Lees otro libro que te había regalado tu hija, en este caso uno sobre el camino de Santiago, la ruta original según la historia ¿o la leyenda?, la ruta propiciada por el rey Alfonso II el Casto. El motivo del regalo: por si así te/nos entraban ganas de hacer algún día el camino. El camino ya está hecho así que no sabes... Lo que sí hiciste fue leer el librito.
Puede pasar por un libro de viajes, porque viaje es esta larga caminata, la más original y originaria forma de viajar. Recoge las personales experiencias del autor al paso por los pueblos, aldeas o caseríos que merecen una reseña, por cada iglesia, por cada albergue, por cada bar o tienda mixta.
En los albergues no todo es idílico: “Levanta la almohada para envolverla en la funda y se encuentra con la desagradable sorpresa de encontrar bajo ella unos calcetines de lana mugrientos y unos pañuelos de papel. Maldice en voz baja al cochino que los dejó y a la encargada de la limpieza por no mantenerlo pulcro”.
Incluso caminando hay fórmulas que aligeran el camino, o quizá lo desvirtúan, como la que apunta un peregrino: “La mochila de Soledad, como tiene problemas de columna, la facturamos cada día por un mensajero hasta el albergue siguiente. Yo, si hay previsión de buen tiempo, hago lo mismo y solo cargo con esta pequeña en la que llevo lo imprescindible para los dos. Así vamos más ligeros y descansados. Nos cuesta una pasta, pero vale la pena” -contesta Fernando.
Refleja en ocasiones sus pensamientos contra corriente: “Nunca entenderá esta urgencia por comenzar la ruta al inicio del alba y correr cuanto más mejor para llegar los primeros al siguiente albergue. Ni tiempo tienen para disfrutar del paisaje, conversar con los lugareños, meditar el encuadre de las fotografías o sentarse al arrullo de una fuente”.
Ecologista contumaz, pelea desigulamente con su palabra cada vez que sale a su paso una escuadra de molinos de viento: “No tiene la certeza el peregrino de que vayan a resolver la dependencia de los combustibles fósiles. Lo que tiene es el convencimiento de que su instalación causa una degradación paisajística mayúscula”. En lo tocante a las fuentes de energía, uno no tiene formada ninguna opinión.
Al paso por el monasterio de Obona describe el encuentro con un profesor de religión que aprovecha para quejarse de la desidia del Estado y de la Iglesia en el mantenimiento del monasterio. “Ante la inoperancia de ambos envié una misiva a cada uno de ellos explicando que ya no era necesaria su ayuda. Organizamos una sextaferia comprometiendo a las personas de la parroquia con el destino del monasterio y logré que se implicasen directamente en su recuperación. Gracias a ellos vamos solucionando muchos problemas de limpieza y humedades”. Sin duda tuvieron más suerte o acierto que los parroquianos de Puente de los Fierros, tu pueblo natal, a quienes salió el tiro porla culata.
Al describir los últimos kilómetros, obligado fue acordarte acordarte del pobre maquinista del accidente de Santiago (evidentemente más pobres los muertos), que también finalizó antes de tiempo su doloroso peregrinar: “El peregrino camina como un autómata el tramo final del recorrido. La garganta reseca, húmedos los párpados, un nudo en el estómago: no oye, no olfatea, no ve, ni siente”.
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