(Este es un cuento diferente. No puede faltar un tren, pero, sobre todo, aparecen palabras de mi nieto, y de su madre cuando tenía más o menos la misma edad. Se explica el significado en el vocabulario que se acompaña).
Resultó sorprendente que el boico* del día, en el habitual
apartado de agenda y actos previstos, no informara de aquel acontecimiento
excepcional, que merecía, cuando menos, unas líneas por telegráficas que
fueran. Tampoco en aladio* se oyó nada, y eso que en todas las emisoras se oían
villancicos a sin cesar, sobre todo ese simpático burrito sabanero, que
empuja a bailar incluso al más patoso de los humanos. A lo mejor nadie sabía
nada y fue una desconcertante sorpresa.
- ¡Hala,
qué alón* más grrrrande!
Como el niño no perdía de vista el avión, vio abrirse una
compuerta y salir de ella un hetitoro* de color rojo chillón que comienza
a perder altura hasta aterrizar en la plaza, junto a la estación del
ferrocarril. El niño torió* hasta llegar muy cerca de él, pero guardó una
distancia prudencial porque aquel artilugio metía mucho hiro* con esa especie
de titilador* que llevaba en el techo y tutaba* al nenín.
Las hélices fueron perdiendo velocidad hasta pararse por
completo. En ese momento se abrió una puertecilla y por una especie de vía con
dos carriles se deslizaron dos paquetes, uno de ellos alargado y no muy grande,
pero el otro descomunal, del que salían unos ruidos y unos olores extraños.
Primero se autodesembaló uno, el más alargado. Era un árbol
de Navidad que nada más asentarse en las losetas, comenzó a ganar altura hasta
alcanzar unas dimensiones considerables. En el picaracho lucía una estrella
azul. Cintas de colores envolvían las hojas. Multitud de bolas de colores se
fueron insertando en las ramas y, finalmente, las consabidas luces
intermitentes que entiende pipaga* daban alegría a la plaza.
El otro envoltorio se fue abriendo hasta tomar la forma de un enorme pesebre, en el que se posó un ángel anunciador que, con los toques de su tropenta*, avisaba de algún acontecimiento necesariamente excepcional. En el pesebre, entre pajas, dormía un niño muy cachetín*, al que un padre barbudo y una madre casi niña miraban embelesados, a la par que una mula y un buey, de docilidad excepcional, le daban calor. Algunos animalinos se acercaban atraídos por el calor, como uno atinos* pintos, que miagaban sin parar poniendo en riesgo el sueño del niño.
Una malvada bruja, emparentada con el rey Herodes, pretendió que le dejaran acunar al niño:
- Déjame
coger el niño, que soy buena.
- Mena
pieta*, se oyó decir, por lo que marchó desaforada.
La luz de una falora* permitió comprobar que la bruja toría*
muto*, tanto que, en su huida tropezó con unos contenedores de la batura*, por
lo que su aspecto resultó todavía más repelente. Unos pastores que se acercaban
al portal la vieron adecentarse, dentro de lo que cabe, en una juente*
cercana.
En esto sonaron doce campanadas en el liló*de la estación,
que fue la señal para que el tren de la Navidad partiera con sus vagones
cargados de juguetes y de lilinos* para repartir entre los niños de todo el
mundo. La máquina a través de la pichinea* echaba humo de variados colores, y
así anunciaba su llegada a las estaciones.
Y así ababó* este cuento ferroviario al que se asomaron
extraños trinéfilos*.
Luis Simón Albalá Álvarez
sipiluchi.blogspot.com.es
Diciembre de 2024
3 comentarios:
Me encanta Luchi, le añade un toque entrañable con ese lenguaje.Gracias!!! Y Felices Fiestas!!! Besos a toda la familia
Yes un artista!
Enternecedor, esa lengua de trapo de Los neños ye de lo meyor. Bon Nadal, Luis
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