La primera duda que se plantea en esa comida anual que tu amigo César organiza desde hace ¿diez años? en casa Pachu en Moreda, sobre la base de criadillas (cojones) de toro y complementos variables, es si se trata de una comida de trabajo.
Queda resuelta la duda: no lo es, y no es comida de trabajo porque no la paga la empresa sino los comensales a escote pericote. El pago define la naturaleza de la comida ¡Qué grande es poder pagar! Queda uno más libre de ataduras y pequeños favores.
Por esa perversión natural de clase que tienen los trabajadores de no ver a los operarios de otras empresas como enemigos, en esa comida participan desde hace años el personal de contratas: los que mantienen algunos equipos y también los que proyectan y supervisan algunas obras.
Te coincidió este año en la mesa de los ingenieros, con graves discusiones entre los de Minas y los de Caminos. De los de Minas sabías que eran el estadio intermedio entre Dios y el hombre, pero no te hacías a la idea de que mantuvieran una dura lucha con los de Caminos por el control de la Naturaleza. Los de Minas diciendo que contra el agua no se puede luchar, que hay que dejarla correr; los de Caminos, que el cemento todo lo puede. Y tú a escuchar, que en ese entierro no tienes vela. Pensabas que las estaciones nacían ya con cimientos y todo y resulta que hay que hacerlas y que en el subsuelo hay un mundo.
Decías al principio que no era una comida de trabajo, pero los propios asistentes muestran su perplejidad ante la idea de que en la oficina se pasan las horas discutiendo sobre la mano de Messi o el fuera de juego de Cristiano Ronaldo, mientras que en la comida no-de-empresa se lían con debates sobre el nivel freático de las aguas, los apantallamientos necesarios en no sé qué obra o los pilotes precisos para asegurar determinada estructura. En el fragor del debate técnico llenan buena parte de los manteles con planos de pilotes y pantallas, quizá para contrarrestar los esquemas que del último fuera de juego dibujan en el DINA3 de la oficina.
En realidad lo que nos gusta es ir al revés: hablar de fútbol en la oficina y de trabajo en el chigre, mezclarnos cuando nos hablan de separaciones y dividirnos cuando nos invitan a la sinergia.
Como dicen en la tierra de tu señora “ser pacontraria”.
Queda resuelta la duda: no lo es, y no es comida de trabajo porque no la paga la empresa sino los comensales a escote pericote. El pago define la naturaleza de la comida ¡Qué grande es poder pagar! Queda uno más libre de ataduras y pequeños favores.
Por esa perversión natural de clase que tienen los trabajadores de no ver a los operarios de otras empresas como enemigos, en esa comida participan desde hace años el personal de contratas: los que mantienen algunos equipos y también los que proyectan y supervisan algunas obras.
Te coincidió este año en la mesa de los ingenieros, con graves discusiones entre los de Minas y los de Caminos. De los de Minas sabías que eran el estadio intermedio entre Dios y el hombre, pero no te hacías a la idea de que mantuvieran una dura lucha con los de Caminos por el control de la Naturaleza. Los de Minas diciendo que contra el agua no se puede luchar, que hay que dejarla correr; los de Caminos, que el cemento todo lo puede. Y tú a escuchar, que en ese entierro no tienes vela. Pensabas que las estaciones nacían ya con cimientos y todo y resulta que hay que hacerlas y que en el subsuelo hay un mundo.
Decías al principio que no era una comida de trabajo, pero los propios asistentes muestran su perplejidad ante la idea de que en la oficina se pasan las horas discutiendo sobre la mano de Messi o el fuera de juego de Cristiano Ronaldo, mientras que en la comida no-de-empresa se lían con debates sobre el nivel freático de las aguas, los apantallamientos necesarios en no sé qué obra o los pilotes precisos para asegurar determinada estructura. En el fragor del debate técnico llenan buena parte de los manteles con planos de pilotes y pantallas, quizá para contrarrestar los esquemas que del último fuera de juego dibujan en el DINA3 de la oficina.
En realidad lo que nos gusta es ir al revés: hablar de fútbol en la oficina y de trabajo en el chigre, mezclarnos cuando nos hablan de separaciones y dividirnos cuando nos invitan a la sinergia.
Como dicen en la tierra de tu señora “ser pacontraria”.
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