En el Club de Prensa Asturiana se anuncia una conferencia de Julio Gavito, que fue el directivo español de Repsol YPF que estuvo retenido o detenido en Bolivia después de la subida al poder de Evo Morales. Va a hablar sobre el futuro de Bolivia. Presenta al conferenciante Pedro de Silva. Oír a cualquiera de los dos es justificación suficiente para acudir. También está Toribio, el presidente de Tribuna Ciudadana, digno de admiración aunque solo sea por haber sido vilipendiado en ese mismo lugar hace unos meses por Gustavo Bueno, filósofo reconvertido a gurú.
Pedro de Silva va con atuendo desenfadado. Ya anduvo bastante de corbata en su época de Presidente Autonómico, y antes y ahora cuando le toca deambular por juzgados y tribunales o acudir a alguno de los varios Consejos de Administración por los que devenga dietas. Allí va a presentar a un amigo, y con los amigos sobran las etiquetas. En consecuencia puso para la ocasión un jersey rojo de pico, una camisa de cuadros verdosos, quizá unos pantalones de pana y la bandolera de piel con la que se le ve por la calle.
Comienza jugando con el micrófono. Tiene suerte: el primero no funciona, tampoco el segundo. Pone cara de una leve circunspección, sin exagerar. Parafraseando a Machado, hace gala de una torpe indumentaria informática seguramente falsa. De momento consiguió hacerse el interesante.
Presenta el acto de una forma muy original. Él tuvo la idea y Gavito la trabajó. Pedro de Silva le mandó un correo pidiéndole que le contara qué fue de su vida hasta los dieciocho años, porque necesitaba algún dato para la presentación. Pedro se limitó a leer un par de correos que Gavito le envió contando cosas de su infancia. El trabajo para Gavito, pero el tanto para de Silva.
Pedro de Silva definió a Gavito como un seductor cuya dimisión fue una consecuencia más de la reconversión industrial. Recordaron la carta de dimisión “final” que le presentó entonces, que sería irrevocable, y que el presidente no aceptó haciendo el papelón normal de las dimisiones de no admitirla a la primera para no herir al dimisionario.
Gavito es ingeniero y antes y después de su paso por la política estuvo vinculado a los hidrocarburos. La muerte de Franco lo pilló en Kuwait. Inmediatamente volvió para España porque no se quería perder la transición. Más bien se le acabaría el contrato o surgiría una oportunidad de volver, pero todo el mundo tiene derecho a hacer la cirugía estética a algún tramo del pasado.
Evocó con pesar los tiempos en los que por apoyar la caída del Sha de Persia, toda la progresía encumbró a Jomeini, y en qué acabó la cosa, en un retroceso a la Edad Media.
Y leyó una conferencia muy trabajada sobre los males de Bolivia. Analizó el indigenismo, ahora mas fotogénico, que oculta un racismo atroz; la generalizada corrupción a todas las escalas, desde una subvención a un permiso o a una sentencia. Pasó de puntillas por la “anécdota” de su detención, y para eso se lo tuvo que preguntar un amigo entre el público. Dijo simplemente que faltaba un papel y que durmió esa noche en comisaría, y que si no lo soltaron antes fue porque de noche son horas hábiles para detener pero no para poner en libertad. La diplomacia española y la prensa no lo consideraron una anécdota entonces, pero cada uno recuerda lo que quiere y como quiere.
Parte del público esperaba un ataque furibundo a Evo Morales y a su régimen. No lo hubo. De su conferencia se pudo sacar fácilmente la conclusión de que Estados Unidos no va a invertir allí ni un dólar, no vaya a haber nacionalizaciones. Sin ayuda/inversión exterior aquel país tardará en salir adelante. Justificó la presencia de su empresa en Bolivia y defendió que, en contra de lo que piensa la opinión boliviana dominante, fue mucho más lo invertido que lo recogido.
Un señor del público, calvo, de unos cincuenta años, le formuló una pregunta curiosa. Le dijo que se imaginara que aquellos oyentes en realidad eran la Junta General de Accionistas de una empresa de Hidrocarburos y que él tenía que convencerlos para que invirtieran en Bolivia.
El conferenciante, recordando su cintura política, eludió bien la pregunta contando que Repsol tenía un compromiso contractual de suministrar gas a Argentina y había que cumplirlo. Pedro de Silva le elogió la salida picardiosa. El señor calvo no siguió polemizando, aunque la pregunta podría haberse dirigido también al presentador, consejero de Hidrocantábrico.
Julio Gavito salió airoso. No se detectó ninguna contradicción entre su aesentayochismo, su cargo de ex Consejero socialista y el de directivo de una transnacional, término que utilizó para referirse a las multinacionales.
Del público le formulan varias preguntas sobre el papel de las ONG’s y de la Iglesia. No las descalifica, pero las trata con cierto desdén, como procede según los cánones del clásico pensamiento izquierdista. Las califica de aspirinas, pese a que revela que su mujer, sentada al fondo de la sala, colabora con una organización eclesial.
Se lo creerá o nos querrá convencer, pero parece que para impulsar el desarrollo de un país como Bolivia no hay más alternativa que la inversión. Y los únicos que pueden invertir son empresas solidarias de países solidarios a quienes nos les importe sacrificarse ante la Junta General de Accionistas de su empresa por invertir en un país o en una zona de la que, siendo justos, se puede sacar muy poco.
A ver qué pone la prensa.
Pedro de Silva va con atuendo desenfadado. Ya anduvo bastante de corbata en su época de Presidente Autonómico, y antes y ahora cuando le toca deambular por juzgados y tribunales o acudir a alguno de los varios Consejos de Administración por los que devenga dietas. Allí va a presentar a un amigo, y con los amigos sobran las etiquetas. En consecuencia puso para la ocasión un jersey rojo de pico, una camisa de cuadros verdosos, quizá unos pantalones de pana y la bandolera de piel con la que se le ve por la calle.
Comienza jugando con el micrófono. Tiene suerte: el primero no funciona, tampoco el segundo. Pone cara de una leve circunspección, sin exagerar. Parafraseando a Machado, hace gala de una torpe indumentaria informática seguramente falsa. De momento consiguió hacerse el interesante.
Presenta el acto de una forma muy original. Él tuvo la idea y Gavito la trabajó. Pedro de Silva le mandó un correo pidiéndole que le contara qué fue de su vida hasta los dieciocho años, porque necesitaba algún dato para la presentación. Pedro se limitó a leer un par de correos que Gavito le envió contando cosas de su infancia. El trabajo para Gavito, pero el tanto para de Silva.
Pedro de Silva definió a Gavito como un seductor cuya dimisión fue una consecuencia más de la reconversión industrial. Recordaron la carta de dimisión “final” que le presentó entonces, que sería irrevocable, y que el presidente no aceptó haciendo el papelón normal de las dimisiones de no admitirla a la primera para no herir al dimisionario.
Gavito es ingeniero y antes y después de su paso por la política estuvo vinculado a los hidrocarburos. La muerte de Franco lo pilló en Kuwait. Inmediatamente volvió para España porque no se quería perder la transición. Más bien se le acabaría el contrato o surgiría una oportunidad de volver, pero todo el mundo tiene derecho a hacer la cirugía estética a algún tramo del pasado.
Evocó con pesar los tiempos en los que por apoyar la caída del Sha de Persia, toda la progresía encumbró a Jomeini, y en qué acabó la cosa, en un retroceso a la Edad Media.
Y leyó una conferencia muy trabajada sobre los males de Bolivia. Analizó el indigenismo, ahora mas fotogénico, que oculta un racismo atroz; la generalizada corrupción a todas las escalas, desde una subvención a un permiso o a una sentencia. Pasó de puntillas por la “anécdota” de su detención, y para eso se lo tuvo que preguntar un amigo entre el público. Dijo simplemente que faltaba un papel y que durmió esa noche en comisaría, y que si no lo soltaron antes fue porque de noche son horas hábiles para detener pero no para poner en libertad. La diplomacia española y la prensa no lo consideraron una anécdota entonces, pero cada uno recuerda lo que quiere y como quiere.
Parte del público esperaba un ataque furibundo a Evo Morales y a su régimen. No lo hubo. De su conferencia se pudo sacar fácilmente la conclusión de que Estados Unidos no va a invertir allí ni un dólar, no vaya a haber nacionalizaciones. Sin ayuda/inversión exterior aquel país tardará en salir adelante. Justificó la presencia de su empresa en Bolivia y defendió que, en contra de lo que piensa la opinión boliviana dominante, fue mucho más lo invertido que lo recogido.
Un señor del público, calvo, de unos cincuenta años, le formuló una pregunta curiosa. Le dijo que se imaginara que aquellos oyentes en realidad eran la Junta General de Accionistas de una empresa de Hidrocarburos y que él tenía que convencerlos para que invirtieran en Bolivia.
El conferenciante, recordando su cintura política, eludió bien la pregunta contando que Repsol tenía un compromiso contractual de suministrar gas a Argentina y había que cumplirlo. Pedro de Silva le elogió la salida picardiosa. El señor calvo no siguió polemizando, aunque la pregunta podría haberse dirigido también al presentador, consejero de Hidrocantábrico.
Julio Gavito salió airoso. No se detectó ninguna contradicción entre su aesentayochismo, su cargo de ex Consejero socialista y el de directivo de una transnacional, término que utilizó para referirse a las multinacionales.
Del público le formulan varias preguntas sobre el papel de las ONG’s y de la Iglesia. No las descalifica, pero las trata con cierto desdén, como procede según los cánones del clásico pensamiento izquierdista. Las califica de aspirinas, pese a que revela que su mujer, sentada al fondo de la sala, colabora con una organización eclesial.
Se lo creerá o nos querrá convencer, pero parece que para impulsar el desarrollo de un país como Bolivia no hay más alternativa que la inversión. Y los únicos que pueden invertir son empresas solidarias de países solidarios a quienes nos les importe sacrificarse ante la Junta General de Accionistas de su empresa por invertir en un país o en una zona de la que, siendo justos, se puede sacar muy poco.
A ver qué pone la prensa.
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