LA PALANGANA ROSA, de Blanca Cachero.
Este verano leyó uno, casi de un tirón, el libro de Blanca Esther Cachero Fueyo titulado “La palangana rosa”. ¿Por qué el título? Porque la autora padeció un cáncer y la palangana rosa fue la compañera inseparable, depositaria de los inevitables vómitos como consecuencia de la quimioterapia.Durante los casi tres de servicio militar que uno pasó en
León aprovechó para estudiar unos cursos en la Escuela Social y allí conoció a
Blanca a finales de los años setenta. Aunque nos vimos muy poco desde entonces,
sabíamos algo uno del otro, sobre todo a partir de la expansión de las redes
sociales.
La palangana rosa es una autobiografía, pero no una autobiografía
al uso, secuenciada cronológicamente. Sigue otro orden, pero no hay aspecto
relevante de su vida (de los que haya querido dejar constancia) que no quede
reflejado en las más de trescientas páginas del libro.
En las líneas iniciales explica la autora que no pretende hacer
literatura, y que el que busque un placer literario puede desistir desde ya. Pese
a tal modestia, el libro está bien escrito y tiene una estructura original ya
que los capítulos prácticamente coinciden con muchas sesiones de quimioterapia
recibidas. Al hilo de las experiencias y los avances (o retrocesos) médicos va desgranando
sus vivencias, con palabras de reconocimiento para los numerosos profesionales
de la medicina que la atendieron durante muchos años.
Vamos sabiendo que el Constantín es el cementerio de Congostinas,
donde reposan los restos de sus antepasados y también de su marido, aunque ella
nació en León, residencia laboral de su padre. Conocemos los barrios de la
aldea: La Teyera, La Veiga, La Cuaña, Entrelrío y El Rincón; las rutas para llegar
a la estación de Linares: La Gosera, el Camín del Medio y Los Carriles, la
proximidad de la ruta de La Carisa; las caminatas hasta Renueva para comprar el
pan, pasando cerca de la cueva de Chandreo; el prado de Riviecha; las historias
del abuelo Remigio (culto, dirigía un grupo de teatro) y los cantares de la
abuela Pepa; los primos del pueblo; sus
amigas de la niñez: Josefina, Nieves, Gelinos, Elenita, Mari Luz, Tinina, con la
que coincidiría más tarde en el colegio de huérfanos; los juegos en la Gosera. Y
un recuerdo para las mujeres que trabajaron en la mina de Linares. Y La caja de
lápices de colores Alpino.
Al hilo de la devoción que siente por su madre, recuerda la
devoción que la madre tenía por la Virgen de Covadonga, la del Rosario -patrona
de Congostinas-, la Virgen del Pilar y la Virgen del Camino. También se refiere
a la deficitaria atención a los ancianos en los centros privados, en alguno de
los cuales tuvo que ingresar su madre cuando no hubo alternativa.
No olvida los últimos días de su padre en el Hospital del
Monte San Isidro. (Conoce uno ese hospital porque también murió ahí la prima Marián,
cuando no había cumplido los cuarenta años). Al morir su padre, ferroviario, tuvo
la oportunidad (y casi la necesidad) de ingresar en el colegio de huérfanos. Al
hilo de esta experiencia detalla los colegios entonces existentes: Madrid,
Ávila y León para chicos; Torremolinos, Alicante y Palencia para chicas, aprovechando
para señalar el lamentable estado de este último. Cuenta el viaje de ingreso hasta
el de Torremolinos acompañada de su abuelo Remigio y cómo fue tan bien acogida
por una familia malagueña. También la triste despedida en Congostinas, los
regalos para el viaje, incluidos casadiellas, caramelos y suspiros y el poco
equipaje que cargaba ya que la ropa la proporcionaba el colegio.
En Torremolinos comenzó a despuntar su vena poética y
musical. Unos cursos después pudo acercarse al colegio de Palencia, mucho más
próximo a su casa. Ahí, además de estudiar, siguió fomentando su afición
musical y se inició en el teatro.
Aparecen originales historias de aquellos tiempos, como el
ritual de la purificación cuando las chicas tenían la regla, o las típicas lecturas
de Martín Vigil, tan en boga entonces.
Blanca crece y comienza a trabajar en León. No falta un recuerdo
para su experiencia laboral y los compañeros de trabajo, ni para las clases de
guitarra en el tiempo libre, ni para las salidas a la montaña o las pistas de
esquí. Ni un canto a León y su provincia. “Todo en la provincia de León es
hermoso y merece la pena conocerla, porque no defraudará a nadie”.
Dedica también páginas a la fundación musical Eutherpe, que
le ocupa su tiempo. “Todo en la vida es música, ¿verdad que sería inimaginable
un mundo sin música?”.
Dedica unos párrafos a sus lecturas favoritas y a sus
emisoras preferidas.
También se alude a la sociedad tan dividida y crispada
actual, con un reconocimiento a cuantos lucharon en la transición democrática. Y
una mención para tu tío Luis, condenado a muerte, que se libró por los pelos.
Todos los libros tienen un enigma. La propia Blanca afirma
que no tiene WhatsApp, como consecuencia de alguna mala experiencia que se
conoce que no es pala plasmar por escrito. Uno intentará averiguarlo.
1 comentario:
Bellos recuerdos de unos tiempos no muy lejanos. Siempre es de agradecer que alguien los plasme en un papel para que las generaciones futuras puedan conocer los detalles de una época.
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