Leyendo La conjuración de Catilina, del latino Cayo Salustio, descubres aspectos intemporales: el comportamiento voluble del pueblo, la actitud ante una conjuración, las tendencias de los distintos partidos, la importancia de los líderes.
"Toda la plebe pensaba así. Llevada del deseo de novedades, aprobaba el intento de Catilina; y en esto hacía según su costumbre, porque siempre en las ciudades los que no tienen que perder envidian a los buenos, ensalzan a los que no lo son, aborrecen lo antiguo, aman la novedad, y descontentos con sus cosas y estado, desean que se mude todo, alimentándose entre tanto de los alborozos y tumultos sin cuidado alguno, porque en todo acontecimiento pobres se quedan.
(...)
El cónsul se vio a un mismo tiempo entre una alegría y un cuidado sumo. Alegrábase al ver que, descubierta la conjuración, quedaba la ciudad libre de peligro; pero le aquejaba la duda de lo que convendría hacer, siendo comprendidos en atroz delito tantos y tan esclarecidos ciudadanos. Echaba de ver que el castigarlos redundaría en su daño y el disimular sería la ruina de la república.
(...)
Entretando, la plebe, que con el deseo de novedades había fomentado tanto la guerra civil en los principios, trocada enteramente, luego que se descubrió la conjuración detestaba el designio de Catilina, ponía a Cicerón en las nubles y como que se había librado de una inminente esclavitud se ocupaba en recogijos y alegrías."
Descubierta la conjuración de Catilina, se plantea la duda entre la comprensión y el castigo. Encarna la primera opción César, y así inicia su discurso en el Senado:
"Padres conscriptos: los que han de dar dictamen en negocios graves y dudosos deben estar desnudos de odio, de amistad, de ira y compasión. No es fácil que el ánimo descubra entre estos estorbos la verdad, ni nadie acertó jamás siguiendo su capricho. Prevalece el ánimo cuando se aplica libremente; si nos preocupa la pasión, ella domina, el ánimo nada puede. Gran copia de ejemplares pudiera yo traer de reyes y repúblicas que por dejarse llevar de la compasión o del enojo tomaron resoluciones muy erradas; pero más quiero recordaros lo que nuestros mayores sabiamente y con gran acierto ejecutaron en varias ocasiones contra lo que les dictaba su pasión..."
Bien distinto es el discurso de Catón, que comienza así:
"Muy de otro modo pienso yo cuando considero nuestra situación y los peligros que nos cercan, y muy especialmente cuando reflexiono los votos que acabo de oir a algunos. Estos, a mi entender, no han tratado sino del castigo de los que han intentado la guerra contra su patria, sus padres, sus aras y sus hogares; pero el caso, más que consultas sobre la pena de los reos, pide que pensemos el modo de precavernos de ellos. Porque otros delitos no se castigan hasta después de ejecutados; este, si no se ataja en los principios, una vez que sucede, no hay adonde apelar; perdida la ciudad, ningún recurso queda a los vencidos. Pero, por los dioses inmortales, con vosotros hablo, que habéis tenido en más que a la república, vuestras casas, heredades, estatuas y pinturas; si queréis mantener tales cuales son estas cosas, a que tan asidos vivís; si queréis gozar tranquilamente de vuestros deleites, despertad una vez y atender a la defensa de la república. No se trata ahora de tributos, ni de vengar injurias; trátase de nuestra libertad y nuestra vida, que están a punto de perderse."
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