Terminaste el libro. Sería suficiente con leer las primeras
páginas, donde queda enunciada la idea central, que ya recogiste de pasada en
alguna entrada anterior. Podría resumirse con alguna frase literal: ¿Por qué el conocimiento del bien no nos
hace buenas personas. No basta conocer el bien, éste debe preocuparnos,
interesarnos, emocionarnos, para que la voluntad lo quiera sin titubeos. Otra
frase: La ética o la moral deben
entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como
la formación de un alma sensible.
Normalmente estamos acostumbrados a considerar dos
compartimentos estancos el mundo de la razón y el de las emociones. No es así: las emociones por sí solas no razonan; las
razones contribuyen a modificarlas y reconducirlas. Hay numerosas
aplicaciones prácticas: Enfadarse, en
principio, es un sentimiento natural. Lo que hay que aprender es a enfadarse por lo que merece la pena. Curiosa
la anécdota que relata de Platón que, ante la tesitura de tener que castigar a
un esclavo, le dijo a Espeusipo: Azótame
a ese esclavo, porque yo estoy enfadado.
Se trata, en definitiva, de que el bien y los deseos coincidan hasta el punto de que no haya
diferencia entre ambos.
A partir de ahí critica la tergiversación y el abuso
reciente de la zona emocional del género humano a raíz del éxito de La inteligencia emocional, de Daniel
Goleman, utilizado hasta el hartazgo en el barniz de de-formación empresarial
en los últimos veinte años. Esto es opinión tuya, pero crees intuirla en el
libro de la Camps.
El libro da un repaso a cómo la filosofía trató el mundo
emocional a través de la historia. Sorprende, por ejemplo, que se equiparen las
aristotélicas pasiones a las actuales emociones, que las facultades se
equiparen a las condiciones neurofisiológicas, o que las vetustas virtudes equivalgan a las tradicionales actitudes. No lo habías pensado, está bien actualizar el
lenguaje y las traducciones, pero no sabes si en la aproximación se pierde la
esencia.
A lo largo de diversos capítulos te quedas con una serie de ideas
con las que estás de acuerdo, y ningún mérito tiene que ya las pensaras tú porque
son de sentido común.
Por ejemplo, aprovecha para dar un repaso al decaimiento de
la educación por desconocer la asimetría entre alumnos, profesores y padres. .
Otro ejemplo: fustiga la equiparación entre tristeza y
depresión, medicalizada esta para
sustraerla a la responsabilidad individual. La
confusión crece a falta de criterios derivados de algo que solo puede llamarse
sentido común. Mengua la capacidad del individuo de gobernar su propia vida
ante la sensación generalizada de que instancias externas gobiernan nuestra
vida, limitando nuestra capacidad de reacción y decisión hasta llegar al
convencimiento de que nada tiene arreglo.
Critica la exagerada autonomía de que goza hoy la
psicología, que desgajándose de la filosofía, acabó ganándola en aceptación,
seguramente porque la psicología es una ciencia más próxima al hombre que la
filosofía. La educación de las emociones
no puede ser una cuestión solo psicológica; es, sobre todo, una cuestión moral.
Las escuelas han sido dotadas de terapeutas que atienden a los alumnos con
problemas mientras nadie sabe qué hay que hacer para educar a ciudadanos. Parecida
función desempeñan el coach, y que te
perdonen los amigos que dedican a ello.
Uno de los problemas centrales de la filosofía, desde luego
de la filosofía del derecho es el paso del ser al deber ser, es decir, por qué
lo que es debe ser. Avanza que El puente
que enlaza el ser y el deber ser es el sentimiento de agrado hacia el deber ser
o hacia la virtud, es decir hay que convertir lo bueno en agradable.
Un guiño y una justificación de la relación entre el bien, la
ética y las artes, una apelación a la estética: una buena película enseña lo que es el mal o el bien con más vigor y
poder de persuasión que un tratado filosófico o una prédica moral.