Homenaje atrevido a William Faulkner
Siempre empiezan por mí. Tardaré casi un
año en contemplar desde lo alto las típicas películas de Navidad, en presidir
la cena de Nochebuena, en pasar a oscuras las noches cuando el último en
acostarse accione el interruptor y cesen mis destellos policromados e
intermitentes.
Se
oyen pasos. Alguien se acerca. Meten la llave. Abren la puerta metálica, que arrastra
desde siempre. Encienden la luz. No recuerdan que estoy en la caja grande de
Hipercor. No, esa no es. Ahora me
cogen, me balancean, me giran, me posan en el suelo.
Colocaron ya la caja vacía al pie del
árbol. Pronto estaré dentro. Este año cambiaron la bolsa de plástico. Ahora es
amarilla, del supermercado próximo. Es una bolsa nueva. Pasé lustros en una muy
ajada y descolorida. Ya me metieron. Junto a mí depositan con sumo cuidado la
bola rosa de arandela metálica, la superviviente de la serie.
Me
llevan en brazos con dificultad. Cierran la puerta. Estoy subiendo en el
ascensor. Llegamos. Me dejan en el parqué del salón. Está caliente. Seguro que
pasan por debajo los tubos de la calefacción.
En el último trasiego se rompió la
hermana inseparable de tantos años. También llega la verde jaspeada de ocres.
¡Cuidado, que chocamos! Uf, libramos. Nos separaron de las tiras de peines de
papel metalizado, también de las guirnaldas y de las luces. Desde siempre
formábamos un revoltijo indescifrable.
Aunque
la mesa auxiliar estrena ubicación creo que me situaré encima. Estoy más
esquinado, más discreto, pero me gusta el rincón, junto al árbol, con quien
tantos meses paso en la oscuridad y casi siempre en el más absoluto silencio.
En este invierno ya no colgaron tarjetas
de originales dibujos y escenas. Sin embargo, los más jóvenes tuvieron una idea
novedosa: imprimieron los correos y los guasap y los situaron en las ramas al
modo de las antiguas postales navideñas.
Dicen
que está prohibido coger musgo, pero veo que lo volvieron a conseguir. Entre la
mesa y el musgo colocaron una lámina muy fina de madera, que alarga la vida de
la planta. ¡Buena idea!, así se puede reinjertar en el campo dentro de unas
semanas. El río de plata corre en dirección contraria a otros años. ¡Está bien,
era muy monótono siempre igual!
Acaban de entrar las cajinas de
obsequios, las manzaninas, los lacinos, todo colocado y en orden. Nos
despedimos del árbol, el mismo árbol de siempre, que volverá furtivamente a ser
plantado en el bosque. El año que viene volveremos a ver un carrasco milagrosamente
joven.
El
castillo de Herodes cambió de posición, lo veo perfectamente desde encima del
portal, también me fijo en un camello nuevo, que sustituyó al accidentado en la
última Navidad, los reyes siguen con sus barbas. A todos oriento desde mi
posición privilegiada. El molino ya no lleva agua, pero el herrero machaca
mecánicamente en la fragua.
Me cierran, me envuelven bien para que
no entre el polvo. No respiro. Estoy bajando en el ascensor. Llego al trastero.
En
el fondo del establo se guarecen el buey y la mula. Junto a la cuna, María y José.
Me dejan en la balda. Cierran con llave.
Se oyen pasos. Se alejan. Acabó la Navidad.
Colocan
con primor entre algodones al Niño Jesús. Comienza la Navidad.
4 comentarios:
Muy, muy guapo!. Creo que te has superado con mucho.
Felices Fiestas para tí y los tuyos.
Gonzalo Solís
Gracias por tu cuento
Precioso como siempre Luchi, muchos besos para Pili y para ti y mimines para Carmen y que paseis Felices Fiestas!!!
Muchas gracias por regalarnos a todos parte de ti cada Navidad. Te quiero.
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