2007/01/11

EL MERA Y CAER BIEN Y MAL.

Trepando por el árbol genealógico caí de la higuera. Ahora resulta que al Mera, José Manuel Fernández, lo llamaban así porque sus padres eran de Casomera.
Tuvo hacia mí un aprecio no correspondido, aprecio que venía de ser yo ahijado de su gran amigo, mi tío Luis. A su vez, su padre había sido padrino de mi tío Félix. Esos padrinazgos y madrinazgos van tejiendo relaciones, hoy menos, pero en aquel entonces muy fuertes. Cuando había tanta necesidad y ser padrino podía ser una carga, con el que se ofrecía a ello o con el que aceptaba la petición, la familia contraía una deuda de por vida.
El Mera me pareció un poco presumido, de ahí que su aprecio no fuera correspondido. De militar, nos encontrábamos a menudo por León, donde estábamos ambos destinados. Quizá daba por supuesto cosas e historias que yo desconocía y que parecía que tenía que saber. Supongo que asentiría con la cabeza sin enterarme. Lo siento.
La presunción es de las características, vamos a dejarlo así, de las personas, que menos me gustan. Esos detalles en los que uno se fija, cuando no tiene otros, cuando desconoce deudas pasadas, pasan a un lugar central y sirven para valorar o descalificar a una persona. Puede ser injusto, pero algún criterio hay que utilizar para inclinarse por unos u otros. Hay relaciones y aprecios que vienen de atrás y uno ignora o los oye como quien oye llover, que cuando sale el sol ¿quien se acuerda de la lluvia?. Igual aquellas cosas que mitificaban al Mera. ¿No vista al Mera? Recuerdos del Mera.
Su vida se torció al final. Se tiró al tren entre Pola y La Cobertoria en terreno que conocía bien, no en vano la había recorrido como Sobrestante. El maquinista que lo arrolló, Roldán, también murió. Una hija suya es amiga de la mía, de manera que la vida rueda y rueda y el agua vuelve al cauce.

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