2007/02/12

LA LOTERÍA DE LA VIDA

Somos más de ochenta vecinos en el portal. Quiero decir que, a razón de tres por vivienda, seremos doscientos cuarenta. Siempre me llamó la atención que en los pueblos “vecino” y “habitante” no sean lo mismo. Más bien la gente cuando habla de tantos vecinos se refiere a tantas casas abiertas, o, lo que es más rancio, tantos cabezas de familia. En definitiva que espontáneamente me sale decir que somos ochenta vecinos pero quiero decir que seremos doscientas cuarenta personas.
De entre ellas, algunas son saludadoras y otras no te saludan ni en el portal. Otras te hablan en el portal pero ya no a diez metros. Y hay gente que te saluda cuando va con el marido o con el padre, pero no si van solos. Hay quien se gira para saludar incluso si va por la otra acera, pero con otros aunque te cruces por la misma, van impasible el ademán. En fin, una auténtica fauna.
Cada poco aparca un camión de mudanzas delante del portal. Alguien marcha. Pregunto.
- Era el de Muebles Barbón, que tienen un crío como de quince años ¿no te das cuenta?
Ni caigo en el padre ni en el hijo ni me suena Muebles Barbón. También ocurre que dejas de ver una temporada a alguien y cuando le preguntas en el ascensor, te dice que lleva tres años en Barcelona. Somos Islas.
Me entero de que de las dos hermanas que no saludaban o depende, una se casó, vivió en León pero ya están aquí, ellas no dicen nada, pero el padre, viudo, te cuenta su vida si tienes tiempo, la suya propia y la de ellas, es lo que se dice un “parlambaldre”.
Un domingo por la mañana, cuando vengo de comprar el periódico, entre el kiosco y el paso de cebra me adelanta la hija casada, que va con el marido y empujan un carricoche. Es verdad, ya los había visto alguna vez. Pienso: vivirán por la zona del Milán e irán hasta casa del padre, o sea, hasta mi portal, o bien van a dar una vuelta porque el día está muy agradable. Como el semáforo está cerrado para los peatones, los alcanzo. Miro para el niño. Aunque ella sea una mustia, un niño merece una excepción, los hijos no tienen por qué heredar las rarezas de los padres. Estoy a punto de hacerle una carantoña o por lo menos preguntarle a los padres cómo se llama, pero cuando ya había respirado para decir algo, veo que lleva un audífono en la oreja izquierda. Me retraigo. Miro disimuladamente. Tiene los ojos entreabiertos como si tuviera sueño y el pelo crespo. Deseo que sea sueño lo que tiene.
El maldito semáforo no se acaba de abrir. Cruzo en rojo aprovechando que los domingos hay poco tráfico.
No pregunté nada. Me quedo pensando en la lotería de la vida.

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