2006/11/06

YA ESTUVO BIEN DE REIRLE LAS GRACIAS A GUSTAVO BUENO

GUSTAVO BUENO Y ´GARRAFUNDIA´
Su última hazaña es un libro que bien hubiese podido editar el sector lírico y financiero de la FAES.
05/11/2006 FAUSTINO F. Alvarez
Cuando la Historia, aún siendo impostora, ponga las cosas en su sitio, y a cada merecimiento en sus límites, y a cada pleitesía en su deshonestidad, y a cada cantante en su coro, y a cada árbol en su bosque encantado, y a cada ola de hormigón es su mar, y a cada ruina en su jardín secreto, será cuando las generaciones venideras hagan un hueco para don Gustavo Bueno en ese entrañable epígrafe de los ovetenses pintorescos, los Cigaña, Antón de la Madre, Manolín el Pinzu, Josefa la Torera, Cilia la Tocha, el Torollu y Garrafundia , todos ellos dignos contribuyentes y de plenos derechos y obligaciones en la ciudad de los prodigios, y que no eran simios ni habían leído a Lewis Carroll ni habían postulado la pena de muerte para los etarras ni para cualquier heterodoxo, y que ni siquiera habían dicho que José María Aznar era un cultísimo experto en la poesía greco-latina o moderna, ni que a Gabino de Lorenzo había que rebautizarlo como Gabino de Médicis, epístola privada hecha pública vergonzosamente para arrastrar la quilla de la soberbia por la realidad del barro y para dar fe ante la colectividad de una conquista y de una rendición. El alcalde-ingeniero, perito en debilidades humanas ajenas de tan desgarradamente asomarse a las propias, le facilitó a don Gustavo un edificio de rango ateniense, negándoselo a los desfavorecidos de la ciudad, y el profesor actúa con la espontaneidad del paisano agradecido no por una vivienda social sino por un palacete de mágicas nostalgias mayéuticas, puesto que allí nacieron asturianos ilustres como la princesa Leticia Ortiz (a cuya familia ningunearon en Vetusta algunos poco previsores acólitos del catedrático del cierre categorial) y gentes de menor relumbrón: tantos y tantos ovetenses a quienes la cigüeña traía por aquellos tiempos a una clínica ribereña de un puti-club en la arteria que encaminaba a Vetusta hacía el oeste gallego, y palacete hoy reprivatizado y por cuya chimenea se envían a la atmósfera los residuos del pensamiento o las virutas del mito de la felicidad y las volutas del cierre categorial.
Este don Gustavo, reencarnación adoptiva de ovetenses celebérrimos, como los ya citados, a los que se podrían añadir Bocanegra, Arturín, Severino Camporro o Guillermo Carrocera (versificador ilustre con raíces en Olloniego, taurino, caballeroso y atormentado), se forjó una imagen heroica de sí mismo con calculada y reconocida dedicación académica y con indudable éxito para elaborar todo un tratado de mitología que incluye extravagantes arengas en las lampisterías de las madrugadas mineras.
Nunca ocultó su condición teatral, que comprendía una mezcla consentida de agitador y de bufón, con la complacencia de una izquierda gratificada porque un tipo de postín acudiese a la bocamina a proclamar no se sabía muy bien qué, ni por qué, ni para qué, cuando al final de la plática los picadores y los barrenistas y los artilleros descendían hacia el tajo tal como si la Hunosa del hábil Mamel Felgueroso les hubiese facilitado un número de circo antes de enfrentarse al grisú o a la dinamita, y poco más hasta la huelga siguiente. No está de más preguntarse, ahora que ya se van conociendo algunos trucos, qué cojones hacía Gustavo Bueno arengando a los mineros en una caricatura de las escenas románticas y atormentadas de Zola en Germinal . Ahora entiendo muy bien por qué, años más tarde y fatigosamente dedicado a darle otros vuelos a su propio personaje, este venerable jubilado se presta a defender la tele-basura, e incluso arma caballero a un descendiente para perpetuarse en tal condición genética de frecuentador de los platós de Boris Izaguirre y la ex de Jaime Ostos.
La última hazaña de don Gustavo es un libro que bien hubiese podido editar el sector lírico y financiero de la FAES aznarista, y en el que arremete contra el "pensamiento Alicia" o contra lo que el catedrático considera como la inconsistencia del presidente democrático Rodríguez Zapatero en el País de la Maravillas... Lo he leído un poco a saltos, pero con suficiente atención: es un tomo revelador y confesional, especialmente para entender algunos trucos de esta España tan incierta y también porque es un espejo de las fobias del analista transferidas teatralmente al analizado. No seré quien reproche ni a Platón ni a Sabino Arana que expresen, por escrito, lo que hayan pensado, tan distinto, y que cada palo aguante la vela con la que proyecta su luz en su caverna. Allá ellos. Pero lo que llama la atención en don Gustavo, aún con las cartas marcadas boquiabiertas, y lo digo desde una vieja cordialidad, es que haga de su presunta autoridad moral, tan discutible, un púlpito más proclive a la bronca que a la razón y a vociferar más que a entender. Será, en el futuro, un señor que inmigró a Asturias, con todo derecho, y que aquí plantó a su familia y su tinglado, y que en el paritorio que fue el sanatorio Miñor tiene su madriguera municipal financiada con dinero del procomún, y cuyos viejos discípulos, mayoritariamente, han ido desertando al tiempo que veían clarear ente las oscuridades boscosas del animal divino. Su célebre escuela filosófica cabe en el mismo coche que, ignominiosamente, le incendiaron unos fascistas a la puerta de su casa, atentando que sigue mereciendo memoria solidaria y reprobación sincera.
No estamos ante una sofista confrontación ideológica entre la izquierda y la derecha, ni entre el marxismo y el capitalismo, ni entre Zapatero y Aznar, sino ante el nuevo libro de un caballero listo de solemnidad y que, vestido de pastor protestante, ha encontrado un filón para su santonismo demagógico que sólo en ciudad tan complaciente y tan dormida como es Oviedo se aplaude a medias. Y, por favor, don Gustavo, abandone, si le place, las formas de sus airados monólogos públicos, también sus recitales de falta de respeto al discrepante, y contra éllo me hermano con la filóloga Inés Illán y con el arquitecto Toribio, algunas de sus más recientes reprendidos. Ya aburre, más que irrita, su exhibición de profundas advertencias políticas o morales que aparentan navegar desde la Grecia clásica y naufragan en el Oviedo de la escultura de "la gorda" de Botero, imagen inversa de la heroica ciudad de la elegancia: allí donde Alicia come bombones rellenos de niebla, y donde una Regenta de cartón-piedra mira hacía la aguja de la catedral con cara de idiota.
* Periodista

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