro. El personaje entrevistado es Edward Carr y el autor del texto José Fontana, dos auténticas autoridades. En estos libros acostumbraba uno a guardar recortes de prensa que aludieran a la materia. En este de la historia encuentra uno de Manuel Vicent del año 2000, titulado “Historia”, donde dice; “La Historia no existe: sólo es ideología (…) En cada época el poder político extrae del pasado, que no existe, las falsedades que más convienen a sus intereses y las reivindica, las lleva a la escuela, las impone a los ciudadanos hasta el extremo de que algunos descerebrados con capaces de morir y matar por ellas. En el catálogo de odios censados, el más visceral, después del teológico, es el que se da entre historiadores”.
Por su parte, Pedro de Silva escribía en el año 1997 en un artículo titulado “Humanidades”: “Cada país tiene su historia, su versión sobre los hechos del pasado. No es igual la historia de Europa contada por un italiano, un inglés, un francés, un alemán o un español. En realidad no se parecen en nada (…) No hay nación que no quiera definir su papel en la historia, y nunca es de villano, sino de héroe. Los villanos son los otros. Para mí, las humanidades son aquellas disciplinas que realzan lo común de los humanos. La asignatura de historia nunca ha servido para eso, sino para separar a unos de otros, igual que la religión”.
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LECTURA PSICOLÓGICA DE LA PRENSA.
Leyó hoy uno un par de noticias en las que se incidía en algún aspecto psicológico y la vista le llevó a fijarse únicamente en los textos que hicieran alusión directa o indirecta a derivadas mentales. Hoy encontró uno noticias en las que se resaltan, por orden alfabético, la actitud, el agradecimiento, la ambición, el amor, la angustia, la ansiedad, la calma, la cobardía, la discreción, la emoción, el enfado, la felicidad, la mente, el odio, la paciencia, la prudencia, la rebeldía, el recuerdo, la sinceridad, el susto, el talento, la tranquilidad, el trauma, la vergüenza. O sus contrarios a veces.
¿Dónde encontró uno tales noticias o tales rasgos? No es tan difícil si se cogen las gafas adecuadas, o el cristal con que se mira, dando un giro impensado al universal verso de don Ramón de Campoamor.
De la actitud habla, por ejemplo, el que firma como Nacho Ciudad cuando en El Comercio anima a ver las luces navideñas con predisposición positiva.
De actitud, innovadora en este caso, habla la publicidad pagada de un Máster de Restauración: actitud innovadora es estar abierto al cambio, proclama.
De actitud, mordedora, hablan a las claras las declaraciones de Manolo, del Deportivo Español, que se enfrenta en la Copa con el modesto equipo de Barbastro.
El agradecimiento, la calma y la felicidad se encuentran en la frase del conferenciante Marcos Vázquez, tal como recoge La Nueva España: “Si somos agradecidos estaremos más calmados y felices.”
A la ambición, que no es un pecado político, se refiere Pilar Rahola en El Periódico de Catalunya; pero sí lo es la desmesura, la incapacidad de autolimitarse y la necesidad de retener el poder.
El amor, de padre en este caso, el que demuestra Biden padre hacia Biden hijo al otorgarle un indulto escandaloso para cerrar un mandato presidencial que no pasará a la historia.
Angustiante es la grave lesión de rodilla de Pol Valera, jugador de balonmano del Barcelona, según El Periódico de Catalunya.
Ansiedad es la que parece que comienza a curar el madridista Mbappé al mejorar su puntería la jornada pasada. El Bernabéu le apoya, no vaya a precisar atención psicológica.
Cobardía muestra Sánchez, aunque no lo parezca, y es lo que permite que Ayuso le muerda, metafóricamente se entiende. Lo dice La Razón.
Contundencia se intuye como actitud futura de la UE frente a Rusia estando Kaja Kallas al frente de la política exterior europea.
Discreción personal mostró en su vida la soprano Enriqueta Tarrès, en necrológica que le dedica La Vanguardia.
Las emociones fuertes son las que evita la audiencia del presentador de televisión Jorge Fernández, el de la ruleta y la salud. Así lo indica El País.
Enfadados se muestran los clientes de los hoteles según el Diario de León por la obligación de facilitar tantos datos en la recepción.
Del espíritu, navideño en este caso, informa El Comercio, que habla de la cultura, la diversión y, precisamente, el espíritu navideño, como ingredientes para pasar el próximo puente.
Impaciencia tienen los culés por el estado de forma del futbolista Frenkie de Jong.
A “Mentes Criminales” se refiere la crítica de televisión de El Comercio, que habla de la vuelta de esta, por lo visto, exitosa serie, aunque uno nunca había oído hablar de ella.
Aparece el odio en el Diario de León. A él se refiere el teólogo Juan José Tamayo cuando proclama: el cristoneofascismo alienta odio y violencia.
Prudente ¡quién lo diría! parece Putin según un analista de la Vanguardia ya que asegura que Putin es prudente, no esgrime a menudo la amenaza nuclear, lo interpretamos mal. Uno no sabe si escribió de veras o es una página de humor.
Rebeldía reclama el entrenador futbolero de Barcelona para salir del bache. Van líderes, pero tienen un bache. El fútbol necesita este lenguaje apocalíptico.
Recuerdos confusos, hipnóticos y magnéticos afloraban en Key Biscayne, ganadora del premio de novela Herralde, y recuerdos así, fueron el germen de su novela triunfadora.
De sinceridad habla, sin duda, Juan Arribas, presidente de la Federación asturiana de Balonmano al asegurar: Quiero gente competente que me diga si me equivoco.
Susto es el que dicen tener los empleados de Wolkwagen, que se enfrentan a una dura huelga en Alemania, amenazados por recortes y cierres.
Talento guarda, contra lo que pueda parecer, el rey de Inglaterra Carlos III. Así se lo reconocen quienes vieron unas litografías de su autoría que se venderán con fines benéficos.
Tranquilidad es la que muestra el presidente catalán Illa en vista de sus relaciones con Esquerra Republicana.
De traumas versa la noticia de que Fabiola Martínez sufrió abusos sexuales con cinco años. ¿Quién es Fabiola? La exmujer de Bertín Osborne. Sin frivolizar ningún caso, no estaría mal que afloraran de golpe todos los casos de abusos sexuales que cada mente conserve. Sacarlos todos de una vez y hacer borrón y cuenta nueva. Con el castigo necesario, si no prescribió el delito.
Vergüenza, más bien vergüenzas en plural, en este caso, del colectivo arbitral de León que, alejado de la necesaria imparcialidad, mostró unas bufandas antibercianas.
A todo esto, si uno interpreta bien esa decisión del último congreso socialista en relación con el colectivo LGT…etc. (LGT no es Ley General Tributaria, por cierto) el cuerpo vence al alma, a la psique, y adiós a la libre determinación de género: se es lo que uno parece.
Después de todo hay actitudes o aspectos de los que no encontró uno ninguna noticia explícitamente, y se sirve para ello del libro de Bertrand Russel “La conquista de la felicidad”. Estas son las causas de las desgracias, y a cada una dedica un capítulo: La desgracia byroniana, la competencia, el fastidio y la excitación, la fatiga, la envidia, el concepto de pecado, la manía persecutoria y el miedo a la opinión pública. Y aquí están las causas de la felicidad: el entusiasmo, el afecto, la familia, el trabajo, los intereses impersonales, el esfuerzo y la resignación.
Si nos remontamos a Aristóteles y su “Ética a Nicómano” encontraríamos capítulos sobre el bien, la felicidad, la virtud, la templanza, la liberalidad, la magnificencia, la magnanimidad, el justo medio entre la ambición y la indiferencia, la mansedumbre (a medio camino entre la irascibilidad y la indiferencia), y un montón más que sería prolijo enumerar. Los periódicos suelen traer malas noticias, porque las buenas venden poco, pero si uno se pone escudriñador, daría incluso con esos aristotélicos matices.
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