En la parte final del libro se plantean más de doscientas
preguntas, la mayor parte habrán tenido respuesta a lo largo de las páginas precedentes.
Al estilo del Rayuela de Cortázar, uno sugiere la lectura comenzando por esta
parte final, es decir, primero las preguntas y después comenzar con el orden
natural en busca de las respuestas.
Normalmente se disfruta del paisaje únicamente con la vista.
El libro de Xulio enseña a valorar otras percepciones: al paisaje se puede
acercar uno con el oído, con el gusto, con el olfato y con el tacto, pero
dentro del modo tradicional de acercamiento, el visual, cabe apreciar colores,
formas, distancias, dimensiones… Todas esas posibilidades se apuntan a lo largo
de las páginas.
Se puede ‘leer’ el paisaje en las diferentes estaciones: no se
ve lo mismo en la primavera, donde la frondosidad impide distinguir detalles de
las formas, que en el invierno, que con las zarzas aplastadas y secas tras las
nieves, no hay hierbas altas ni felechos que impidan ver hasta los últimos
detalles de cada paisaje. Enseña a orientarse en la adversidad, por ejemplo
cómo la nieve permite divisar en la lejanía los caminos, aunque lleven lustros
sin tránsito habitual.
Es indudable el enfoque didáctico de la obrita, una edición
muy manejable para llevar en el bolsillo. Siendo lingüística el autor, destaca
cómo en los diferentes paisajes cabe distinguir motivos religiosos,
metafóricos, morfológicos,… pero también se pueden aplicar otros saberes: los
litros que mana una fuente por segundo, el distinto caudal en invierno y en
verano y su posible medición, la distancia de una tormenta a juzgar por el
sonido…en definitiva, la ventaja de conocer el paisaje para salir de un apuro.
Sorprenderán otros saberes logrados tras muchas horas de
observación: la orientación de las vacas en los días de calor o en medio de una
densa niebla, la experiencia auditiva de los pastores para ver y no ser vistos,
la observación de los movimientos de los animales, el frío, las brisas, en
definitiva, escuchar el paisaje.
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