A Luis Miguel Bayo Sánchez, maquinista
En los últimos veinticinco años nunca había fallado el regalo navideño que de forma singular los metalúrgicos de la planta de Avilés hacían llegar a sus compañeros de la base logística de Arcelor- en la capital del reino. En aquella ya lejana primera ocasión tenían decidido el envío a través de una empresa de paquetería, pero una inesperada huelga de transportes por carretera los iluminó: el obsequio llegaría en un tren de bobinas, uno de esos trenes de acero que partían de la estación asturiana de Trasona, y después de atravesar el Pajares y la ancha Castilla, perforaban la sierra de Guadarrama para rendir destino en la terminal madrileña.
Desde
mediados de noviembre, en los escasos ratos libres que les dejaba el tren de
laminación, los veteranos del tallerón asturiano se afanaban en la manufactura
del regalo: un nacimiento de acero.
Encomendaban
a los caldereros y soldadores más jóvenes, todavía con un contrato en prácticas,
el moldeado del portal y de la cuna. A los más veteranos, a las puertas del ERE
que iniciaría su desvinculación del gigante del acero, quedaba reservada la
tarea de los detalles maestros, los acabados finos, desde luego las figuras
casi animadas de la mula y el buey, de San José, la Virgen y el Niño. De
perfilar las facciones del Niño se encargó Antón, experto soldador, que
acometía uno de sus últimos trabajos, ya que finalizaría su vida activa la
última semana de diciembre. Era también un veterano de las brigadas de
salvamento.
Cada Navidad
los madrileños recibían un nacimiento diferente al anterior, pero manteniendo las
esencias: era un nacimiento con figuras de un acero finísimo, a veces con un
baño de color, otras con incrustaciones cristalinas, o de la dolomía de las
canteras del Naranco o de material calcáreo de Tudela Veguín o de la negra y
brillante hulla de la Cuenca del Caudal.
Incorporaban
siempre alguna novedad que permitiera distinguirlo del de años pasados. La
última vez habían montado un molino ¡que funcionaba! La novedad de este año
estaría a cargo de los electricistas, pero se guardaba en el mayor de los
secretos. Félix, ‘El Cables’, sería el encargado de rematar la obra.
Los
oficiales colocaron con mimo el nacimiento de acero en la bobina delantera del que
sería segundo vagón del tren bobinero, bien amarrado con un robusto fleje y
envuelto en un cubo que podía pasar perfectamente por una pequeña cámara
acorazada.
La potente máquina japonesa de la serie 251 se colocó al frente de los vagones. Después de las comprobaciones reglamentarias, el tren sale de la estación de Trasona a las dos en punto de la madrugada. El tren pasa en el silencio de la noche por Cancienes, Lugo de Llanera, Mieres, Campomanes…
Del tallerón
avilesino dan el aviso a los operarios madrileños para que estén atentos a la
primera bobina del segundo vagón.
Al amanecer,
en el tallerón reciben un preocupante WhatsApp de Madrid. Oyeron que un tren de
bobinas había descarrilado antes de llegar a Pajares y que los destrozos eran
enormes. No tardaría en saberse que se trataba precisamente de ‘su’ tren. Estaban
preocupados por las bobinas, pero en particular por la primera bobina del
segundo vagón. Comenzaron a circular las fotos primeras de la catástrofe. La
máquina y los primeros vagones quedaron convertidos en un amasijo que hacía
imposible averiguar que había sido qué. La buena noticia era que el maquinista,
herido de pronóstico reservado, estaba fuera de peligro. Alguien habló de un
milagro y alguien pensó en un segundo milagro.
Ante tamaña
calamidad, los amigos artesanos ni se atrevieron a preguntar por la suerte de
su encargo. Podían tener hasta problemas. ¿Quién sabe si su entrañable envío
incumplía gravemente alguna normativa comunitaria o de seguridad? Mala suerte
porque ya no había tiempo material de fabricar otro nacimiento.
Para
restablecer el tráfico se echó mano de todo el personal disponible, incluso los
voluntarios de las brigadas de salvamento de las grandes empresas asturianas.
Allí se presentó Antón para colaborar en la recuperación de lo que se pudiera,
pero también con el secreto objetivo de rescatar el nacimiento blindado. Los
compañeros de las brigadas lo vieron como perdido en las inmediaciones de la
boca norte del túnel 73, contra el que se habían dado estruendosamente de bruces
las mil toneladas de metal.
Pasados
varios días, después de intensas labores con las aparatosas grúas, las descomunales
cizallas y los sopletes, quedaron diseminados unos escasos restos de muelles,
flejes y acero achatarrado en las inmediaciones de la vía. Urgía dar paso y esos
residuos ya se retirarían más adelante. Se dio todo por perdido. Todo.
Cuando
comenzaron a circular los trenes, durante semanas lo hicieron reduciendo mucho
la velocidad porque la vía había quedado muy machacada después de muy intensos
trabajos con la maquinaria pesada. Los maquinistas miraban con pena al pasar por
ese tramo, pero se congratulaban de que el compañero del accidente estuviera
casi totalmente restablecido.
El
maquinista del primer tren de la mañana de Navidad, todavía de noche, al poco
de pasar a la altura de Renueva y de su entrañable iluminación navideña, divisa
una luz amarilla destellante en las inmediaciones de la vía. Recuerda en ese
momento el viejo reglamento de señales que ordenaba parar ante cualquier objeto
o luz vivamente agitado, aunque no parecía que con aquella luz nadie le
estuviera ordenando parar. Además, sabía que ya se había retirado la brigada de
mantenimiento que durante los primeros días permaneció allí de retén.
La luz
amarilla continuaba su crepitar. El maquinista detuvo el tren, tomó la
linterna, abrió la portezuela y se apeó caminando con pies de plomo por entre
aquella cacharrería. La luz brillaba cada vez más nítida. Alumbró con su farol
y descubrió un recipiente con un pequeño boquete. Asombrado, comprobó que la
luz era una estrella de Navidad, que iluminaba un pequeño nacimiento metálico
perfectamente conservado.
6 comentarios:
Magnifico como siempre y totalmente de actualidad.
Feliz Navidad
Felicidades! Muy bueno.
Enhobuena Simón, como siempre fenomenal...
Muy buen relato. Te deseo unas felices fiestas y un gran año nuevo.
La tradición no falta en estas fechas. Buen relato, actual y lleno de suspense. Feliz Año. Un abrazo.
Un relato repleto de humanidad y detalle.
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