2020/09/12

MENSAJE A GARCÍA

Es un texto superconocido que vino a cuento por una anécdota personal de esta mañana. Estabas (cosa rara) tomando una sidra cuando recibes una llamada de un número desconocido. Era la mujer:
- Estoy en el garaje. Hacía falta que vinieras a casa.
No preguntaste qué había ocurrido. Pagaste la consumición, y a casa rapidito. Algo urgente pero absolutamente banal.
- Viniste como un riguilete.
- Tengo presente el mensaje a García.
Tuviste un gerente que un buen día repartió unos folios por las mesas. El siguiente.

Texto del escritor norteamericano Elbert Hubbard (1856-1915)

Entre los acontecimientos ocurridos durante la guerra de Cuba, hay uno que descuella sobre todos los demás y el nombre del individuo que lo ejecutó brilla como brilla el planeta Marte cuando está en su perihelio. Al estallar la guerra entre España y los Estados Unidos, fue necesario establecer comunicaciones rápidas con García, jefe de los insurrectos, quien se hallaba en las regiones montañosas de la isla, sin que persona alguna pudiera precisar dónde y en qué lugares, a las que ni el correo ni el telégrafo llegaban. El Presidente Mackinley deseaba, sin pérdida de tiempo, obtener la cooperación del expresado jefe. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Hubo quien, acercándose al Presidente, dijo:
—Hay un hombre, llamado Rowan, que, si es posible encontrarlo, encontrará a García.
Llamaron a Rowan, quien recibió una carta que debía entregar a García. Tomó el parte, lo colocó en una bolsita de hule y lo ató sobre su corazón. De cómo a los cuatro días un bote lo desembarcó en las costas de Cuba, de cómo se internó en las selvas y tres semanas más tarde apareció en la otra costa, después de haber cruzado un país hostil y de haber entregado a García el mensaje recibido, son cosas de las que no deseo ocuparme. Lo que quiero hacer constar es que Mackinley entregó a Rowan una carta pata que la llevara a García, y que aquél la tomó sin preguntar ¿dónde está García? He ahí un hombre cuyas formas deberían vaciarse en bronce que inmortalizara su memoria y cuya estatua debiera colocarse en los colegios del Estado. Lo que necesitan los jóvenes no es sólo estudiar libros e instruirse respecto de tal o cual cosa, sino dar a sus vértebras la rapidez necesaria para cumplir fielmente sus deberes, para obrar con rapidez, para concentrar su energía y saber llevar un mensaje a García. El general García ha muerto; pero hay otros muchos Garcías. Todos los que se han esforzado en llevar a buen término una empresa determinada, en la que se necesite el concurso de muchos, han tenido que comprobar, llenos de consternación, la imbecilidad de los hombres que constituyen el término medio de la humanidad, y su incapacidad y mala voluntad para concentrar su energía sobre una cosa y hacerla. Generalmente los auxiliares hacen los trabajos con poco entusiasmo, y es frecuente encontrar en ellos negligencia, imprudente atolondramiento e indiferencia desmedida. Nadie obtiene éxito si, a buenas o malas, o por amenazas, no incita u obliga a los otros hombres a prestarle su ayuda, salvo el caso de que Dios, con su misericordia, haga un milagro y le envíe un ángel de luz como ayudante. Haga usted la prueba; usted está en su oficina y tiene seis empleados al alcance de su voz: llame a cualquiera de ellos y dígale:
—Tenga usted la bondad de buscar datos en la enciclopedia y haga un resumen de la vida de Correggio.
Le responderá el empleado: Sí, señor. ¿Pero hará él lo que usted le ha encargado? ¡Nunca! Le mirará a usted como un tonto y formulará una o varias de las siguientes preguntas:
—¿Quién era?
—¿Qué enciclopedia?
—¿Fui acaso contratado para esta clase de trabajo?
—¿No se refiere usted a Bismarck?
—¿No le parece bien a usted que lo higa Carlos?
—¿Ha muerto?
—¿Hay prisa? ¿No puedo darlo mañana o el lunes?
—¿Quier e que le traiga el libro y lo buscará usted mismo?
—¿Par a qué lo quiere usted?
Apuesto diez contra uno que, después de contestarle y explicarle cómo debe encontrar los datos y para qué los necesita, irá su ayudante a pedir a otro empleado para que le ayude a buscar a García y que, por fin, volverá diciendo que no existe tal individuo. Pudiera ser que perdiera mi apuesta, aunque, según el cálculo de probabilidades, no debe ser así. Si usted es prudente, no se tomará el trabajo de explicar a su ayudante que lo relativo al Correggio se encuentra en el índice de la letra C y no en el de la K; sonreirá afablemente y contestará: No importa, déjelo; lo buscaré yo mismo. Esa incapacidad para obrar independientemente, esa estupidez moral, esa falta de carácter, esa mala gana para realizar con ánimo un esfuerzo cualquiera, son las causas que alejan el socialismo puro a un porvenir muy distante. Si el hombre no trabaja cuando el resultado de sus esfuerzos redunda sólo en beneficio propio, ¿qué hará cuando el beneficio obtenido deba repartirse entre los demás hombres? Parece que la presencia de un contramaestre, garrote en mano, fuese necesaria, y el temor de que el sábado por la noche lo despidan es lo que mantiene a muchos trabajadores en sus puestos. Publique usted un aviso pidiendo un estenógrafo, y se presentarán, como tales, muchos que no saben ortografía, ni conocen la puntuación, ni creen necesario saberla. ¿Puede tal ayudante escribir una carta a García?
—¿Ve usted ese tenedor de libros? me decía el jefe de una gran fábrica.
—Sí. ¿Qué hay respecto a él?
—Es un buen contador; pero si lo mando a la ciudad a desempeñar alguna comisión, aunque pueda ser que cumpla su cometido con toda regularidad, pudiera también suceder que se detuviera en cuatro tabernas por el camino y que, al llegar a la calle principal, no se acordara ya de la comisión cuyo desempeño se le había confiado. ¿Puede a un hombre así encárgasele algo para García? Recientemente hemos visto manifestarse muchas falsas simpatías por los pobres empleados agobiados en los talleres por el trabajo y el calor, y en favor de los vagos que buscan honesto empleo; y que con mucha frecuencia van esas simpatías acompañadas de duras palabras en contra de los patrones, sin que se deslice una sola frase en favor del jefe, prematuramente envejecido por su constante lucha para obligar a que ejecuten inteligente labor empleados inútiles e ineptos ayudantes, que sólo esperan verle volver la espalda para holgar a su placer. En todo almacén o fábrica se va efectuando una no interrumpida operación de selección y limpieza. El jefe despide continuamente a los empleados que han demostrado su incapacidad para hacer progresar sus intereses y contrata otros. Por buenos que los tiempos sean, esa selección continúa siempre; pero si los tiempos son malos, ella se profundiza y desmenuza más, y los indignas e incompetentes concluyen por desaparecer, comprobándose así la mayor vitalidad y supervivencia de los más aptos. El interés personal aconseja al patrón conservar únicamente los empleados mejores, los que saben llevar un mensaje a García. Conozco un hombre de relevantes cualidades, pero que no tiene habilidad para dirigir un negocio propio. Este individuo, a pesar de sus buenas condiciones, es un empleado inservible por llevar en sí la malsana sospecha de que el superior lo oprime o abriga al menos la idea de oprimirle. No sabe dar órdenes y rehúsa recibirlas. Si se le entrega un mensaje para llevarlo a García, lo más probable es que, considerándolo a usted como un explotador y ávido Shylock, le diga: llévelo usted. Considera a todo hombre de negocios como un bribón y constantemente emplea como un epíteto despreciable el calificativo de "comercial". Actualmente este individuo vaga por las calles en busca de trabajo, y por los intersticios de su chaqueta, raída hasta la trama, sopla y pasa el viento libremente, sin que haya quién se atreva a emplearlo, porque es un verdadero foco de discordia. Es inaccesible a la razón y sólo es capaz de impresionarle la punta de un botín número 44, guarnecido de fuertes suelas. Es evidente que un individuo tan moralmente enfermo, no es menos digno de nuestra conmiseración que un inválido; pero al sentir lástima por él, vertamos también una lágrima por el hombre que procura llevar adelante algún gran proyecto; por aquél que, sin descansar de sus trabajos, aunque suene el pito y toque la campana, ve encanecer sus cabellos en la constante lucha para dominar la crasa indiferencia, la negligente imbecilidad y la negra ingratitud de aquellos que, si no fuera por él, carecerían de pan y de hogar. ¿He expuesto el caso con excesiva energía? Quizá; pero mientras el mundo entero simpatiza tan sólo con los desgraciados, séame permitido dar un voto de simpatía al hombre que triunfa; al que, venciendo grandes obstáculos, ha dirigido los esfuerzos ajenos y por resultado obtiene sólo, como beneficio propio, lo indispensable al más pobre de los mortales: alimento y ropa. He llevado peso sobre mis hombros, he trabajado a jornal y sé que algo puede decirse en pro y en contra de unos y otros. La excelencia no existe "per se" en la pobreza, los harapos no son certificado de honradez y ni todos los patrones son rapaces y exigentes, ni son todos los pobres virtuosos. Mi corazón simpatiza con el hombre que igual trabaja cuando el jefe está presente que cuando no lo está. El hombre que tranquilamente lleva a García la comunicación que se le confió; el que sin hacer estúpidas preguntas, sin abrigar la intención de tirar la carta en la primera cloaca que encuentre en su camino, se pone en marcha preocupándose únicamente de entregarla, ese hombre, digo, nunca se ve despedido ni necesita declararse en huelga para conseguir aumento de sueldo. La civilización no es más que una investigación ansiosa en busca de tales individuos. Un hombre de esas condiciones obtendrá cuanto solicite. El es indispensable en toda capital, ciudad y pueblo; en toda oficina, almacén y fábrica. El mundo ansia poseer individuos de esta naturaleza, porque: se necesita con mucha urgencia y en todas partes al que sepa llevar un mensaje a García.
POR QUÉ LO ASCENDIERON
La escena pasa en una de nuestras grandes casas comerciales. Un empleado maduro pide autorización para presentar una queja al director general.
—¿Qué hay?
—Señor director, ayer ha sido nombrado X para ocupar la vacante de Z. Yo soy 5 años más antiguo que X, y X es 16 años más joven que yo...
El director lo interrumpe:
—¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo:
—Son unos carros que pasan.
—¿Qué llevan?
Después de nueva salida:
—Unos sacos.
—¿Qué contienen los sacos?
Otro viaje a la calle:
- No se ve lo que tienen.
- ¿ A dónde van?
Cuarta salida:
—Van hacia el Este.
El director llama al joven X.
—¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
X sale y regresa cinco minutos después:
—Son cuatro carros cargados con sacos de azúcar, forman parte de 15 toneladas que la casa A. remite a tal parte. Esta mañana pasaron los mismos carros con igual carga, se dirigen a la Estación Central. Van consignados a... El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
—¿Ha comprendido usted?

No hay comentarios: