“Presuponen que existimos y que debemos actuar para
resguardarlos de los peligros y salvarlos de las salvajadas de quienes acechan
el Reino y procuran destruirlo sin que les importe quién caiga. Pero se niegan
a enterarse de cómo obramos, porque intuyen que les tocaría condenar nuestros
métodos y escandalizarse de ellos, la gente exige seguridad sin mancharse, ni
siquiera con el conocimiento. Si fallamos somos culpables de ineptitud o
negligencia; si acertamos somos culpables de brutalidad o asesinato, cuando por
algún azar o por algún error se revela que acertamos, eso más vale callarlo.
Entonces esos mismos ciudadanos ponen el grito en el cielo y nos recriminan no
haber sido más humanitarios y suaves con los individuos que, de haber podido,
los habrían puesto en fila y decapitado uno a uno, lo los habrían hecho volar
por los aires en masa”.
La obra plantea el eterno dilema moral de los fines y los
medios, en este caso, concretado en la tarea de localizar a una mujer, elegida
dentro de una terna, que se sospecha que tuvo alguna participación -no se sabe
cuál- en algunos de las masacres terroristas cometidas por ETA, como las perpetradas
contra la casa cuartel de Vic y en la sede de Hipercor en Barcelona, además de
posiblemente otros atentados en el Ulster. Lo que se plantea es si procede
‘sacar del cuadro’ (matar) a una terrorista que se teme que de seguir en
libertad seguirá cometiendo atentados; es más, si procede acabar con una
terrorista de entre tres posibles, ya que el secuaz no logró identificar con
absoluta seguridad a la activista.
“Es fácil execrar y condenar al que estranguló o apretó
el gatillo o asestó los navajazos, y nadie se para a pensar a quién se eliminó
ni cuántas vidas se salvaron con ello, o cuántas se había cobrado la persona
asesinada o cuántas había causado con sus instigaciones o inflamaciones, con
sus prédicas y sus plagas morales, viene a ser lo mismo o peor”.
“Matar no es tan extremo ni difícil ni injusto si se sabe
a quién qué crímenes ha cometido o se prepara a cometer, cuántos males se le
ahorrarán a la gente con eso, cuántas vidas inocentes se preservarán a cambio
de un solo disparo, tres navajazos o un ahogamiento, eso apenas dura unos
segundos y después ya está, se acabó, ya cesó y se sigue adelante, casi siempre
se sigue adelante, largas sol las existencias a veces y nada se para nunca del
todo”.
La acción transcurre en la imaginaria ciudad de Ruán, que a
uno le recuerda por momentos a Oviedo.
“Ruan era lo que se llamaba antiguamente ‘una muy noble y
muy leal ciudad’. Es decir, era seria dentro de lo que cabe en España, tirando
a austera y a grave, orgullosa de su remoto pasado, cuando había tenido bastante
importancia y episodios heroicos exagerados, y francamente altiva. Allí se
despreciaba a la mayoría de las otras regiones, que los ruaneses consideraban
advenedizas, y si no, de mercachifles y tenderos, y si no, egoístas y
quejumbrosas, y si no jaraneras, y si no, acomplejadas y fatuas, dos cosas se
suelen ir juntas. Todos estos defectos que la ciudad del noroeste veía en los
demás eran comunes a ella”.
Unas ideas sobre La prescripción y el olvido, la justicia y
la venganza.
“Las leyes establecen la prescripción de los delitos y crímenes
con muy escasas salvedades; ponen barreras a su castigo, y hay asesinos que se
dedican a contar pacientemente los años, los meses las semanas y los días que
faltan para que la justicia ya no pueda alcanzarlos y se haba tabula rasa. Al
cabo de veinte años, qué se yo lo que se hizo se borra y no existe más, y al
asesino sólo se le pueden arreglar las cuentas fuera de la ley. Llega un
momento en el que una sola fecha se convierte en vital, y a partir de ahí qué
más da. Ese día señala la impunidad, y eso carece de sentido y de justificación,
es sólo aritmética y el azar del cuándo, o la manecilla de un viejo reloj (…) Nadie
busca castigar lo acontecido hace uno o dos siglos o más, por atroz que fuera (…)
En cambio, lo que aún se recuerda, lo que se ha vivido en persona de cerca o de
lejos, prescribe para la justicia, pero no para los que lo padecieron o
contemplaron, y de ahí que la venganza todavía palpite en el mundo, por mucho
que la prohíba la ley. Seguro que para los padres de niños de la casa cuartel
de Zaragoza y del Hipercor de Barcelona nada de aquello ha prescrito, ni
prescribirá, ni para la familia de Tomás y Valiente cuyo asesinato ocurrió hace
año y medio, ni para la de Miguel Ángel Blanco, cuya cuenta acaba de empezar y
proseguirá mientras viva cada uno de sus miembros”.
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