2010/03/02

JOAQUÍN Y BENIGNO


Desde que andas escarbando en las historias de tu aldea natal y alrededores vas de sorpresa en sorpresa, con la gran pena de que hay recuerdos irrecuperables, es decir no recuerdos. Para que la memoria no se perdiera del todo, al dorso de las fotos que tu madre guarda en cajas y cajones fuiste tomando nota de quien era quien.

¿Por ejemplo, quiénes son esos tan bien portados que pasean por el centro de Valladolid? Son tu tío Luis, q.e.p.d, y su amigo Benigno, de Fierros, que se casó con la hermana del cura que te bautizó y emigraron para Méjico, en donde llevan cerca de cincuenta años.

Te enteras de que volvió y que ahora vive en Gijón. Se lo dices a tu madre y te comenta que le gustaría verlos, pero ahí queda la cosa. Nunca decae el interés por los amigos del hermano muerto.

Suspendes de momento la historia anterior para empezar con otra.

Hay un vecino del pueblo, Joaquín el de Naveo, que desde que perdió un poco la noción del tiempo y otras nociones está en una residencia de la tercera edad en Gijón, después de haber estado anteriormente en otra en Siero. Nunca habías estado en su nueva ubicación y ya tocaba una visita.

¿Y quién es el compañero de habitación de Joaquín? Benigno. Después de andar “poblando” por los Col.laos de Torones en su juventud, nuevamente juntos.

¿Cuántas residencias hay solamente en Gijón? Las páginas amarillas arrojan la considerable cifra de 83. No será la única sorpresa que contarás estos días si la actualidad no arrolla con otros eventos.

2 comentarios:

belijerez dijo...

La Vida que sabe cuidarnos a cada uno como necesita.

Que bonita coincidencia y que lindo que puedas contarlo.

Karen Dinesen dijo...

Es llamativa la coincidencia,Luis Simón. Y, supongo que a pesar del contexto, agradable el reencuentro. Al menos si se dan las condiciones para que puedan recordar, revivir y disfrutar las andanzas de la mocedad.Aunque después les sobrevenga la nostalgia.

Mi tía Manuela, después de estar cuarenta años enviándonos fotos desde Toronto,viuda, sin hijos y limitada físicamente por una artrosis generalizada y pudiente, se le ocurrió la feliz idea de volver al pueblo y nos pidió que le buscásemos una residencia. Ni que decir tiene que allí se encontró con abundantes amigos y conocidos de juventud. Entre ellos, un anciano (como ella) que la había cortejado en sus años mozos.Pues hasta dónde llegaba la coquetería de estos 90 años que llevaba encima mi tía, que procuraba no cruzarse con él para evitar ser reconocida, ya que no se veía ella a sí misma con el suficiente atractivo que sería deseable (y la verdad es que seguía teniendo un toque de distinción inigualable). Traté de convencerla diciéndole que si la reconocía tal vez se debía a que no habría cambiado tanto...Pues no hubo forma.Se murió el viejo admirador sin saber que Manolita compartió con él su tiempo y su espacio en sus últimos días. O eso creyó ella...¡Vaya usted a saber!
¡Cuánto hablo, no?