2020/03/26

ROZAR LA MANINA

¡Ay! Qué tiempos aquellos en los que andabas como hacienda sin amo parlando con unos y con otros mientras tomabas una sidra.

Pues bien, en aquellos tiempos anteriores al confinamiento, tomaste una o varias sidras con un hombre polifacético -con el que tienes varios puntos de conexión- de noventa y cinco años, que esperas y deseas que este coronavirus respete. Un mediodía, al poco de publicarse un reportaje biográfico en la prensa local, comentabais, junto con un tercer amigo, lo fidedigno que había resultado el reportaje. El tercero en discordia, que lo conoce desde siempre, se sonrió y le dijo:
- No contaste lo de Josefina (nombre ficticio).
- Pfff, no se puede contar todo.

Cuando quedasteis solos, te dijo que de quien no se había olvidado nunca era de aquella nena de doce o trece años, con la que coincidía a la salida de la escuela de camino a sus casas.
- Íbamos así, braceando, y rozándonos un poco la manina con disimulo. ¡Oh! Aquello era lo máximo. No lo superó nada de lo que vino después.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que nunca estuve tan enamorado como cuando lo estuve con quince años con una moza que nunca cruce palabra (por timidez) pero que me parecía la mas guapa del mundo y con la que me conformaba con solo mirarla o mejor dicho admirarla. Solo la podía ver unos días de verano.

Anónimo dijo...

Pues no es el único que queda con una sensación así, generada a esa edad, por una chica y un bullir hormonal. Esas impresiones quedan muy profundamente impresionadas en nuestra sustancia gris, en la sustancia blanca, o en la almendra más primitiva.
Me lo han contado también algunos amigos, que dan detalles de aquella moza de entonces, de después de tantos años. Yo también recuerdo aquella chica, mitad ángel, mitad mujer, que me embobaliconaba con su sonrisa, que me iluminaba con su mirada, que me subyugaba con la dulzura de su voz, con la figura de su cuerpo y el modo como caminaba: con su encanto tan particular. Recuerdo su nombre, apellidos, dirección, y aquellos días tan felices. Recuerdo aquella esquina y lo doloroso que era decirse adios.... Recuerdo las cosas que le escribía. Y conservé por muchos años las cartas que ella me entregaba.
Recuerdo una confesión parecida de un viejo avariento en ¿'Qué bello es vivir'?
Muchas personas recuerdan su primer cigarrillo y muy pocas recuerdan el último. (Vale para cigarrillos y para otras muchas cosas, de las que ya no se acuerda uno de su última vez... y recuerda perfectamente la primera. Te acuerdas!)

Anónimo dijo...



El ovetense José Luis Martín Vigil y el madrileño escritor y periodista Torcuato Luca de Tena, nos ayudaron a sobrellevar, con sus escritos, la efervescencia de aquellos años de mocedad y juventud.
Pero la vida vivida nos deja cicatrices más profundas que las arrugas, hasta que nos morimos de viejos. Juventud, divino tesoro...