2006/12/04

PINOCHET RECIBIÓ LA EXTREMAUNCIÓN

No sé si en Chile se llama la extremaunción o el redactor local es un viejo veterano, que es lo mismo.
¡Qué mal se despegan de nuestra mente las primeras palabras aprendidas, las primeras ideas imaginadas!. Ya pueden venir después todos los lenguajes políticamente correctos del mundo, que aquello primero nos acompañará hasta el final, sobre todo si responde a ideas simples, elementales y auténticas. Ya podía decir los curas que no, que no se hable de extremaunción, que es la unción de enfermos. Será para siempre la extremaunción. Extrema, última, doblemente contundente, por última y por extrema, que son lo mismo. La última es terrible, el punto de no retorno, de ahí al agujero. ¿En cuanto a extrema, cómo no asociar extrema a extrema gravedad?
Los de mi generación ya no la vimos nunca en directo, pero nos la imaginamos, quizá por algún cuadro o por narraciones. Allá va el cura, con el alba blanca, si no es una redundancia, con el monaguillo pequeño, si no es otra redundancia, y con un pequeño séquito que sigue, si no es una tercera reiteración. Allí van, pues, alba, monaguillo y séquito, cabizbajos, con paso firme, el cáliz tapado y fuertemente sujetado con las dos manos. La gente se santigua y arrodilla a su paso. Imposible imaginar un día soleado. La extremaunción siempre es en otoño, orbaya, el día gris, casi oscureciendo, caras largas, gestos serios. Y llega el cura a la casa, entra en la habitación, la cama, la silla, la cómoda, penumbra y silencio, algún susurro a lo más. Cerradas las contraventanas, que no haya claridad, que no haya ruido. El enfermo abre los ojos, está pálido y muy delgado, se distinguen todas las venas de las manos. El cura se sienta en la cama, le coge la mano, hablan muy bajo, el enfermo moribundo se confiesa. Lloran suave afuera. Las mujeres ya están vestidas de negro y en casa huele a humedad.

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