2013/07/23

INDUSTRIAS Y ANDANZAS DE ALFANHUÍ, de Rafael Sánchez Ferlosio.

Escoges este libro por su brevedad y porque no podía faltar algo de literatura española en la maleta de las vacaciones.

Es un libro lleno de historias increíbles, mágicas, rayanas algunas en la brujería al decir de algún personaje, pero lo que destacas sobre todo es el desfile de colores, muchas veces sorprendente y chocante, pero que si echas un poco de imaginación descubres que se trata de descripciones certeras.

Alfanhuí es un chavalete aventurero que dice ser oficial disecador pero no ejerce tal profesión a lo largo de libro. A Alfanhuí lo que le gusta es enredar y la novela consiste en la narración de las aventuras y lo que llama industrias del guaje.

Toda la obra es un homenaje a los sentidos, pero sobre todo al de la vista, que se concreta en la sorprendente asignación de colores a las cosas, con perfiles especialmente sugestivos para el blanco y el negro.

Cuando muere el maestro, al que acompañó el protagonista en alguna aventura, pronuncia estas palabras:

- Me voy al reino de lo blanco, donde se juntan los colores de todas las cosas, Alfanhuí.

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Alfanhuí fue picando cosa por cosa en la artesa de barro: tomates, pan, melón, pimientos rojos, pimientos verdes, pepinos, cebollas, etc., y todo lo iba echando a flotar sobre el agua y el aceite. Luego entornaba los ojos y miraba, por el color, cómo iba quedando, para echar más de esto de de aquello.

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Alfanhuí miró la habitación, alumbrada por un candil grande. Era toda gris, los gatos grises, el fuego gris, como de una ceniza aceitosa.

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MADRID: La ciudad era morada. Huía en un fondo de humo gris.

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En aquel aire vio Alfanhuí cuatro fachadas de acuarela. Verde limón, naranja, aguamina y rosa.

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El paseo era un esbozo en escoria de ferrocarril, color lombarda, que se perdía en la confusión de los terraplenes.

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Ya es de noche. Madrid tenía muchas luces rojas que levantaban como un vaho hacia el cielo azul marino. Pero en el fondo del Manzanares se fundían el rojo y el azul. Debajo del agua negra, Alfanhuí veía una amatista de mil caras, en el lecho del río.

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Asomaban las puntas de las vigas, pintadas de marrón descolorido, como taruguitos de madera resquebrajada.

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Nadie sabe que los colores de los gecos son maravillosos. Porque han tomado el hábito de monjes ermitaños cuando se les ha pegado el polvo de los desvanes. Pero el día de su muerte, si se pudren al sol, rezuman de sus barriquitas prodigiosos tornasoles verdiamarilos y un olor a heno, higos y almizcle, como un olor de santidad.

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En los ojos amarillos de Alfanhuí había ira.

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Sus rostros blanquiverdes se encienden en la noche, serenos y espantosos, inmensos y cercanos.

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En los jarales, blanqueaban ya las rosas con sus pintas de color y se veían los hilos de la araña amarilla, que se prende a la cintura.

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Con el rojo de los troncos y lo verde de las copas y el verde más claro de los retoños de hierba y el gris de las grullas y lo blanco de las piedras y el brillar de las charcas con el azul claro del cielo, componíase tanta alegría de colores en medio de la mañana, como Alfanhuí no había jamás conocido en otras primaveras.

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La abuela solía enfadarse porque le parecía poco serio aquello de incubar pájaros entre los huevos de gallina. Pero niños y niñas venían con huevos pintos y huevos azules y huevos tostados y huevos verdes y huevos rosa.

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Alfanhuí llegó a Moraleja. El pueblo estaba en un llano, ribera de un río. Tenía las casas colora mazarrón, color naranja, color añil. Los marcos de puertas y ventanas, las esquinas, tenían una tira de cal blanca. Algunas casas tenían azulejos de colores o de dibujos.

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En el verano Alfanhuí se metía desnudo en el río y se ponía a nadar. Se hundía y sacaba guijarros rojos, blancos, azules; guijarritos verdes o jaspeados.

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Los carboneros eran tímidos y cortos para contestar y, por andar con lo negro y porque nadie les robaba la mercancía, se sentían menos que ningún hombre.

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Alfanhuí no había visto nada tan libre, ni tan limpio como las camisas blancas de los segadores, con sus cuellos desabrochados como la pobreza.

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Sobre la rica tela, se dibujan los campos y los caminos, se bordan las ciudades. Medina del Campo tiene cuatro sayas: una gris, una blanca, una verde y una de oro.

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El agua de los canales tomaba, con el poniente, un color lánguido y fecundo de azul blanquecino con reflejos verdes o rojos.

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Así fue descubriendo Alfanhuí los cuatro modos pirncipales con que los verdes revelan su naturaleza: el del agua, el de los secos, el de la sombra y la luz, el de la luna y el sol. Y así toda sutileza se conocía, porque había verdes que parecían iguales y, sin embargo, el agua, al mojarlos, sacaba de ellos un brillo oculto y los revelaba diferentes. Y estos eran los llamados verdes de lluvia, porque solo bajo la lluvia se daban a conocer.

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Alfanjhuí vio sobre su cabeza pintarse el gran arco de colores.

Y así termina enigmáticamente la historia.

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