Vas, no vas, no sabes que hacer, ya estuviste alguna vez en Portugal, pero por suerte no te acuerdas de las cosas, sí, tienes una ligera noción, Grândola Vila Morena, el Chiado, la Plaza del Comercio, pero te haces un lío mental con las colinas, las calles cuestas y los tranvías, de manera que la visita puede resultarte como nueva. Al final te enteras de que te apuntaron y vas.
La última vez que pasaste esa frontera llevabas escudos y hoy vas con euros. Algo de tiempo ganaste porque no tuviste necesidad de pasar por el banco ni buscar un bancario (se enfadan si les dices banqueros) conocido para que te diera un buen cambio.
Medio adormilado, pasas por las tierras de Zapatero, te despiertan los de la agencia de viajes para ofrecerte unas pastas o unos frutos secos o unos bombones o un chupito. De momento dices que no, pero en etapas sucesivas no perdonarás ningún avituallamiento, no te vaya a entrar la pájara.
Llegas en forma al final de la primera etapa, Ciudad Rodrigo. Entras en el hotel con espíritu positivo. Cuando sales a dar una vuelta por la ciudad, te apetece preguntar por el dueño para plantearle una única cuestión: si oyó alguna vez hablar del marketing y de la imagen. Te parece que puede haber gente que se eche hacia atrás solo por la primera impresión exterior. Al día siguiente te preguntas sí tú, en un viaje particular, harías una noche en ese sitio, y llegas a la conclusión de que sí, y eso que no tienes ni idea del precio, ni lo vas a preguntar porque te da exactamente igual y cuando vas de excursión lo que votas es el programa electoral en conjunto, no cada una de las ofertas. Si hubiera que votar dónde se iba a comer o dónde a cenar o si se iba al Teatro o a la pesca submarina, no se haría ningún viaje.
Más adelante confrontarás esa imagen con otros hoteles que dan el pegu por fuera, y a lo mejor son como sepulcros blanqueados.
A la puerta de la Catedral te encuentras con D. Atilano, al que conoces por ser asturiano, y porque estudió contigo en el Seminario, aunque él estaba en los últimos años cuando tu estabas empezando. Charláis un rato. Cuenta cómo para él el Seminario era un descanso porque lo duro era ir a la hierba por las empinados prados de Cangas de Narcea.
Por la noche vas a ver una procesión. Es una procesión sencilla pero digna. Te preguntas cuánta gente, no solo del público, sino entre los papones, van con algo de fe. ¿Fe en qué? Dejas ahí la cuestión porque estamos de vacaciones.
Llegas a Salamanca, y dónde más gente ves es buscando la rana de la fachada de la vieja Universidad o el astronauta del pórtico de una de sus catedrales. Esto te recuerda a los bebés que no quieren comer y les dicen que miren un pajarito y mientras abren la boca, zás, allá fue la cucharilla. Al menos comieron. Lo mismo el turista, al que hay que amenizar con algún entretenimiento. Si, después de eso, coge algún punto, eso que se ganó para la causa. Parece que los dices con un poco de retintín, pero en realidad tiene que ser así, no les vas a contar a un variopinto grupo de turistas, las diferencias entre el gótico flamígero y el gótico alemán.
Echas un pigazu en el bus y llegas a Fátima. Te quedas un momento oyendo una misa, más que nada por ver si entiendes algo del portugués. Te preguntas cómo será que lo entiendes bastante bien cuando lo lees, pero cuando lo oyes, prácticamente no te enteras. Dejas las reflexiones lingüísticas para otro día.
Cuando te alejas de Fátima, supones que con fe debe verse con otros ojos.
Llegas en esto a Nazaré y te impresionan las portuguesas con sus mantones negros y los portugueses con sus viseras y su ropa oscura. Te fijas para sus zapatos y los llevan limpios. Es bueno que elimines los prejuicios y dejes de asociar tipo de ropa con falta de higiene.
Ya estás en Lisboa. Puestos a calibrar, te parece que el hotel está bastante bien ubicado. Puede que el otro hotel alternativo estuviera más cercano, pero a lo mejor por allí no podías salir a dar un paseo y por aquí sí, y en cualquiera de los dos casos, necesitarías un taxi para el centro, de manera que, de chiripa o como sea, te parece que salisteis ganando.
Y en nada a Oporto.
Después de unos cuantos días de monumentos y bacalao ya no sabes si la fachada aquella la viste en Belem o en el barrio de Alfama, si la torre de la iglesia verdosa era gótica o corintia, o si el santo de la capa verde estaba en Oporto o en Sintra. Y lo mismo con el bacalao, que no distingues si era fresco o congelado, incluso si era merluza. Esas dudas dieron vidilla a las mesas.
Y repasas establecimientos y te das cuenta de que sitios que prometían mucho, no eran para tanto, mucha etiqueta, mucho ¿me permite, señor?, pero guardas mejor recuerdo de otros palomares donde te atendían en reñida pelea con el mínimo protocolo. ¡Y decimos a los niños que no hay que comer con la vista!
Haces un repaso del viaje en clave electoral y te dices que fue un viaje de centro porque para captar los votos de la mayoría, en unos casos se hicieron concesiones al ahorro y en otros hubo alguna alegría.
Y vuelves a España, y no lo puedes celebrar cantando porque tu himno no tiene letra, y cantarlo con boca cerrada lo dejas para los ensayos.
Termináis con la tradicional mariscada de O Grove. Piensas una vez más en la oferta y la demanda, no acabas de dar con el motivo de que algunos alimentos tengan esos precios. Seguramente estás equivocado porque todo el mundo se pirria por esbillar y tú preferirías un pinchu de bonito y mayonesa en Lira.Haciendo un último repaso mental del viaje, resulta que la mayor discusión que se suscitó fue a cuenta de Fernando Alonso, de manera que te das con un canto en los dientes y te prometes que dequiparriba te apuntarás a todas las excursiones y saraos, que la vida son cuatro días.
La última vez que pasaste esa frontera llevabas escudos y hoy vas con euros. Algo de tiempo ganaste porque no tuviste necesidad de pasar por el banco ni buscar un bancario (se enfadan si les dices banqueros) conocido para que te diera un buen cambio.
Medio adormilado, pasas por las tierras de Zapatero, te despiertan los de la agencia de viajes para ofrecerte unas pastas o unos frutos secos o unos bombones o un chupito. De momento dices que no, pero en etapas sucesivas no perdonarás ningún avituallamiento, no te vaya a entrar la pájara.
Llegas en forma al final de la primera etapa, Ciudad Rodrigo. Entras en el hotel con espíritu positivo. Cuando sales a dar una vuelta por la ciudad, te apetece preguntar por el dueño para plantearle una única cuestión: si oyó alguna vez hablar del marketing y de la imagen. Te parece que puede haber gente que se eche hacia atrás solo por la primera impresión exterior. Al día siguiente te preguntas sí tú, en un viaje particular, harías una noche en ese sitio, y llegas a la conclusión de que sí, y eso que no tienes ni idea del precio, ni lo vas a preguntar porque te da exactamente igual y cuando vas de excursión lo que votas es el programa electoral en conjunto, no cada una de las ofertas. Si hubiera que votar dónde se iba a comer o dónde a cenar o si se iba al Teatro o a la pesca submarina, no se haría ningún viaje.
Más adelante confrontarás esa imagen con otros hoteles que dan el pegu por fuera, y a lo mejor son como sepulcros blanqueados.
A la puerta de la Catedral te encuentras con D. Atilano, al que conoces por ser asturiano, y porque estudió contigo en el Seminario, aunque él estaba en los últimos años cuando tu estabas empezando. Charláis un rato. Cuenta cómo para él el Seminario era un descanso porque lo duro era ir a la hierba por las empinados prados de Cangas de Narcea.
Por la noche vas a ver una procesión. Es una procesión sencilla pero digna. Te preguntas cuánta gente, no solo del público, sino entre los papones, van con algo de fe. ¿Fe en qué? Dejas ahí la cuestión porque estamos de vacaciones.
Llegas a Salamanca, y dónde más gente ves es buscando la rana de la fachada de la vieja Universidad o el astronauta del pórtico de una de sus catedrales. Esto te recuerda a los bebés que no quieren comer y les dicen que miren un pajarito y mientras abren la boca, zás, allá fue la cucharilla. Al menos comieron. Lo mismo el turista, al que hay que amenizar con algún entretenimiento. Si, después de eso, coge algún punto, eso que se ganó para la causa. Parece que los dices con un poco de retintín, pero en realidad tiene que ser así, no les vas a contar a un variopinto grupo de turistas, las diferencias entre el gótico flamígero y el gótico alemán.
Echas un pigazu en el bus y llegas a Fátima. Te quedas un momento oyendo una misa, más que nada por ver si entiendes algo del portugués. Te preguntas cómo será que lo entiendes bastante bien cuando lo lees, pero cuando lo oyes, prácticamente no te enteras. Dejas las reflexiones lingüísticas para otro día.
Cuando te alejas de Fátima, supones que con fe debe verse con otros ojos.
Llegas en esto a Nazaré y te impresionan las portuguesas con sus mantones negros y los portugueses con sus viseras y su ropa oscura. Te fijas para sus zapatos y los llevan limpios. Es bueno que elimines los prejuicios y dejes de asociar tipo de ropa con falta de higiene.
Ya estás en Lisboa. Puestos a calibrar, te parece que el hotel está bastante bien ubicado. Puede que el otro hotel alternativo estuviera más cercano, pero a lo mejor por allí no podías salir a dar un paseo y por aquí sí, y en cualquiera de los dos casos, necesitarías un taxi para el centro, de manera que, de chiripa o como sea, te parece que salisteis ganando.
Y en nada a Oporto.
Después de unos cuantos días de monumentos y bacalao ya no sabes si la fachada aquella la viste en Belem o en el barrio de Alfama, si la torre de la iglesia verdosa era gótica o corintia, o si el santo de la capa verde estaba en Oporto o en Sintra. Y lo mismo con el bacalao, que no distingues si era fresco o congelado, incluso si era merluza. Esas dudas dieron vidilla a las mesas.
Y repasas establecimientos y te das cuenta de que sitios que prometían mucho, no eran para tanto, mucha etiqueta, mucho ¿me permite, señor?, pero guardas mejor recuerdo de otros palomares donde te atendían en reñida pelea con el mínimo protocolo. ¡Y decimos a los niños que no hay que comer con la vista!
Haces un repaso del viaje en clave electoral y te dices que fue un viaje de centro porque para captar los votos de la mayoría, en unos casos se hicieron concesiones al ahorro y en otros hubo alguna alegría.
Y vuelves a España, y no lo puedes celebrar cantando porque tu himno no tiene letra, y cantarlo con boca cerrada lo dejas para los ensayos.
Termináis con la tradicional mariscada de O Grove. Piensas una vez más en la oferta y la demanda, no acabas de dar con el motivo de que algunos alimentos tengan esos precios. Seguramente estás equivocado porque todo el mundo se pirria por esbillar y tú preferirías un pinchu de bonito y mayonesa en Lira.Haciendo un último repaso mental del viaje, resulta que la mayor discusión que se suscitó fue a cuenta de Fernando Alonso, de manera que te das con un canto en los dientes y te prometes que dequiparriba te apuntarás a todas las excursiones y saraos, que la vida son cuatro días.
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