2012/06/16

El ESFUERZO INVIDUAL Y EL INTERÉS COLECTIVO

“Es difícil involucrarse en lo demasiado troceado y borroso y fuera de nuestra influencia”.

Es una frase suelta en el segundo libro, Baile y sueño, de la trilogía de Javier Marías, Tu rostro mañana.

No pierde sentido si se amplía la frase: “La verdad es que mi curiosidad eran tan escasa que casi nunca lograba interesarme por los asuntos que mi transitorio jefe se trajera entre manos; así, rara vez prestaba atención motu proprio, y aun descubría a menudo, cuando él me la reclamaba, que sus posibles intrigas, encargos, exploraciones o trueques me traían sin cuidado. Quizá porque tampoco estaba jamás muy al tanto, y es difícil involucrarse en lo demasiado…”.

Es muy habitual que al leer un libro te impacten una frase o una historia que te dice algo en ese preciso instante de tu vida, pasajes o párrafos que te pasarías absolutamente desapercibidos dos meses o unas horas antes. Te das cuenta de ello cuando abres al azar libros ya leídos y subrayados o con páginas o párrafos marcados. Entonces te preguntas por qué habrás subrayado esto entonces, si ahora no te dice absolutamente nada.

No te salgas del riego. Escarba. Sigue con la idea que inició esta entrada: “es difícil involucrarse…”.

Es cierto. Estos días estás especialmente sensible con la idea de hasta qué punto es útil o válido o necesario el esfuerzo individual, o cómo se canalizan la suma de esfuerzos individuales para hacerlos coincidir con el espíritu colectivo o cómo una idea colectiva puede aglutinar, encauzar y canalizar los esfuerzos individuales y cómo conjugar eso con intereses personales contradictorios, o inicialmente contrarios al arrastre general.

Vale esta idea para la revuelta minera, vale también para una guerra contra un enemigo exterior o interior, y vale para la marcha de una empresa con sus múltiples ramificaciones y escalas.

Vuelves a Javier Marías, unas páginas atrás: “Siempre hay razones a posteriori para cualquier acción, hasta la más gratuita o la más infame, siempre se encuentran, a veces ridículas e inverosímiles, mal fundamentadas y que no engañan a nadie o sólo al que se las inventa. Pero en todo caso se da con ellas. Y otras veces son buenas y convincentes, impecables, en realidad es más fácil encontrarlas para los hechos que para los planes y las intenciones, los propósitos, las decisiones. Lo ya sucedido es un punto de partida muy fuerte, muy consistente: es irreversible, y eso ya es una gran pauta, una guía. Es algo a lo que atenerse. O más; a lo que ceñirse, porque ata y obliga, así resulta que tiene uno en el bote la mitad del trabajo. Cuesto mucho menos explicar con razones lo ya pasado que justificar de antemano lo que quiere uno que pase, lo que va a procurarse. Todo el que está en política lo sabe de sobra, y en la diplomacia.” La frase sigue, pero no quieres hacer demasiado largo este artículo. En realidad es la política de hechos consumados, por decirlo con una frase ya hecha.

En realidad es lo que estudiaste en Filosofía del Derecho, cómo a veces el ser antecede y justifica el deber ser, es también la fuerza de la costumbre como principio para obligar (es obligatorio hacer lo que la costumbre sancionó como correcto o simplemente como repetido, que pasa a ser lo mismo, alguien lo justificará). No en otra cosa consiste a veces el ejercicio de la abogacía: defender con entusiasmo (meterse dentro) lo que otro acometió o cometió, esté bien o mal.

No te pierdas, vuelve a la tensión, interés, idea o esfuerzo individual versus interés de grupo.

Te planteas a veces si merece la pena combatir en batallas que se sospechan perdidas, si merece la pena esforzarse en el trabajo en una empresa que se sabe en liquidación, y que quizá con tu esfuerzo individual, peleando por pequeños números solamente consigues ralentizar o “putear” la decisión superior de cerrar.

Te preguntas si el daño que a corto plazo la revuelta minera está ocasionando a tus trenes y a tu trabajo, es un sacrificio que debas soportar por el bien común, o por el tuyo a medio plazo, o por el de tu comarca minera o por el de tu región, y te preguntas si se te está pidiendo un sacrificio como el del soldado que va al frente de batalla y tiene la absoluta certeza de que va a morir y de que tiene que asumir su muerte para la victoria de la patria.

Te preguntas si hay que defender el carbón porque lleva muchos años siendo el carbón, y la mar porque lleva muchos años siendo mar, y el campo porque lleva muchos años siendo campo, y el tren porque lleva muchos años siendo tren. Y te preguntas si las ayudas suplementarias al carbón se van a detraer de las ayudas de los trenes, o del mar, o del campo, o de la educación, o de la sanidad, o si por el contrario se van a restar también del llamado gran capital y de la banca, de la que algún salario ganancial te llega. Porque en la banca también hay trabajadores, cuyo puesto de trabajo peligra tanto como el de los trenes, los metalúrgicos, los mineros o los ferroviarios. Y te preguntas también si sin implantar el socialismo real hay alguna forma efectiva de perjudicar al capital dejando incólume a la fuerza obrera o empleada o asalariada.

Sobre la razón de la fuerza y la fuerza de la razón no vas a insistir por no repetir lo de una entrada reciente.

Salió una entrada demasiado larga, inconexa, e incompleta, pero a veces las ideas sea amontonan. Quizá se ordenen un poco dentro de unos minutos alrededor de una botella de sidra y un pincho de picadillo en El Fontán. ¿O es una frivolidad con lo que acabas de decir … y con la que está cayendo? Frase odiosa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La entrada te salió especialmente hegeliana, hasta en el párrafo final.
Rufino

Sangin dijo...

Pero de la "derecha hegeliana"