2015/03/03

LA CONTRAVENTANA

Tenías nueve años. Era exactamente el 19 de mayo de 1943. Los días ya estaban crecidos. Por motivos que entonces no comprendiste, la noche anterior no dormiste en tu cama, sino en el barrio de Llanalapuente, en casa de unos vecinos, donde te agasajaron de modo no acostumbrado. Mientras merendabas, a través de la ventana viste la comitiva pasar por la carretera general puerto arriba. Apenas pudiste darte cuenta de que delante de la muchedumbre iba un féretro. Fue un visto y no visto porque la contraventana se cerró de inmediato.

El día anterior por la tarde bajaste de la escuela de La Romía (siempre te preguntaste por qué te mandaron a La Romía habiendo escuela en Fierros) con la carterina de los libros, las libretas,  la pizarra y el pizarrín…y la lechera. Crees que si te mandaban con la lechera era para que no perdieras tiempo por el camino y para tener las manos ocupadas.

Esa tarde no fuiste directo para casa porque te esperaban en el cruce del camino de Llanalapuente, te cogieron de la mano, se harían cargo de la lechera y te dijeron que ibas a merendar en otra mesa. Como la vigilancia no era permanente te escapaste de la provisionalísima casa de acogida y llegaste a la tuya, donde algo se mascaba porque allí estaban tu madre y unas tías, pero al momento el hospedero te recuperó.


Ese día un accidente ferroviario te dejó sin padre, y nunca, nunca te olvidaste de la contraventana cerrándose y quedando a oscuras la habitación.

4 comentarios:

La_Nenina dijo...

Qué historia tan triste y guapa a la vez...

Anónimo dijo...

Hasta el final no me di cuenta que no era de verdad, vamos de una verdad tuya. Podia ser de otro.
Muy guapa la historia para ganar un concurso de relatos breves.
Julio

Anónimo dijo...

Con nueve años casi no te enteras. Se tarda un tiempo en entender lo que es para siempre. La realidad supera la ficción. El dolor va en proporción con los vínculos del amor al que nos deja y la consciencia de esa separación. Antes se contrataban plañideras, que rentabilizaban el llanto sin pena. La muerte no duele y la ausencia, a veces, es una liberación de una mala convivencia. La emoción es lo que nos hace sentir vivos. No hay emoción sin adrenalina. Hay quien sabe transmitir emoción aunque no sepa leer ni escribir. Es meritorio hacer sentir emoción sin poner en riesgo al espectador. Ser actor ya es un riesgo. El riesgo da autocontrol, da templanza, madurez. A veces la ficción nos hace sentir la realidad de manera más consciente.

Anónimo dijo...

Hay devora libros y fieles espectadores de las salas de cine y de teatro. Hay quien sale a la montaña cada fin de semana, hay quien va a conocer sitios nuevos. Hay quien se recrea escribiendo, es un placer que surge de la necesidad de comunicación, de compartir experiencias, pensamientos, el mundo interior. Hay libros que han llegado a la pantalla, pero que nunca han superado la emoción que inspira la lectura. Claro, la lectura despierta la imaginación, a quien ha vivido. ¿Qué inspira el azul del cielo, el verde de la hierba, el blanco de la nieve... a un ciego? ¿Cómo son los remordimientos de un crimen sin castigo para uno que no tiene conciencia?