2014/11/23

El GOBIERNO DE LAS EMOCIONES, de Victoria Camps

Terminaste el libro. Sería suficiente con leer las primeras páginas, donde queda enunciada la idea central, que ya recogiste de pasada en alguna entrada anterior. Podría resumirse con alguna frase literal: ¿Por qué el conocimiento del bien no nos hace buenas personas. No basta conocer el bien, éste debe preocuparnos, interesarnos, emocionarnos, para que la voluntad lo quiera sin titubeos. Otra frase: La ética o la moral deben entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible.

Normalmente estamos acostumbrados a considerar dos compartimentos estancos el mundo de la razón y el de las emociones. No es así: las emociones por sí solas no razonan; las razones contribuyen a modificarlas y reconducirlas. Hay numerosas aplicaciones prácticas: Enfadarse, en principio, es un sentimiento natural. Lo que hay que aprender es a enfadarse por lo que merece la pena. Curiosa la anécdota que relata de Platón que, ante la tesitura de tener que castigar a un esclavo, le dijo a Espeusipo: Azótame a ese esclavo, porque yo estoy enfadado.

Se trata, en definitiva, de que el bien y los deseos coincidan hasta el punto de que no haya diferencia entre ambos.

A partir de ahí critica la tergiversación y el abuso reciente de la zona emocional del género humano a raíz del éxito de La inteligencia emocional, de Daniel Goleman, utilizado hasta el hartazgo en el barniz de de-formación empresarial en los últimos veinte años. Esto es opinión tuya, pero crees intuirla en el libro de la Camps.

El libro da un repaso a cómo la filosofía trató el mundo emocional a través de la historia. Sorprende, por ejemplo, que se equiparen las aristotélicas pasiones a las actuales emociones, que las facultades se equiparen a las condiciones neurofisiológicas, o que las vetustas virtudes equivalgan a las tradicionales actitudes. No lo habías pensado, está bien actualizar el lenguaje y las traducciones, pero no sabes si en la aproximación se pierde la esencia. 

A lo largo de diversos capítulos te quedas con una serie de ideas con las que estás de acuerdo, y ningún mérito tiene que ya las pensaras tú porque son de sentido común.

Por ejemplo, aprovecha para dar un repaso al decaimiento de la educación por desconocer la asimetría entre alumnos, profesores y padres. .

Otro ejemplo: fustiga la equiparación entre tristeza y depresión, medicalizada  esta para sustraerla a la responsabilidad individual. La confusión crece a falta de criterios derivados de algo que solo puede llamarse sentido común. Mengua la capacidad del individuo de gobernar su propia vida ante la sensación generalizada de que instancias externas gobiernan nuestra vida, limitando nuestra capacidad de reacción y decisión hasta llegar al convencimiento de que nada tiene arreglo.

Critica la exagerada autonomía de que goza hoy la psicología, que desgajándose de la filosofía, acabó ganándola en aceptación, seguramente porque la psicología es una ciencia más próxima al hombre que la filosofía. La educación de las emociones no puede ser una cuestión solo psicológica; es, sobre todo, una cuestión moral. Las escuelas han sido dotadas de terapeutas que atienden a los alumnos con problemas mientras nadie sabe qué hay que hacer para educar a ciudadanos. Parecida función desempeñan el coach, y que te perdonen los amigos que dedican a ello.

Uno de los problemas centrales de la filosofía, desde luego de la filosofía del derecho es el paso del ser al deber ser, es decir, por qué lo que es debe ser. Avanza que El puente que enlaza el ser y el deber ser es el sentimiento de agrado hacia el deber ser o hacia la virtud, es decir hay que convertir lo bueno en agradable.


Un guiño y una justificación de la relación entre el bien, la ética y las artes, una apelación a la estética: una buena película enseña lo que es el mal o el bien con más vigor y poder de persuasión que un tratado filosófico o una prédica moral. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

'una buena película enseña lo que es el mal o el bien con más vigor y poder de persuasión que un tratado filosófico o una prédica moral'. Somos maniqueistas. Es decir, tenemos una actitud ante la realidad que interpretamos en función de los valores de las acciones: buenas o malas. En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, que todo depende del color del ¿cristal? -o de la conciencia (si es que la tiene)- de quien mira. El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Un buen principio prepara un buen futuro. No podemos elegir a los padres que nos dan el ser, hay seres que son engendrados por accidente o por inconsciencia y vienen de culo, como si no quisieran darle la cara al mundo. Cuando la obstetricia no estaba tan avanzada y no se dominaban las cesáreas, morían el feto y la madre. Y seguramente era lo mejor. Es la madre la transmisora de vida y por mucha igualdad política que logren como mujeres, si son madres, han de asumir una serie de responsabilidades. El niño imita lo que ve: si está en una casa de penuria afectiva y moral, si sus principios de vida son aprovecharse de todo y de todos, no se puede pensar en la ética ni en la filosofía. En la guardería ya se notan los principios que ha mamado el infante (incluye a los niños de uno a cinco años). La escuela no puede enseñar lo que no se aprende con las babas. En la familia se aprenden los principios, la escuela adiestra más que educa. Poder y saber expresar las emociones nos hace inteligentes y humanos. Si tienes el S.N.C. desquiciado por el estrés ¿cuáles pueden ser tus emociones? ¿Cómo te afectan a ti y a los demás? Más que un psicólogo hace falta cambiar la realidad en la que estamos insertos, porque no bastan instrucciones para saber afrontarla. Si un sentimiento es indeseable, sólo hay una forma rápida de eliminarlo, de sacarlo de nuestra mente: otra emoción, otro sentimiento más fuerte, incompatible con el que queremos desterrar. Podemos llegar a sufrir, a odiar o a amar con intensidad inimaginable. Las emociones influyen en nuestras reacciones espontáneas, en nuestro modo de pensar, en nuestros recuerdos, en las decisiones que tomamos, en cómo planificamos el futuro, en nuestra comunicación con los demás y en nuestro modo de comportarnos. Son críticas para establecer el sistema de valores, las convicciones y los prejuicios que guían nuestra conducta y determinan también nuestro comportamiento ético. Resulta, en fin, imposible separar el bienestar del estado emocional de las personas.