En relación con la guerra de Ucrania, uno teme que el vaticinio de Pedro de Silva acierte. Estos días, las portadas de los periódicos españoles, incluían fotos de soldados rusos muertos en combate, como si ese fuera el deseo de los editores (no la muerte del soldado sino la derrota de Rusia), como si en Ucrania leyeran los periódicos españoles y eso les diera moral, como si en Rusia se fijaran en nuestra prensa y cundiera a partir de ahí el desánimo. Dentro de esa guerra de propaganda se insertan las informaciones occidentales que hablan del boicoteo internacional y del rechazo interior que horadan la actividad artística del país. Se destaca que el director del Bolshói firmó un manifiesto de rechazo a la guerra o que el pabellón de la Bienal de Venecia se queda sin representación, pero se ocultan otros muchos apoyos. Alguien dijo que en una guerra la primera víctima es la verdad.
Dentro de lo que cabe, es decir, dentro de lo que los europeos de a pie están/estamos dispuestos a sacrificarnos (sin arriesgar nuestras vidas) las respuestas están siendo rápidas y aceptables, pasando trámites por alto, que en otras circunstancias serían infranqueables, como por ejemplo, las incumplidas condiciones de Ucrania para ser miembro de la Unión, como refleja El País. Por cierto, habló uno de sacrificio con propiedad y pensando en el origen del término, con una idea próxima a la inmolación.
No es amigo uno de dar los buenos días en los grupos de WhatsApp, de hecho no los da, es más, ni contesta, pero estos días le suena a uno a cruel paradoja. Hay quien lo ve compatible, o no repara en ello, como conscientemente no reparó Kafka al escribir en su diario el 2 de agosto de 1914: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”.
Volviendo a los sacrificios, La Vanguardia recoge una encuesta sobre la opinión de los españoles ante la intervención del ejército ante diferentes supuestos.
En La Vanguardia lee uno que Cataluña se siente incómoda con la guerra de Ucrania, porque no es espejo en el que se pueda reflejar, por contraposición a los casos de Irlanda, Escocia, Flandes o Quebec. Los conflictos suelen responder a realidades muy complejas y difíciles de resumir. Si el análisis marxista sirviera siempre estaríamos ante una guerra de ricos contra pobres o de ricos contra otros más ricos o de lucha por las materias primas. Sin duda, la mayor parte de las guerras responden a ese esquema, pero puede haber otros motivos. Para comprenderlas, uno busca ejemplos sencillos adaptados a la realidad que conoce. Por ejemplo se imagina que en una Cataluña independiente se concentrara un reducto importante de hispanoparlantes en las provincias de Gerona y Barcelona que ofrecieran resistencia a los dictados de la Generalitat. O que en las provincias vascas de Vizcaya y Guipúzcoa se opusieran a las ordenes del gobierno de Vitoria. Madrid, en auxilio de los hispanoparlantes y de los que tienen el Rh positivo, bombardearía Vitoria y las provincias catalanoparlantes para liberar a los españoles de la opresión vasca y/o catalana. Uno se sitúa cómodamente en esquemas así, se los acaba creyendo y no necesita buscar más matices.
El periodista Antonio Burgos, sorprendentemente, se lanza contra los tertulianos, a los que llama ucraniólogos en esta ocasión, con estos términos: “Estos ucraniólogos de plató son los mismos que hace nada lo sabían todo sobre el volcán”. Bueno, el columnista, él mismo, hace lo mismo. Quizá la diferencia está entre apuntar y pontificar, palabras que se parecen, pero que tienen muy distinto origen. (Uno también es ucraniólogo),
Hablando de dudas, correctas las que plantea Joaquin Luna en La Vanguardia: ¿Borrar del mapa al deportista ruso? Esa misma duda la tiene uno, la de cómo castigar a Rusia sin castigar a los rusos. También el director de La Vanguardia pide distinguir Rusia de los rusos.
Ahora una nimiedad: El País se refiere a los de Ucrania como ucranios; el resto de la prensa prácticamente como ucranianos. Las dos formas son correctas según la RAE.
Hace unos días, Ramón D'Andrés colgó una entrada sobre la manifestación a la que asistió en Gijón con motivo de la guerra. La entrada, como casi todas las suyas, muy perspicaz. Uno se queda con la duda de por qué en asturiano llama Ucraína a lo que en castellano se conoce por Ucrania. Algún motivo habrá. En el diccionario de la Academia de la Llingua, recoge que los ucranianos son los ciudadanos de Ucrania, no de Ucraína. ???.
Entre tanta calamidad, uno se fijó en un humilde dato positivo: esa familia gijonesa con casa en Villaviciosa que se dedica a limpiar caminos y cunetas de la porquería que van dejando sus iguales.
Ahora dos maldades, el caso insólito comunicado por el Hospital Clínic de Barcelona: de 458 personas (mujeres en su mayor parte) atendidas en urgencias por violencia sexual, en catorce casos los autores fueron los taxistas que las llevaban de regreso a sus casas. No se trata de criminalizar a los taxistas, pero es una cifra considerable.
Otra maldad el ataque insólito, inmisericorde, sin compasión, sin piedad, de la madrileña Ayuso. ¡Vae victis! ¡Los iluminados! ¡E iluminadas! Que están en un tris entre redimir a su pueblo o empujarlo al precipicio. ¿Cómo se les detecta en directo? Porque a toro pasado es fácil decir que ya se veía venir.
Curioso, y esperable, el distinto enfoque que dan El País y el ABC a la X de la Iglesia en el IRPF. El País titula: Los ingresos de la Iglesia por el IRPF caen por primera vez en un lustro. La institución recibe 5,5 millones menos de los contribuyentes en 2020 por la pandemia. Por su parte ABC destaca: “40.000 españoles más marcaron la X de la Iglesia en el IRPF”. ABC incluye un vistoso mapa que destaca los ingresos de cada provincia por ese concepto.
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