Como continuación del texto anterior, se incluye el reportaje de LA NUEVA ESPAÑA, que resume, si no reproduce, con gran exactitud lo dicho por Atxaga. Claro que la autora del reportaje es Azahara Villacorta, periodista emergente que llegará a algo. Seguro.
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Atxaga: «Una vez que ETA se ha puesto en marcha, es casi imposible detenerla»
El escritor donostiarra sostiene que el conflicto vasco es la consecuencia de un choque entre clasistas e integristas
Oviedo, A. VILLACORTA
El mismo día en el que el batasuno Arnaldo Otegi pedía a ETA que, a pesar de los dos muertos de Barajas, mantuviese el alto el fuego y en el que los líderes de los principales partidos se declaraban incapaces de entenderse una vez más, Bernardo Atxaga (nacido Joseba Irazu Garmendia, en Asteasu, Guipúzcoa, en 1951), inventor de espacios mágicos y máximo exponente actual de la narrativa en euskera, se mostraba pesimista sobre la resolución del conflicto vasco: «Una vez que ETA se ha puesto en marcha, es prácticamente imposible detenerla»
El escritor que ha representado simbólicamente la violencia en el «gordeleku», el escondrijo que había en algunas casas vascas desde el XIX, que se utilizó en la guerra civil y que, décadas más tarde, se convertiría en el zulo donde los etarras ocultaban a los secuestrados, habló sobre Euskadi en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, adonde llegó invitado por la Asociación de Jóvenes Historiadores.
A Atxaga cada vez le preocupan menos las etiquetas «vasco» y «español», quizá porque cada vez tiene más «la impresión de estar girando en un remolino que no se acaba de tragar el corcho» y cada vez le atrae más «la vida cotidiana», lejos de las «patrias políticas». «Lo que me preocupa», empezó, «es ver cuáles son los imanes que están debajo de la mesa cuando los magos hacen moverse los objetos que están encima». El escritor trata de encontrar, a través del conocimiento de esas corrientes subterráneas, «el lugar del País Vasco», un concepto que explicó con una metáfora construida sobre una representación del mundo del Beato de Liébana, un mapa mundi en el que, dijo, «llama la atención, aparte de su belleza formal, que lugares como Asia o Britania, sean prácticamente marginales».
«Cuando contemplamos un mapa de estas características», aseguró, «podemos pensar que no tienen ningún valor informativo, mientras que su importancia es capital, porque plasma lo que para el Beato era importante: Jerusalén, o Belén». «En los mapas de valor, hoy, los lugares grandes como EE UU aparecerían aún más grandes de lo que son», añadió.
¿Qué pasa con Euskadi? fue la primera pregunta, con una respuesta, subrayó, extrapolable a Asturias: «Que, hasta el siglo XIX, ese país con una cultura tradicional, con una lengua y una forma de vivir diferenciada de otras es tan pequeño que no se ve en el mapa, no tiene valor».
«Euskadi no hubiera tenido un lugar en el mapa de no haber sido por un movimiento ideológico que se llamó Romanticismo, a finales del XVIII y principios del XIX, que expandió por el mundo una sensibilidad sin la que», señaló, «esa cultura propia de los vascos hubiera desaparecido, se hubiese subsumido en lo general».
Se sirvió del ejemplo el viejo camposanto de Montevideo, en el que sólo dos de las trescientas lápidas de emigrantes vascos tienen tienen inscripciones en euskera: «Esas dos tumbas son de emigrantes que habían ido a Uruguay durante la guerra civil con una ideología que les había hecho valorar tener una lengua propia, mientras que los que llegaron antes no tenían esa conciencia».
Atxaga citó el pensamiento desarrollado por el filósofo Isaiah Berlín: «A una valoración le precede una forma de ver el mundo y a esa forma de ver el mundo le precede una realidad, un problema. El problema de Alemania era que llevaba muchos siglos de inferioridad porque no había tenido un Siglo de Oro como España o los artistas que había tenido Italia, y que llegó al paroxismo cuando llegaron a Francia los enciclopedistas». Y, de nuevo, a Berlín: «La sociedad alemana reaccionó como la rama doblada y comenzó a crear esa ideología donde se valoraban cosas como el folclore y la arquitectura y se consideraba genial la versión protestante que Lutero había creado del cristianismo».
Inferioridad
«Es curioso observar la fuerza que tiene este sentimiento de inferioridad», reflexionó; «en los vascos, desde luego. Este nuevo movimiento fue aceptado con pasión en el País Vasco, porque la lengua vasca, no románica, diferente, se prestaba como ninguna». Así que «asumieron la ideología romántica sin reservas y recurrieron a su pasado para encontrar victorias reales o fantasiosas».
Matizó que «mientras en Alemania el campesinado era muy importante pero no era lo único que definía a esa cultura, en el País Vasco ocurrió lo contrario: al ser el euskera la lengua hablada sobre todo en el mundo rural, hubo una asimilación de lo vasco con el campesinado que está en el origen de lo que vino después».
Atxaga considera fundamental esta necesidad de tener una buena posición en el mapa: «No hay nada más triste que lo periférico, que es lo marginal y lo que va declinando, las sociedades en decadencia. Es incontestable».
«El interés en lo idiosincrásico es perfectamente legítimo y lo más universal que he encontrado: todo el mundo quiere tener una centralidad», añadió. «Ahora bien, cuando esa filiación romántica se lleva a la política, y en el País Vasco se ha llevado desde la guerra civil, conduce directamente al integrismo, que consiste en pensar que la historia de una sociedad se detuvo en un momento crucial que conforma su espíritu para siempre».
Frente a este sector integrista, que elabora el mito del campesino se sitúa «todo lo que de insultante se ha dicho de los campesinos por parte de la burguesía urbana, lo mismo en San Sebastián que en Vigo o en Oviedo; los señoritos que elaboran el contramito», aseveró. «Para mí es evidente que el conflicto ha sido creado por estos dos imanes, tiene que ver con el choque entre estas dos ideologías y con esta necesidad de crear un estereotipo asesino contra el otro».
«No creo que el conflicto sea político, sino que estas dos corrientes están ahí debajo, actuando constantemente. Estos imanes, integristas y clasistas, unidos a circunstancias como la larguísima posguerra, con herencias como el bombardeo de Guernica, o los sesenta y los setenta, cuando la lucha armada era bien vista y la persona con más glamour que había en el mundo era un guerrillero que se llamó Che Guevara, toda esa mezcla, dio lugar a un comienzo que no tiene final».
2007/01/09
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