2007/04/11

LAS CADENAS

Recibes al cabo del día un montón de cadenas: del amor, de la amistad, de la paciencia, de la sabiduría, de los Alpes, del África Tropical, de Machupichu, del País Llionés.
Según las abres, dices: “otra vez la cadena de los Alpes”, le das intros o AvPág rápidamente, y en diez segundos, las das por despachadas. Algunas ya las conoces por el nombre del anexo y borras directamente el mensaje. Otras veces no te percatas de que ya los viste hasta que pasan diez o doce secuencias, las antiguas filminas, pero como no te acuerdas muy bien, no las abortas y continúas hasta el final para ver en qué queda la cosa.
A veces recibes alguna de Maite o de personas a las que aprecias especialmente o a las que quieres, además de que no se prodigan en mensajes, y en ese caso ya no das al intro ni al AvPág, aunque conozcas el fichero, que no es el caso.
Entonces te detienes en las frases y en las imágenes y en la música porque realmente la persona que te lo manda te dice algo.
“He aprendido que no puedo aprender a que alguien me ame. Solo convertirme en alguien a quien se puede amar. El resto depende de los otros” y te dices que es verdad, que Maite tiene razón.
“He aprendido que hay cosas que puedo hacer en un instante y que pueden ocasionar dolor toda una vida”. Y te dices que también es verdad, que a veces dices cosas a la ligera, que recién dichas ya las olvidaste, tú, pero no el que las oyó o a quien iban dirigidas, que puede acordarse de ellas toda una vida.
“He aprendido que el dinero es un pésimo indicador del valor de algo o de alguien”. Repites esta cantinela muchas veces pero no siempre lo sigues al pié de la letra. Cuentas como una muletilla, en cuanto puedes, que si un buen día traes a tu mesa a un japonés o a un cherokee o a un hutu, y les pones delante un plato de sardinas a la plancha, una ración de caviar y unas patatas fritas, a lo mejor se comen las patatas y desprecian el caviar, porque no siempre el gusto va en paralelo con el precio. Y piensas cuantas veces por puro esnobismo tiendes a pensar que está más buena la comida más cara. Otro tanto haces con los hombres.
“He aprendido que en muchos momentos tengo el derecho de estar enojado, pero no el derecho de ser cruel”. Esta frase te parece una variante de otra anterior, la de las cosas que pueden ocasionar dolor toda una vida. Te detienes en ella porque a veces las mismas ideas se pueden decir de diferente manera.
“He aprendido que el verdadero amor y la verdadera amistad continúan creciendo a pesar de la distancia”. Nunca tuviste la experiencia de si el amor crece a distancia…o ya no te acuerdas de aquello porque pasaron treinta años desde la última vez que tuviste algún amor en la distancia, pero te parece que puede ser verdad. Desde luego así lo crees respecto de la amistad.
“He aprendido que por mas fuerte que sea mi duelo, el mundo no se detiene por mi dolor”. Así es. Cuantas veces dices “lo siento”, “te acompaño en el sentimiento”. Es imposible sentir tanto por tantos y que tantos acompañen en el sentimiento tantas veces como se dice esa manida frase, pero ya se sabe que las palabras también se desgastan con el uso, pierden su forma y su sentido original.
“He aprendido que tanto escribir como hablar alivia los dolores emocionales”. Y no tienes nada que añadir a esto porque se comenta por sí mismo.
Y ves todas esas fotos de Paris, que es una hermosa ciudad, y escuchas la canción en ese francés del que intentas entender alguna palabra y coges al vuelo algo de “La bohème” y poco más después de haber estudiado tantos años de francés y piensas en el autor del montaje y en el fotógrafo, en la ilusión que pusieron en los encuadres “que no salga esta señal”, “este coche estropea la foto del parque”, “¿pondré antes la foto de El Louvre o la del Sena?”. Y cuando repones una y otra vez el montaje “sientes” con el que lo hizo y con la persona que te lo mandó, y te das cuenta de que la aprecias y de que la quieres y de que le deseas lo mejor.

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