Muchas veces, cuando comienzas un libro de título enigmático, te preguntas el porqué del rótulo. Comienzas a leer, pasas páginas y páginas y no acabas de resolver aquella duda inicial, ni siquiera de aclararte con el hilo argumental, máxime si lees a salto de mata, quince páginas cada cuatro días, con ruido de fondo, o con sueño, otro día un atracón de dos horas, a veces intercalado con llamadas de teléfono o avisos de que la cena está preparada o de que podías pelar unas patatas o lavar la lechuga.
¿De qué irá esto? ¿ el tal Wheler, acabará siendo el protagonista, o será un secundario de relleno? ¿será relevante la descripción de aquel sueño juvenil al que dedica varias páginas?
Javier Marías va enlazando con transiciones magistrales la historia principal con trazos biográficos del padre del novelista, Julián Marías, con el que revivimos las duras vivencias de la guerra y del exilio y de cómo fue traicionado por quien no esperaba. Es entonces cuando aparece la frase que justifica una novela y su título.
¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que enseñas o bajo la careta que llevas y que me mostrarás tan solo cuando no lo espere?
¿Se puede expresar mejor esa idea, esa incógnita?
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