2013/11/02

EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

Siguiendo la rutina habitual del Día de Todos los Santos, sales del garaje, en esta ocasión solo, y mientras se abre el semáforo de la primera rotonda, observas a una chica tomando un café en una terraza. Son las diez y cuarto de la mañana y te preguntas cómo celebran, disfrutan o pasan este los que viven lejos de los cementerios de los suyos. En Asturias es de los festivos que abren las grandes superficies. Es una alternativa.

Vas dejando atrás los kilómetros y repasas los muertos más recientes, aunque no los hayas conocido, que tendrían planeado algo para este día. De visitantes a visitados, de llorantes a llorados.

Ya en el cementerio, piensas cómo las rencillas de aquellos muertos siguen marcando fronteras entre los vivos, mientras el cura reza y los fieles susurran casi imperceptiblemente “como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.

Bajo el texu centenario los oriundos de Payares te preguntan cariñosamente si van a salir retratados en la crónica. No con nombres y apellidos. No vas a reflejar aquí cuántos y quienes fueron, de qué trataron las lecturas, ni relacionar los comulgantes, ni qué familias estaban o quienes faltaron. Todos tienen buenas y legítimas razones.

El día de Todos los Santos es un día triste, al menos porque a uno le falta el don de la ubicuidad. También puede ser un día cansino si las muertes son lejanas y la tristeza consiguiente ya desapareció por completo, aunque el recuerdo no muera nunca.

Por último, es un día extraño al ser el cumpleaños de tu mujer, pero uno no elige cuando viene al mundo y casi nunca cuándo se va.

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